Los númerosque difunde el FMI son siempre erróneos, es una tradición. En sus recientes perspectivas sobre la economía mundial confirmó ex post que la economía argentina caería el 2,8 por ciento este año, cifra que ya fue prácticamente confirmada por los datos de actividad económicahasta noviembre que difundió el Indec. El organismo prevé que la contracción se repetirá en 2019, pero la proyecta en el 1,7 por ciento. Decimales más o menos, el producto se contraería, si todo sale bien, casi 5 puntos en dos años. Pero no todo es infierno, para 2020 el Fondo estima una recuperación fuerte del 2,7 por ciento, lo que supondría el éxito improbable del programa recesivo del presente, amén de su continuidad.
Vale la pena detenerse en esta remota predicción de crecimiento. Existe un único camino para que en 2020 la economía rompa la senda recesiva. Para ello se necesitaría un cambio en la política económica y que el gobierno que asuma en diciembre de este año ponga en marcha un programa de expansión de la demanda, lo que presupone terminar con las recomendaciones del Fondo. Ello implica también, entre otros supuestos, atravesar con calma el 2019 para recortar el arrastre estadístico negativo que heredará 2020. Claramente tal programa sólo lo impulsaría un gobierno de otro signo, lo que presupone que en las próximas elecciones triunfe la verdadera oposición. La certidumbre de un triunfo opositor es sólo probable, pero se trata de una probabilidad que excede las capacidades de predicción de la buena teoría económica, no sólo de la mala, que es la que consume el FMI.
Los siempre fallidos números finales no tienen como objetivo final la previsión acertada sino la construcción de expectativas falsas.
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Irónicamente, por decirlo de alguna manera, todas las predicciones del Fondo se basan en los supuestos contrarios. El triunfo de la oposición no aparece como la gran oportunidad para volver al crecimiento, sino como el principal riesgo. También como una amenaza contra el “apetito de reformas” ajustadoras, según se expresó esta semana en el foro de Davos, como por ejemplo la flexibilización laboral y la reprivatización del saqueado sistema previsional, ya que el gobierno comenzó a financiarse a tasa negativa con los recursos de la Anses, la famosa “plata de los jubilados”.
En leve desacargo del FMI, sirve recordar que sus predicciones sobre la economía local no se basan en información propia, sino en la proporcionada por economistas locales, muchos de los cuales son los mismos que generan los datos que nutren el Relevamiento de Expectativas de Mercado (REM) que recopila el Banco Central, otra fuente inagotable de pronósticos fallidos, distorsionados por los flujos de efectivo que ingresan en las cuentas, bancarizadas o no, de las firmas que trafican con información económica más conocidas como “consultoras de la city”. La suma de “distorsiones” se acumulan en el camino y se expresan en los siempre fallidos números finales, cuyo verdadero objetivo, vale reconocer, no es la previsión acertada sino la construcción de expectativas falsas.
A comienzos de 2018, el FMI pronosticaba un crecimiento del 2,5%
Regresando a las proyecciones resulta interesante agregar un ejercicio simple, rara vez incluido en la difusión de los números más recientes, como es recordar las estimaciones que realizaba el FMI apenas hace un año. A comienzos de 2018 y para ese año el Fondo pronosticaba, siempre para la economía local, un crecimiento del 2,5 por ciento. Para 2019 era todavía más optimista, preveía una expansión del 2,8 por ciento. Entre los más de 5 puntos que se crecería en el bienio 2018-19 y los casi 5 de piso de caída que se esperan ahora hay una diferencia nada menos que de 10 puntos, los que no son sólo fríos números, sino también la distancia que separa al cielo del crecimiento lento, pero sostenido, y el infierno de la recesión persistente.
Puede ser que el FMI también forme parte de la citada creación de expectativas falsas, pero debe recordarse que en 2017 la prensa económica internacional, la misma que expresa la opinión mayoritaria del poder financiero global, ya preveía para Argentina los problemas de colocación de nueva deuda que finalmente estallarían entre marzo y abril de 2018. El dato no era un secreto para nadie. Sin embargo, a principios de ese año el FMI, a través de la pluma del mexicano Alejandro Werner, el director del “Departamento del Hemisferio Occidental”, preveía para la región una “recuperación económica en ciernes” impulsada nada menos que por el consumo y la inversión. Para Argentina era un poco menos optimista, esperaba una reducción del crecimiento del 2,8 al 2,5 debido a los planes de ajuste fiscal y monetario tras la expansión pre elecciones de 2017. Además preveía que, si se mantenía la “contención salarial” la inflación, que al parecer también sería un fenómeno de costos, seguiría retrocediendo. Sobre lo que finalmente se expresaría como una crisis de deuda derivada del agravado déficit estructural de la cuenta corriente había pocos indicios. Sólo una línea: “la reducción del déficit fiscal primario debería contribuir a contener las presiones de apreciación del peso y el deterioro de la cuenta corriente”. Pura sarasa que invertía la secuencia del problema. Fue el déficit de la cuenta corriente el que hizo saltar el tipo de cambio ante la imposibilidad de seguir endeudándose en divisas a la velocidad supersónica de los primeros dos años. Al parecer el FMI ni siquiera lo imaginaba.
No se trata de cargar las tintas sobre la formulación de pronósticos que siempre son fallidos porque, como se dijo, su finalidad no es pronosticar, sino crear expectativas. De lo que se trata es de considerar los antecedentes de la credibilidad que tiene la palabra de organismo. Para 2019, que es lo que hoy importa, el mismo Werner escribió esta semana que “la inflación y las expectativas de inflación se encuentran en una tendencia descendente desde octubre, y todo indica que seguirían disminuyendo lentamente en 2019”, otra vez la letra local. “Esto permitiría una reducción gradual de la tasa de interés que, combinada con un aumento del salario real y de las exportaciones, generaría una recuperación de la actividad económica a partir del segundo trimestre de 2019”, otra vez las expectativas falsas.
Lo notable del escrito es la explicación de Werner para su fallido pronóstico 2018, una versión del “pasaron cosas”. “Una sequía severa –dijo– redujo significativamente el producto y las exportaciones agrícolas, y la importante depreciación del peso registrada a mediados de 2018 impulsó la inflación, lo que afectó el ingreso disponible y la confianza de los inversionistas”. Luego, el corte de los flujos de deuda voluntaria y la salida de capitales que no fueron previstos a comienzos de año, es decir esos movimientos en los que se supone el FMI es experto, ni siquiera fueron nombrados para el capítulo local. Mientras tanto, el dato más potente, el plan impuesto por el mismo organismo, se le atribuye al gobierno: “el plan de estabilización del gobierno, basado en políticas monetarias y fiscales revisadas y fortalecidas, ayudó a atenuar las turbulencias financieras y estabilizar el tipo de cambio”. Es verdad, después de nada menos que duplicar su precio en pesos el dólar se encuentra, por ahora y sólo por ahora, estable gracias a la aguda de dos factores: la recesión y a los desembolsos del Fondo. Palabra del FMI.-