En 1986, la Cámara de Diputados de la Nación abrió sus puertas a un debate clave: la deuda externa. Esta semana, como un castigo sempiterno del que no logramos liberarnos, la misma Cámara trató un proyecto respecto a la negociación en ciernes. Aquella discusión no derivó en la sanción de una norma, pero hizo visible que la deuda externa se había convertido en un nuevo fenómeno económico para la Argentina, y aunque estuviera presente en nuestra historia desde los orígenes (Bernardino Rivadavia la introdujo en 1824 con el préstamo a la Baring Brothers) luego de la crisis de deuda que iniciara México en 1982, quedaba claro que ahora estábamos hablando de otro fenómeno, más complejo, más profundo y más grave.
La agenda de la transición a la democracia estuvo plagada de dificultades: cómo encarar las violaciones a los derechos humanos efectuadas por la dictadura y el peso político de las FF.AA., la desindustrialización, el aumento de la pobreza, el nuevo rol del Estado, las demandas sociales emergentes, el desafío de construir una democracia duradera. Todas esas realidades interpelaban a la renaciente democracia a dar respuestas, algunas inmediatas; y en esa vorágine el gobierno de Raúl Alfonsín, fue elaborando ciertas políticas buscando brindar algunas soluciones. Pero la deuda externa comenzó a tener un volumen por pocos preanunciado. Recién iniciaba el año parlamentario de 1986 y el peronismo pudo forzar un debate sobre la deuda en Diputados. Mientras el radical Raúl Baglini insistía en que el ejercicio del poder obliga a pensar en decisiones sensatas (su célebre teorema) cuando la oposición podía darse los “lujos” de propuestas disparatadas, Antonio Cafiero cuestionó la concepción misma de la deuda, llevando al debate entre otros elementos, un libro de aquellos años de Alfredo Eric Calcagno: La perversa deuda - Radiografía de dos deudas perversas con víctimas diferentes: la de Eréndira con su abuela desalmada y la de América Latina con la banca internacional. El título era bastante transparente; la cuestión de la deuda debía pensarse por encima de un eje estrictamente contable para convertirse en una carga económica y política interminable para los países subdesarrollados y un lastre evidente para salir de esa situación.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Recordemos también que hasta los años 70, la deuda no constituía una carga desmesurada sobre el PBI de nuestros países; no fue hasta la emergencia de los petrodólares y la presencia de la dictadura que la deuda se convirtió en “un tema” cada vez más determinante de la política económica de nuestros países. Y aquí la primera marca que no podemos dejar de señalar: la intervención de los neoliberales en el Ministerio de Economía significará incremento de nuestra deuda y por lo tanto mayor dependencia de nuestra economía nacional. Sucedió con la dictadura, se reiteró con Carlos Menem y volvimos a comprobarlo con el reciente gobierno de Mauricio Macri ¿Puede ser sólo fruto de coyunturas o del azar? Estas repeticiones nos muestran una regularidad que caracteriza un modo de encarar la economía nacional. Endeudarse ha sido también el modo en que los neoliberales han querido insertar nuestra economía en el mercado internacional. Por eso la autodenominada Revolución Libertadora ingresó al FMI. Por eso cada gobierno que tomó estas orientaciones económicas, repitió recetas semejantes, las mismas razones que la impericia del gobierno anterior, lo llevó a pedir un nuevo préstamo al FMI que nos dejó en este presente.
En uno de sus últimos escritos (“La Especificidad del Estado en América Latina”, Revista de la CEPAL N°38) el notable sociólogo chileno Enzo Faletto afirmaba que una discusión clave del desarrollo consistía en definir el tipo y posibilidades de endeudamiento; esto es, hay una necesaria vinculación entre el tipo de endeudamiento y el desarrollo deseable. Endeudarse ha sido una constante de los gobiernos de derecha que sólo ha redundado en incrementar la dependencia y acrecentar el poder de los sectores financieros, produciendo además notables procesos de fuga de capitales. Nunca industrialización ni desarrollo. Ese ha sido el modelo económico presentado a la sociedad cada vez que endeudaron (hipotecaron) irresponsablemente al país. Esa constante en la política económica implica, como decía, el modo inserción y relación con el mercado mundial. Por eso cuando Néstor Kirchner canceló el total de la deuda con el FMI en 2006, esos sectores generadores de deuda quienes declaman siempre la importancia de cumplir con los pagos, se alarmaron con esa acción. ¿Contradictorio? De ninguna manera. El objetivo del endeudamiento sistemático es que la economía nacional esté siempre sometida a las condicionalidades de los acreedores, el FMI una especie de primus interparis de los prestadores. Si Argentina cancelaba su deuda ya no sería objeto de las “necesarias auditorias” del mercado mundial y con ello ingresaba en un sendero de una mayor autonomía relativa al menos en esa dimensión, y esa situación genera pánico en nuestros gurúes económicos.
Siguiendo ese razonamiento es consecuente que durante estos últimos cuatro años, los funcionarios del macrismo nos hablaran de mejoras en el déficit fiscal primario, no tomando en cuenta los montos destinados al pago de la deuda externa, como si la erogación para esas obligaciones no provengan de las mismas arcas. No es casual que argumenten que las cuentas públicas, la economía nacional en el fondo, puedan pensarse por fuera del peso de la deuda externa, que ellos han ayudado con creces a incrementar. Para decirlo más crudamente; mientras pagar a los acreedores externos es el primero de los mandamientos de su fe, suponen que puede generarse política económica sin atender esa variable. Quizás allí se encuentre algunas explicaciones de la situación desastrosa que dejaron respecto del endeudamiento. Mientras, los gobiernos que expresan el programa nacional popular, deben dedicar buena parte de sus políticas a administrar esa deuda que le condiciona su accionar ¿Cómo pensar e implementar políticas de desarrollo e inclusión, cuando resta resolver semejante bomba como la deuda actual? Es casi gracioso que se mencione que estos gobiernos se encontraron con situaciones “favorables en términos internacionales” cuando a la vez deben enfrentar una crisis de deuda de magnitudes cada vez más preocupantes. Por eso apelan a una concepción que incluya la dimensión política a la hora de negociar. Por eso hay que saludar el contundente apoyo que en Diputados mereció el pedido del gobierno que logró cosechar votos también en casi toda la oposición. A la vez esa situación llama la atención la poca visibilidad que le tema deuda externa adquiere a la hora de analizar el desarrollo de nuestro sistema político: llevamos décadas discutiendo el presidencialismo desde la ciencia política y casi no hemos dicho una palabra sobre lo que significa la deuda externa para la conformación de la política nacional y la gestión de gobierno.
Finalmente en el presente no debe descuidarse el escenario regional. Alfonsín había intentado propulsar, al calor de la transición, un club de deudores aunque finalmente no prosperó. Néstor Kirchner y Cristina Fernández gobernaron durante un excepcional marco regional de líderes populares. No es lo que le ha tocado en suerte a Alberto Fernández con una región poblada de nueva inestabilidad, golpe de Estado y presidentes devotos de la intolerancia pero también del neoliberalismo. La deuda externa es ya un tema constitutivo de la política en la región; el gobierno abre otra vez una negociación anclada en la perspectiva nacional, construyendo un nuevo capítulo de cara a un futuro que merece construirse.