La semana pasada nuestros medios serios nos ofrecieron un nuevo Nado Sincronizado Independiente (NSI), el simpático sistema que permite que muchos periodistas diferentes lleguem a la misma conclusión pero de forma independiente. La razón fue el #FideoGate, la compra de alimentos por parte del Ministerio de Desarrollo Social por encima de los precios testigo. El ministro Arroyo explicó que decidieron privilegiar la urgencia por sobre el precio pero el gobierno finalmente decidió anular la licitación y echar a 15 funcionarios del área de compras, que luego fueron tratados de delincuentes en prime time. En los programas de televisión, al menos por unos días, los pobres dejaron de ser planeros y vagos para transformarse en víctimas de funcionarios inescrupulosos.
Esta semana supimos gracias a una investigación de la revista Noticias que el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires compró barbijos por encima del precio de mercado. Esta vez, sin embargo, no hubo Nado Sincronizado Independiente (NSI). Entrevistado el mismo día por Luis Majul, el Jefe de Gobierno porteño no tuvo que responder ninguna pregunta incómoda referida al tema de parte del célebre periodista que sí tuvo tiempo de hablar de los fideos sobrevaluados de Arroyo. Fue Diego Santilli, vicejefe de gobierno, quien explicó que frente a la emergencia, la Ciudad decidió privilegiar la urgencia antes que el precio de los insumos. Es decir, la misma explicación por la que los medios, afónicos con Larreta, crucificaron a Arroyo. Se trata del fenómeno conocido como indignación selectiva y se estudia en la Anthony Hopkins University.
Pese a todo no deberíamos ser demasiado severos con nuestros medios serios. Esta semana llevaron adelante una tarea titánica: denunciar tanto el proyecto de impuesto a las grandes fortunas como la propuesta de renegociación de la deuda lanzada por el gobierno. Poner la cara en defensa del patrimonio de los 15.000 argentinos más ricos en plena pandemia y con 40% de pobreza no es una tarea para tibios.
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Pero no sólo nuestros periodistas serios dieron todo de sí, también lo hicieron los economistas ídem. Para salir de la crisis del coronavirus algunos propusieron recortar sueldos y jubilaciones, y reducir el gasto público; es decir, hacer exactamente lo mismo que proponían sin crisis, ni coronavirus.
El ineludible Juan Carlos de Pablo afirmó: “Desde el punto de vista conceptual, decirle hoy a un tipo que tiene 32.000 problemas que tiene que pagar impuestos porque tiene la mala suerte de ser rico es una locura total, que va a enardecer los espíritus, que van a recolectar cuatro mangos porque no lo van a pagar.” No deja de asombrarnos que desde el mismo sector que se queja por la falta de seguridad jurídica se anuncie tan livianamente una eventual rebelión fiscal. Pero en el fondo, De Pablo tiene razón. No debe ser fácil padecer la mala suerte de formar parte del 1% más rico del país. Un tormento que, además, suele ser hereditario.
Lo extraño es que De Pablo se oponga al nuevo impuesto: gravar las grandes fortunas podría servir para que esa pobre gente pletórica de problemas comparta su mala suerte con el resto de la ciudadanía.
Imagen: Nado Sincronizado Independiente (NSI) de nuestros medios serios (cortesía Fundación LED para el tratamiento de la Fundación LED)