Los mega acontecimientos que se han registrado estas semanas en la Ciudad de Buenos Aires muestran una parte de la realidad, pero nos ilustran sobre otros muchos aspectos del país real en el cual vivimos.
Un sentimiento generalizado
Es frecuente escuchar de empresarios, comerciantes, profesionales, trabajadores, jubilados y de las personas en general referirse al 2018 como un año para olvidar, expresando el deseo de que termine de una buena vez.
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Las razones son variadas y algunas sin duda tienen que ver con alternativas particulares de cada uno de nosotros, pero existe un común denominador que está en la base de reflexiones de esa índole y que las emparenta.
Las dificultades crecientes para llevar adelante nuestras vidas, proyectos y anhelos, la misma existencia, son producto de una situación cada vez más crítica que atraviesa la Argentina y que marca un claro retroceso que pareciera no tener límites. A los padecimientos individuales, variados por cierto en intensidad, se suma un contexto de desaliento y la constatación de que lo que nos sucede también le ocurre a la mayor parte de la población.
Se hace muy difícil, y hasta imposible, afrontar gastos corrientes que hasta no hace tanto no tenían incidencia decisiva en nuestra economía familiar. El trabajo escasea, el empleo formal cae en picada y se genera el fundado temor de quienes lo poseen de que si lo pierden será casi imposible obtener uno nuevo.
Acceder a una vivienda propia es quimérico, los alquileres constituyen –cuando se consigue alquilar- una pesada carga, ir al supermercado siempre nos depara sorpresas y la angustia al llegar a la caja por no estar seguros de si, finalmente, podremos irnos con todo lo que –aunque cada vez menos- pusimos en el carrito.
Observar las actitudes en las calles, las caras en el subte, tren o colectivo, la irascibilidad de la gente, las locuras cotidianas de los que conducen vehículos, poco nos anima a salir de casa y menos nos impulsa a permanecer fuera de ella aunque también notemos que nuestros hogares se vacían de alegría.
¿Por qué tener memoria?
¿Qué pasó en el 2018? ¿Cómo se nos ha desorganizado tanto la vida?
Se acható el colchón en que descansábamos hasta 2015, nos consumimos lo poco o mucho que habíamos juntado. Lo que nos ocurrió a nosotros también le sucedió a muchos otros y al país.
Es cierto que vivíamos un proceso inflacionario creciente desde el 2014, pero nuestros ingresos lo acompañaban En cambio, 2018 cerró un ciclo regresivo que ya se advertía un año antes y puso a la vista de todos una estanflación, o sea una hiperinflación (próxima al 50% anual) junto a una marcada recesión que nos agobia.
No se trata de una intelectualización de la realidad, es una cruda precepción cotidiana con las noticias de cierre de empresas en todo nuestro territorio con especial repercusión en ciudades pequeñas, en donde el impacto es mayúsculo para centenares de familias. Las personas en situación de calle que viene aumentado en proporciones inconcebibles o que deben acudir a merenderos barriales y comedores comunales con todo lo que ello significa para la dignidad humana. El tránsito creciente y permanente de los que hurgan en la basura para proveerse algún alimento o cartonean para acceder a algún mísero ingreso económico.
La miseria y el empobrecimiento general, mal que le pese al oráculo Dujovne, no presagia estabilidad institucional porque los argentinos siempre han demostrado no ser un Pueblo que permanece impávido frente a las penurias y a los abusos de los poderosos a pesar de los costos personales que esa rebeldía depara.
La violencia social aumenta estimulada por la violencia institucional y particularmente por la que caracteriza a las fuerzas de seguridad. Detenidos por portación de cara o por su nacionalidad estigmatizada, heridos con motivos de protestas a todas luces legítimas y las más de las veces desesperadas, muertos por el gatillo fácil policial impune y alentado por las jefaturas políticas.
Es un año para recordar y para tener memoria, tanto retrospectiva por la forma en que vivíamos hasta no hace tanto tiempo como, muy especialmente, en el futuro próximo a la hora de decidir en qué país, en qué sociedad, pretendemos vivir y ofrecer a nuestros hijos.
El bombardeo mediático, usina de la mentira ahora llamada “posverdad”, no facilita la memoria, pero un repaso desapasionado y mínimamente criterioso de las alternativas que han rodeado nuestra existencia en los últimos 15 años seguramente ayudará a sortear blindajes de aquella especie. Permitirá distinguir si tanta malaria proviene de una pesada herencia o nos han desheredado los hijos pródigos que se afanan –más exactamente nos afanan- con el sólo objeto de seguir enriqueciéndose y en mucha mayor medida enriquecer a los Poderosos a los cuales sirven como lacayos.
Es recomendable volver a ver el debate entre Scioli y Macri, fragmentos del cual vienen viralizándose en las redes sociales, para luego cotejar quien acertó en el pronóstico de lo que podíamos esperar del Cambio y quien con absoluto descaro acusaba al otro de mentir atribuyéndole ser parte de la -entonces llamada- campaña del miedo, redoblando la apuesta sobre los augurios de bonanzas futuras.
