La agenda se corre hacia 2023

25 de septiembre, 2021 | 22.15

Desde el aciago domingo 12 de septiembre el Frente de Todos debe lidiar con un panorama inesperado, asumir que no cuenta con el respaldo popular mayoritario conseguido en 2019, un trago más que amargo por tratarse de una elección que debía consolidar el poder político de la coalición gobernante con miras al tránsito 2022-23. 

Como frente a todo shock, abundaron las interpretaciones. La situación económica estuvo necesariamente a la cabeza, aunque no fue la explicación única. Si se intenta el ejercicio de mirar desde afuera, como si se estuviese analizando otro país, y se cargan los insumos que construyeron el cuadro se encontrará: 1) una caída de 10 puntos del producto durante el primer año de gobierno y una recuperación lenta y no compensatoria en el segundo, 2) desocupación en torno a los dos dígitos, 3) continuidad de la caída salarial, 4) pobreza de casi uno de cada dos habitantes, 5) niños y adolescentes en sus casas con un sistema educativo con presencia restringida y 6) el hartazgo natural de 18 meses de pandemia en los que se padecieron distintos niveles de encierro involuntario. La conclusión inducida por estos seis puntos es unívoca: un fuerte deterioro del humor social.

Frente a este panorama la apuesta del gobierno fue, precisamente, la ocurrencia de un cambio en el clima social sobre la base de dos fuentes: 1) el avance de la campaña de vacunación masiva y 2) la paulatina mejora de la economía en comparación con los pisos de 2020. En las mesas de arena de la campaña se imaginaba que en el tercer trimestre de 2021 ya se habría consolidado la recuperación económica. No se contaba ni con la segunda ola del virus ni con la lentitud en la ejecución del gasto, por decirlo de alguna manera. Si bien es cierto que varias ramas de la economía, empezando por la industria, mostraron un despegue que comenzó a consolidarse en la segunda mitad del año, la recuperación fue muy heterogénea tanto sectorial como socialmente. Dicho de otra manera, la pandemia y la consecuente profundización de la crisis económica heredada tuvo claros ganadores y perdedores.

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Entre los “ganadores”, que en realidad serían los “menos perdedores”, se contaron todos los trabajadores formales, quienes más allá de los efectos de la inflación sostuvieron sus ingresos durante la pandemia y, en lo peor de la crisis sanitaria, pudieron quedarse en sus casas sin padecer restricciones. También se mantuvo o se mejoró el ingreso de los beneficiarios estables de las políticas sociales, como Argentina Trabaja, AUH y la tarjeta Alimentar. Entre los perdedores, en tanto, se contó con todo el sector más informal de la economía que no recibe asistencia estable del Estado, por ejemplo, buena parte de ese inmenso universo que descubrió el IFE, el Ingreso Familiar de Emergencia.

No se profundiza más en este panorama de ganadores y perdedores porque es conocido, pero se lo rememora para destacar que el grueso de la base electoral del oficialismo se encuentra entre los perdedores, una dimensión que ayuda a entender el enojo y la desesperanza plasmada también en la mayor inasistencia a la votación y que, por eso, afectó principalmente al Frente de Todos. A su vez este panorama sirve como insumo para que en noviembre puedan revertirse parcialmente los resultados. Y se dice “parcialmente” porque el clima social no es algo que pueda cambiarse en sólo dos meses. En el mejor de los casos se lo podrá mejorar en el margen. Desde este momento conviene comenzar a correr la mira a 2023 y en cómo se gobernarán los próximos dos años en un contexto de mayor debilidad política.

El balance preliminar de los hechos de las dos semanas transcurridas desde las primarias presenta los siguientes hitos: 1) se transparentó hacia afuera la crisis interna en la conducción de la coalición, es decir se cumplió con el sueño largamente perseguido por los grandes medios de comunicación concentrados. 2) Se reestructuró el gabinete. 3) Se le pagó un vencimiento al FMI por casi 1900 millones de dólares y 4) Se anunció el aumento del salario mínimo vital y móvil y del piso mínimo de ganancias.

Los cuatro hechos merecen algunas consideraciones.

  • Del primero debe destacarse que ocurrió hasta el extremo de que un sector llegó a creer que podía continuar sin el otro, un potencial suicidio político que en el peor momento llevó a rememorar la experiencia de la primera Alianza. Mal que le pese a alguna de las partes, hoy sus destinos de éxito o fracaso están inevitablemente unidos, dato que alcanzó a comprenderse a tiempo, lo que dejó a varios con sus pequeñas armas expuestas. 
  • La necesaria reestructuración del gabinete no tendrá sentido alguno si no se atacan las causas. Los preexistentes problemas de funcionamiento y de coordinación entre los distintos ministerios, muchas veces hasta con discursos encontrados, responden a un déficit mayor de la coalición, que es la definición de un rumbo económico único, lo que a su vez implica sincerarse sobre la verdadera dimensión de las restricciones macroeconómicas y como superarlas, lo que lleva al siguiente punto.
  • En el presente se puede debatir el efecto expansivo de gastar entre uno y dos puntos más del PIB, pero no mucho más que eso. Más allá del voluntarismo de que “es la política la que conduce a la economía” las restricciones reales de la economía son lo suficientemente potentes como para invertir la ecuación: no hay dólares y las reservas internacionales netas del Banco Central vuelven a disminuir. Se demuestra que haber postergado en 2020 el acuerdo con el FMI fue un error. Si de todas formas se acordará con el Fondo antes o después, y con ello se obtendrá un período de gracia en los pagos, los casi 1900 millones pagados esta semana podrían haberse utilizado como respaldo para políticas expansivas. En un contexto de renegociación de la deuda no deberían estar desperdiciándose divisas en el pago de vencimientos. ¿Por qué sucedió esto? Otra vez, porque falta acordar un rumbo económico único, lo que a su vez supone asumir que tipo de capitalismo se tendrá en el país y que sectores se desarrollarán para proveer las divisas que hoy faltan. En este contexto resultó sorprendente ver esta semana a una porción “la juventud” de la coalición gobernante participar de una marcha cuyas consignas eran contra la producción de carnes porcinas, los hidrocarburos y la minería, todos sectores con gran capacidad de generación de divisas en el corto y mediano plazo, la clave para la indispensable diversificación de la estructura productiva que hoy concentra la generación de dólares en el agro pampeano. Que el trotskismo se entretenga con el falso ambientalismo que sigue las agendas europeas y de la costa oeste estadounidense es comprensible, pero eso no puede ocurrir en el peronismo en un contexto de crisis.
  • Los anuncios de aumento del salario mínimo y del mínimo no imponible de ganancias no pueden considerarse hechos nuevos, son ajustes por inflación que ya habían sido decididos. Pero además, no pueden considerarse medidas que aporten al cambio de clima social con miras a noviembre. En el caso del mínimo no imponible de Ganancias porque beneficia mayormente a la base electoral de la oposición y en el del salario mínimo, porque impacta sobre sectores que ya están alcanzados por los aportes del Estado, como por ejemplo los beneficiarios del plan Argentina Trabaja. Sigue faltando bajar recursos para los sectores no alcanzados, como lo fueron en su momento los beneficiarios del IFE. Es posible que en las próximas semanas se conozcan anuncios en esta dirección.-