Crisis y elecciones 2019: el mundo fantástico de la estabilidad del dólar y el deterioro del trabajo

La economía preelectoral está "atada con alambre" mientras el Gobierno defiende la idea de que el ajuste del FMI están dando resultados. 

23 de junio, 2019 | 08.10

  La realidad económica se volvió extraña. Pocas veces fue más palpable en economía la máxima nietzscheana “no hay hechos, hay interpretaciones”. Pocas veces en la historia reciente la vida cotidiana y material estuvo tan separada del relato gubernamental. La repetición de los diagnósticos y pronósticos fallidos resulta por lo menos sorprendente. Tanto como que algunos economistas los repitan por cuarto año consecutivo sin ponerse colorados.

  El núcleo del discurso es que el deterioro producido en todos los indicadores reales de actividad, trabajo e ingresos por el ajuste sacrificial en el altar del FMI estaría finalmente dando sus frutos y que ello se expresaría en la nueva estabilidad del precio del dólar. Agregan que esta estabilidad es la que permitirá que mes a mes baje lentamente la inflación, lo que sumado a algunos anabólicos para el consumo, posibilitará llegar a las elecciones en un nuevo y revitalizado clima social. Luego, si el oficialismo se impone en las elecciones, podrá finalmente redoblar las políticas más duras que siempre quiso aplicar: más reducción de las funciones del Estado, reforma laboral, vuelta de las AFJP y privatizaciones varias.

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  En este escenario se dejan trascender encuestas de dudosa factura en las que, gracias a la presunta nueva estabilidad, la imagen presidencial se habría disparado nada menos que 10 puntos, como ocurriría frente a un gran cambio del clima social, mientras que la de la principal líder opositora se desplomaría 7 puntos. Quienes construyen este relato oficialista parecen desconocer las reglas básicas no escritas de la literatura fantástica: para ser efectivo y creíble incluso el relato fantástico debe tener elementos de realidad.

  Si la clave de todo el relato es el dólar, vale la pena detenerse en los componentes reales de la estabilidad de su precio. El primero, que planchó las expectativas de disparada de corto plazo luego de que la divisa alcance los 47 pesos, fue la autorización del FMI para salirse del sistema de bandas cambiaria y de topes máximos de intervención. Desde entonces el Banco Central viene perdiendo Reservas Internacionales a un promedio que ronda los 1000 millones de dólares semanales. El segundo elemento es que hasta julio-agosto seguirá la liquidación de la cosecha, lo que significa el goteo de liquidaciones diarias constantes. La tercera fue la colocación de bonos en pesos que pagan la misma tasa que las Leliq (Botapo) y la cuarta es la reactivación del carry trade o bicicleta. La clave aquí es la combinación de supertasas con la creencia de los inversores del exterior en que el gobierno hará lo imposible por mantener planchado el tipo de cambio, al menos hasta la primera vuelta electoral. En las expectativas del mercado también pesaron algunos elementos reales, como el giro hacia el centro de la principal oposición, “la gran moderación”, y ficticios, como la creencia en que la incorporación de Miguel Pichetto a la fórmula presidencial cambiemita significaba la construcción de una nueva gran alianza que garantizaba el triunfo oficialista.

  El balance preliminar de la suma de componentes de la oferta y la demanda de dólares, los que determinan su precio, indica que la capacidad de intervención del BCRA depende de recursos prestados finitos, que la liquidación de la cosecha terminará pronto, que sostener con supertasas la demanda de pesos es una compra de tiempo carísima y que en cuanto se produzcan las primeras señales de cambio de tendencia se asistirá a un rápido desarme de las colocaciones de los capitales especulativos. Hablando mal y pronto, el precio del dólar está atado con alambre y depende absolutamente de la voluntad de los mercados financieros, ya que las divisas provistas por la economía real siguen sin alcanzar. Incluso el leve superávit comercial del presente sólo es una consecuencia de la caída de las importaciones como resultado del derrumbe de la actividad. La mínima reactivación del aparato productivo llevará nuevamente la balanza al rojo.

  Mientras todo esto ocurre en el mundo de las finanzas, la economía real continúa su caída. Dado que la sucesión rutinaria de cifras negativas produce un cierto acostumbramiento, es probable que se pierdan de vista algunas magnitudes y transformaciones cualitativas.

  Respecto de las magnitudes parece haber poca conciencia, al menos mediática, de la potencia de la recesión. En el primer trimestre la caída interanual de la actividad fue del 5,8 por ciento, casi el 6. No son cifras de simple recesión, son números de un desplome económico que ya acumula cuatro trimestres.

  Lo cualitativo son especialmente las transformaciones de largo plazo en el mercado de trabajo. El aumento del desempleo urbano abierto no fue tan potente como podía esperarse dada la magnitud de la recesión, apenas superó los dos dígitos hasta el 10,1 por ciento. A ello se suma que los ocupados que demandan empleo son el 17,5 de la PEA (incluye subocupados demandantes) y que los subocupados ya llegan al 11,8 por ciento.

  Comparado con otros momentos de crisis económicas graves estas cifras no se encuentran entre las peores. Lo que sí muestran es un deterioro progresivo del mundo del trabajo que se expresa en la caída de los ingresos y, en consecuencia, del consumo. Que más ocupados y subocupados demanden empleo significa que los ingresos salariales ya no alcanzan y que miembros de los grupos familiares que no trabajaban ahora buscan hacerlo. Por eso también el desempleo es más alto entre los jóvenes y, especialmente, entre las mujeres jóvenes. La pérdida de ingresos no sólo se debe a que las paritarias cierran a la baja, es decir con aumentos salariales por debajo de la inflación, sino a la profundización desde diciembre de 2015 de cambios en la naturaleza del empleo. El dato principal es la pérdida de los empleos de mayor calidad, especialmente en la industria, y el avance del monotributismo.

  En conjunto se trata de procesos sociales que reflejan la pérdida del poder de negociación de los trabajadores frente al capital. Si se compara con crisis como la de 2001 existen menos excluidos, los que además reciben la cobertura parcial de la AUH, pero en contrapartida, quienes “quedaron adentro” están peor, lo que se refleja en un generalizado desánimo social.