Ni olvido ni perdón
La UIF (Unidad de Investigación Financiera) exige que se justifiquen transferencias de más de $ 120.000, al punto que hasta debe hacerlo (adjuntando, por ejemplo, un acuerdo conciliatorio celebrado en tribunales) un trabajador al cual, por orden de un juez laboral, se dispone transferir una suma de la sucursal del Banco Ciudad que recibe exclusivamente depósitos judiciales a otra de la misma entidad encargada de abrir una caja de ahorro gratuita al trabajador titular de ese crédito.
Mientras que los permanentes lavadores de activos se manejan cómodamente con los bancos que los sirven para concretar tales propósitos, sin que nada se investigue al respecto ni sobre las sociedades off shore que pululan a ojos vista. Los mismos bancos que, a pesar del empobrecimiento general, obtienen ganancias extraordinarias que fueron un 73% superior en septiembre para el período bianual 2017/2018, representando $ 118.724 millones de los cuales el 78% provinieron del cobro de intereses.
La usura tiene carta de ciudadanía, tiene responsables de promoverla, tiene endeudadores seriales que pergeñan esos negociados, tienen beneficiarios locales e internacionales.
La interesada cooptación que habilitan legisladores de la oposición para legalizar el ajuste depredador de un Presupuesto previamente aprobado por el FMI, o al sumarse al discurso antiderechos pidiendo que se reprima como en los países serios, está –y debe seguir estando- grabado en la memoria, esa Memoria Colectiva a la que aludía una canción de León Gieco.
Los jueces muestran más preocupación por el pago del impuesto a las ganancias, que por cumplir su cometido constitucional de ser garantes de nuestros derechos y por rescatar el Poder que integran de la oprobiosa imagen que ofrece a la sociedad.
Se cierra el caso Maldonado como si se tratara de un descuido de quien, sin saber nadar, abstrayéndose de la temperatura del agua y llevado por un temerario deseo de inmersión y careciendo de la ropa apropiada, se zambulló en el río.
Los juicios de los genocidas se prolongan décadas, habilitándose todo tipo de chicanas y disponiendo prisiones domiciliarias de quienes tienen condenas firmes por delitos de lesa humanidad. A la par que se consiente el hacinamiento en Comisarías de presos comunes, procesados sin condena, sometidos a tratos crueles y expuestos a riesgos de vida como los que murieron calcinados sin auxilio alguno.
Los jueces del trabajo se acomodan a los tiempos, cuidando sus quintas, mirando al costado ante las violaciones de derechos fundamentales, aceptando la constitucionalidad del Sistema de Riesgos del Trabajo agravado por la Reforma del año 2017 y con argumentos retóricos que sólo podrían admitirse si se pensara que nunca han salido de sus despachos, ni han tomado conocimiento de las ostensibles corruptelas que son el pan de cada día.
De conquistadores y libertadores
La organización del G-20 sólo se concibió en una ciudad sitiada, vaciada de sus pobladores, sin expresión visible de las fundadas protestas que despierta un Grupo de países y Organismos Internacionales que se alimentan de la expoliación de las riquezas del resto de los países del Mundo.
La escena montada no estuvo exenta de episodios tragicómicos. El asalto a un experto canadiense en estas cumbres, que el Ministro de Economía recomendara a ciegas –envuelto en un imprevisto apagón que oscureció su disertación- la inversión en Argentina que a todas luces –o no tanto- estaba en pleno despegue a pesar del conflicto con los gremios aeronáuticos. Los problemas de tránsito protocolar y el extraño francés de la Vicepresidenta al darle la bienvenida al Presidente de Francia; para después lamentar perderse las fotos en ese Foro, por la ingrata misión de representar a la Argentina en la asunción del flamante presidente de Méjico, López Obrador.
A una semana del cautivante encuentro internacional, debía jugarse un partido de fútbol sin precedentes: la final de la Copa de Libertadores entre Boca y River. Las razones de que se haya frustrado no han sido esclarecidas. No pueden descartarse conspiraciones, intervención furtiva cometida –o cometeada- por funcionarios policiales o de servicios de inteligencia, todopoderosas –empoderadas por los dirigentes de los Clubes- barras bravas despechadas e intervención de otros actores extra futbolísticos.
Pero lo que está fuera de discusión es la desastrosa organización de la seguridad, como la vocación de las fuerzas del orden por reprimir a mansalva aunque sea a destiempo, a personas por completo ajenas a los disturbios o incluso a sus víctimas iniciales –los jugadores de Boca Junior que estaban en el autobús, gaseados-.
La CONMEBOL resolvió que la final no se jugará en Argentina ni en otro país de la región, sino en España. Sí, la Copa Libertadores de América tendrá por sede Madrid, en nuestra antigua Metrópolis de la que nos liberamos a pesar de las “angustias” de San Martín, como el revisionista Macri le confesara al impresentable y ex rey Juan Carlos.
Los recuerdos del Bicentenario de la Revolución de Mayo se nos presentan como una contracara, no sólo entre coloniaje y soberanía, sino como una fiesta popular con millones de personas en las calles, sin incidentes de ninguna naturaleza, con Presidentes, Ministros y todo tipo de funcionarios argentinos y de otros muchos países compartiendo los festejos con gente de la más variada condición social.
Otra Argentina es posible, la hemos disfrutado y nos ha costado mucho alcanzarla. No dejemos que nos sigan robando, muy especialmente la alegría y la esperanza. En nuestras manos está recuperarla.