El ministro de Hacienda y Finanzas, Nicolás Dujovne, asistió a la comisión bicameral que analiza la deuda externa en el Congreso, después de que Cambiemos se negara a discutir el programa de asistencia financiera del Fondo Monetario Internacional (FMI) en sesión parlamentaria. ¿El saldo? Más de lo mismo. Reafirmar el rumbo de un modelo económico que no solo da cuenta de la crisis cambiaria actual, sino que resulta también el eje sobre el que empeoran las condiciones socioeconómicas de la población y la sostenibilidad misma del proceso a futuro.
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En efecto, a través de un argumento que por trillado no deja de ser peligroso, el ministro hizo y hace del déficit fiscal la causa última de los desequilibrios macroeconómicos en Argentina, y del ajuste su respuesta definitiva. Nada dijo de los efectos de la apertura de la economía, de haber quitado los diques de contención para que los capitales golondrinas entre y salgan de un casino cuya única fuente de ingresos es el endeudamiento, sin mención alguna sobre las posibilidades reales de hacerle frente a mediano y largo plazo. Mucho de finanzas, poco y nada de desarrollo.
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Lo cierto es que en poco más de dos años de gestión se duplicaron las necesidades de dólares en nuestro país, que se van por los desbalances en materia comercial, flujos de capitales de corto plazo y una fuga que no cesa y ya supera los 70 mil millones de dólares. Durante el mismo período, la devaluación, la quita de retenciones y el tarifazo aceleraron asimismo la inflación, que para cualquier laburante acumula ya más del 100%, superando incluso el 120% en el decil de menores ingresos. Se erosiona la estructura ocupacional, los salarios e ingresos reales están por debajo aún de los niveles de 2015, y empeora la distribución del ingreso, revirtiendo al alza nuevamente la incidencia de la pobreza. Cuesta trabajo entender las menciones de Dujovne a una economía sólida.
La apuesta es simple: corrigiendo la brecha fiscal, irán bajando las presiones sobre el frente externo, sobre la inflación, aumentará la confianza y la demanda de dinero, allanado el camino a la recuperación económica. Si además perdemos el ¨miedo a flotar¨ tendremos en el tipo de cambio un aliado central para amortiguar otros shocks externos como el que vivimos, haciendo que los desequilibrios en el balance de pagos sean transitorios. Adiós a décadas de restricción externa, regímenes de alta inflación, volatilidad, desigualdad y pobreza.
¿Es así? Hagamos un simple ejercicio sobre los parámetros estructurales con los que opera la economía argentina. Nuestro país muestra una imposibilidad crónica para crecer de forma sostenida si se respetan las brechas, esto es si se ajusta el gasto a lo que se recauda, la inversión a lo que se ahorra (que nos perdone Keynes) y las importaciones a lo que se exporta. Hablamos de un equilibrio que se desequilibra rápidamente, con caída en producto por habitante, subas en el ratio deuda a PBI y aumento sostenido del desempleo. Más aún, con estos parámetros el ajuste fiscal puede que no solo no te garantice el equilibrio externo, sino que incluso puede ensancharte los problemas de sostenibilidad del sector público, más si en este último recae el único rubro que el gobierno no parece considerar a la hora del ajuste: los intereses de la deuda.
De ahí el peligro, y la convicción que estamos en el tren equivocado. El ministro insiste con el problema fiscal, pero no pudo ni supo contestar de forma consistente la pregunta de cómo dar vuelta el déficit de cuenta corriente, no por caída de actividad (y de la demanda de importaciones) sino a través de un programa de crecimiento, con generación de dólares genuinos. Se equivoca. Nos sube nuevamente al Titanic, donde - se sabe - no hay botes para todos, ni financieros ni reales.
Entendemos que el desarrollo de un país es un proceso único, dinámico, que no cualquier contexto macroeconómico lo hace viable, que hay múltiples interacciones entre macro, meso y microeconomía, y que con las finanzas no alcanza. Que dada la realidad estructural de la economía argentina no pueden separarse la dinámica financiera de los enormes desafíos que perduran a nivel estructural, obligando no solo a reconsiderar las regulaciones macro prudenciales (que la nueva categoría de país emergente nos viene a invalidar) sino también la necesidad de conducir el cambio estructural.
Es en este marco, planteamos la necesidad de cambiar el modelo. El nivel de endeudamiento externo del gobierno actual no guarda relación alguna con la capacidad de pago de la economía argentina, y en la medida que no se apunte a la verdadera esencia de los desequilibrios macroeconómicos no podrán evitarse además ni la dolarización de la riqueza que se genera ni la fragilidad financiera que ello conlleva.
De ahí la necesidad de poner el carro detrás del caballo. Atacar las brechas (externa, de inversión - ahorro, fiscal, distributiva y de empleo) de forma simultánea mientras opero - apoyo financiero externo mediante - hacia el cambio de los parámetros. Demanda efectiva pujante y transformación estructural. Política fiscal para inducir mayor demanda agregada y mejoras distributivas (incentivando inversión y aumentos de productividad). Política monetaria para la estabilidad financiera y externa. Política cambiaria y de ingresos para evitar la volatilidad de precios e ingresos. Política industrial y tecnológica para hacerlo sustentable en el tiempo.
Eso es desarrollo. Y en Argentina hoy vamos para otro lado.
* Delfina Rossi y Sergio Woyecheszen, economistas.