La división sexual del trabajo es el corazón del patriarcado. Esto quiere decir que solo por el hecho de ser mujer, se espera que nosotras nos dediquemos a cuidar a niños y niñas, a personas mayores o discapacitadas, a limpiar, cocinar, lavar, planchar, comprar la comida, y todo tipo de pequeña actividad del hogar que para muchos parecen insignificantes. “Eso que llaman amor, es trabajo no pago”, así lo expresa el movimiento de mujeres en muchas paredes de nuestro país.
Las mujeres casi por designación divina debemos realizar tareas del hogar, o trabajos de cuidados, y los hombres tienen que trabajar y traer recursos al hogar. Esta construcción social es altamente funcional al sistema capitalista, quien se olvida de que los trabajadores y trabajadoras son personas con necesidades humanas y afectivas. La economía feminista pone en discusión justamente cómo el sistema económico debiera incorporar el valor agregado que generan todos los trabajos de cuidados no remunerados que realizan en su mayoría las mujeres. Por cierto, hay estimaciones de que si se pagara el trabajo reproductivo, este equivaldría al 30% del producto interior bruto del país.
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Pero, ¿qué pasa cuando las mujeres se incorporan al mercado laboral? Lo hacen sin dejar de lado su mochila de cuidadoras profesionales. Y esto tiene varias implicancias, tres en particular.
En primer lugar, las mujeres cuentan con una doble jornada de trabajo: la de cuidados del hogar (o tareas reproductivas) y la laboral. En la última encuesta de usos del tiempo de la Ciudad de Buenos Aires, se estima que las mujeres dedican en promedio cinco horas a trabajo de cuidado (mantenimiento del hogar y cuidado a otras personas), mientras que los hombres destinan menos de tres. Pero más grave aún es la situación de las mujeres de menores recursos económicos, aquellas del primer quintil de ingresos destinan siete horas diarias a tareas de cuidados, mientras que los mujeres del quintil más alto dedican tres horas.
En segundo lugar, las mujeres ingresan al mercado laboral en menor cantidad (el 38% de las mujeres trabajan o buscan trabajo, mientras que el 47% de los hombres lo hacen) y lo hacen de manera más precarizada, con horarios más flexibles, y con mayor informalidad. La informalidad entre las mujeres es del 36% mientras que es del 31% para los hombres. Las mujeres ingresaron históricamente en trabajos a su vez relacionados con la idea de ser cuidadoras: maestras, enfermeras, trabajadoras de casas particulares. Estos trabajos, como el propio trabajo reproductivo, son socialmente menos valorados y sus salarios y condiciones laborales suelen ser peores. (datos INDEC – informe CEPA)
En tercer lugar, la mochila de los cuidados hace que ellas sufran la discriminación en los puestos de trabajo, impidiendo que las mujeres lleguen a ocupar altos puestos directivos, de toma de decisiones, tanto en el sector privado como en las propias estructuras del estado. Esto lleva a que el decil más rico de nuestro país (el 10% de mayores ingreso), el 63% sean hombres y concentran el 20% de todo el ingreso. En cambio, por la precariedad laboral y la exclusión del mercado de trabajo, del 10% más pobre, el 68% son mujeres. Es decir, la pobreza y la desigualdad también tiene impacto diferencial sobre las mujeres.
La división sexual del trabajo, a partir las tres implicancias nombradas, conllevan a que las mujeres en promedio tengan menos que los hombres. La llamada brecha salarial quiere decir que en promedio el total de las mujeres ganamos el 30% menos que el total de los hombres que trabajan. La causa, la mochila de los trabajos reproductivos.
Si las mujeres no conseguimos entrar al mercado laboral en las mismas condiciones que los hombres, va a ser muy difícil ganar lo mismo. Sí, necesitamos que haya mujeres CEOs, mujeres en directorios, presidentas de empresas, y en altos cargos del estado para romper el techo de cristal. Pero también necesitamos que no haya mujeres en el suelo pegajoso del patriarcado. Esto quiere decir que principalmente las mujeres de menores recursos deben poder contar con trabajos de calidad, con salarios mínimos, con sindicatos que las defiendan, con paritarias libres, con menor precariedad y menor informalidad.
¿Serían las políticas de empleo suficiente? Evidentemente no, hasta que no rediscutamos qué hacer con las tareas de cuidado no avanzaremos hacia la igualdad. Porque somos las mujeres las que substituimos las tareas de un estado del bienestar ausente. Cuando hay recortes en salud, en prestaciones del PAMI, en servicios de jardín y guarderías, en educación en general, cuando se necesitan comedores comunitarios, cuando el estado no está, allí aparece el ejercito de reserva de las mujeres, cuidando a la sociedad. Es indispensable pensar que los hombres se incorporen a las tareas de cuidados, con licencias por paternidad, o por cuidado de familiares enfermos, de igual extensión que el de las mujeres. Pero no es suficiente si no planteamos hay un estado del bienestar presente.
Entonces, si la brecha salarial proviene de la división sexual del trabajo, y la mejor manera de cerrarla es con salarios mínimos, sindicatos, mejores condiciones laborales y programas sociales como la asignación universal por hijo, las pensiones por discapacidad, las escuelas, colonias, centros de jubilados y geriátricos; ¿por qué el gobierno de Cambiemos que recorta derechos pretende eliminar la desigualdad económica solo con una ley? La verdadera emancipación de las mujeres requiere de gobiernos que alivien sus tareas de cuidados, que garantice derechos y que generen condiciones de empleo digno.
Por último, si la brecha salarial y la discriminación de las mujeres en el mercado laboral se explica por la carga de trabajo reproductivo, y es principalmente el hecho de tener hijos e hijas lo que muchas veces expulsa a las mujeres de sus carreras profesionales o laborales, ¿por qué no podemos las mujeres decidir libremente si continuar o no con un embarazo no deseado? El aborto legal, seguro y gratuito tiene que dejar de ser un privilegio de ricos para ser una política de salud pública, que salve vidas y que le permite a las mujeres de menores recursos despegarse del suelo pegajoso del patriarcado. Sin educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, y aborto legal y seguro para no morir, no habrá brecha salarial que pueda cerrarse.