Zapatillas blancas, límites al crecimiento y pacto social: los límites del modelo económico

La foto de la economía es conocida: distribución regresiva del ingreso, presión por una devaluación y riego de default. 

20 de julio, 2019 | 21.13

Desde que asumió la Alianza ex Cambiemos se produjeron algunos grandes transformaciones. Las más evidentes son que hay 4 millones de nuevos pobres y que la caída de los ingresos salariales sumó cerca del 17 por ciento. Como la pobreza se mide a partir de los ingresos necesarios para adquirir una canasta de bienes y servicios, la baja de salarios reales es la que explica, junto con la destrucción de la actividad y el empleo, el grave deterioro de los indicadores sociales. Según informó esta semana el Indec, entre el primer trimestre de 2016 y el primero de 2019 la participación de los asalariados en el ingreso cayó casi 6 puntos, del 54,2 por ciento del valor agregado bruto a 48,3. En el mismo período de tres años la ganancia empresaria pasó del 35,3 al 38,9. La diferencia entre lo que pierden unos y lo que ganan otros debe buscarse principalmente en el aumento del cuentapropismo, que no es precisamente el mundo de los emprendedores, sino el de los desplazados del empleo formal. El modelo macrista tiene claros ganadores y perdedores.

  A la acelerada redistribución regresiva del ingreso, que se produjo en paralelo al deterioro en el mundo del trabajo, dos condiciones correlacionadas, se agregó un dato más preocupante por sus efectos a mediano y largo plazo: la proximidad de una nueva cesación de pagos de la deuda pública, o bien, su gravosa reestructuración. Ex Cambiemos endeudó a niveles explosivos. Según la última revisión del FMI de la economía local, la deuda pública es sostenible, pero “no con una alta probabilidad”. El riesgo cierto sobre el cumplimiento de las obligaciones de deuda existe, es alto, y responde a la alta demanda local de divisas, a la concentración de vencimientos a partir de 2021, a la baja relación exportaciones/deuda y a las consecuentes dificultades de acceso a los mercados privados voluntarios, lo que se refleja en un riesgo soberano en niveles de pre default.

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  El estropicio cambiemita es inocultable sin necesidad de cargar las tintas sobre los números. Se trata de transformaciones profundas que serán muy difíciles de revertir. También será improbable para las 4 millones de personas que se sumaron a la pobreza conformarse con el logro inventado por la gobernadora bonaerense María Eugenia Vidal, de poder usar “zapatillas blancas”. La afirmación es falaz por dónde se la mire. Primero y principal no es cierto que exista una explosión de infraestructura que haya hecho desaparecer significativamente las calles sin asfaltar. La caída relativa de la inversión pública es un dato que se profundizó con el regreso a los recortes sistémicos del FMI y el gobierno ni siquiera fue capa de avanzar con los esquemas PPP, los programas de Participación Público Privada. La contradicción entre pobres sí, pero con infraestructura es sencillamente falsa. Apenas un ardid publicitario. Existe obra pública, pero menos que en gobiernos precedentes. Luego, no es verdad que sea una aspiración popular el uso de zapatillas blancas, otra imagen publicitaria más bien tilinga.

  Los malos resultados del gobierno que asumió en 2015 son evidentes, pero los problemas que deberá afrontar una nueva administración de signo distinto serán más profundos de lo que se percibe. Desde mediados de los años 70 Argentina vivió, en promedio, una larga etapa de estancamiento e inestabilidad, con períodos de crecimiento más o menos breves que, a juzgar por las reversiones, carecieron de la solidez necesaria. Aunque en general los ciclos económicos de todos los países de la región tuvieron características comunes, tanto el estancamiento como los picos de inestabilidad fueron más profundos en Argentina. El resto de las economías de Sudamérica no experimentaron ni hiperinflaciones ni defaults de la magnitud local.

  En el presente existe la creencia extendida de que un simple cambio de signo del gobierno, salir del régimen neoliberal y retomar un modelo nacional-popular, es suficiente para recuperar el crecimiento. El ejemplo recurrente es el del primer gobierno de Néstor Kirchner, que tras los primeros cambios introducidos por el interinato de Eduardo Duhalde pudo, después de la violenta crisis de 2001-2002 --que mirada en perspectiva fue la crisis de las políticas del modelo puesto en marcha por Carlos Menen y no sólo el resultado de la impericia del recientemente fallecido Fernando de la Rúa-- reiniciar la expansión del producto, avanzar lentamente en una distribución del ingreso en favor del trabajo y reducir la deuda pública. Luego de las administraciones de CFK parecía que se habían sentado las bases económicas para iniciar un proceso de desarrollo. Las transformaciones de los 12 años largos del kirchnerismo son difíciles de negar, pero el dato fortísimo de que el proceso se abortó para regresar a las políticas iniciadas en 1976 y perfeccionadas en los ’90 indica que algo estaba mal en la política.

  Otra característica diferencial de la economía argentina en relación a sus pares de la región, además del mayor estancamiento e inestabilidad, es que la formación de activos externos o dolarización de excedentes es mucho más intensa y que esto ocurre en un país con déficit crónico de cuenta corriente. Dicho de otra manera: en una economía cuyo ciclo está marcado por la escasez relativa de divisas, las divisas se fugan. La pregunta que corresponde hacer es por qué se fugan, lo que conduce nuevamente a la inestabilidad. La inestabilidad se expresa en alta inflación y la alta inflación es la que exacerba las expectativas de devaluación y, por lo tanto, la dolarización de los excedentes. Este círculo vicioso es el que profundiza los ciclos de crisis externas y devaluaciones fuertes.

  Si en la raíz de las dificultades se encuentra la alta inflación quiere decir que el problema principal, lo que no está resuelto, es la puja distributiva. En distintos momentos los gobiernos postergaron las crisis frenando algunos de los precios relativos que expresan la puja. Dependiendo de las relaciones de fuerza entre el capital y el trabajo, a veces le tocó a los salarios, otras a las tarifas y, con mayor asiduidad, al tipo de cambio. Sin embargo, si no se alcanza un consenso de largo plazo al interior de las clases dominantes y con la representación de los trabajadores, no será posible romper las crisis cíclicas y alcanzar un mínimo de estabilidad macroeconómica, la condición necesaria al menos para el crecimiento y, quizás, para el mucho más complejo desarrollo.-