Los eventos internacionales que reúnen a líderes de todo el mundo a veces son los mejores escenarios para sellar alianzas o reconciliaciones con apenas una imagen, un gesto o una conversación al pasar. Pasó hace solo unos días en la COP27, la cumbre climática que cerró este fin de semana en Egipto, cuando una seguidilla de apretones de manos, sonrisas y charlas amigables del presidente de Venezuela Nicolás Maduro con dirigentes de Europa y Estados Unidos desnudaron una incipiente rehabilitación de esas potencias. Ahora, en su primer día oficial, el Mundial de Qatar se reveló como el contexto ideal para dejar atrás a dos importantes crisis bilaterales que tuvo Medio Oriente en los últimos años: Arabia Saudita-Qatar y Turquía-Egipcio.
El invitado de honor, un príncipe heredero con sangre y petróleo en las manos
La primera reconciliación llegó con la inauguración. Ahí, junto al emir qatarí Tamim bin Hamad Al Thani y el presidente de la FIFA, el suizo Gianni Infantino, se encontraba sentado, como invitado especial, el príncipe heredero de Arabia Saudita, Mohamed bin Salman, un joven dirigente que no solo fue rehabilitado ante los ojos del Gobierno de Estados Unidos en las últimas semanas por la crisis energética global que desató la guerra entre Ucrania y Rusia, sino que además este domingo dejó definitivamente la guerra diplomática y comercial que encabezó contra Qatar en 2017.
En junio de ese año, con Arabia Saudita a la cabeza, Emiratos Árabes Unidos, Bahrein y Egipto rompieron relaciones diplomáticas con Qatar, se cancelaron todos los vuelos que conectaban esos países y le impusieron un embargo comercial, que dañó significativamente la rica económica de la pequeña monarquía, aunque también la de sus vecinos del Golfo Pérsico. La razón de la ofensiva contra Qatar fue que, con el nuevo liderazgo del joven príncipe saudita, se inauguró una agresiva política de aislamiento y confrontación con Irán, la potencia rival regional de Arabia Saudita, y de todos los que esa monarquía ve como sus aliados, entre ellos Qatar.
La ahora sede del Mundial de fútbol comparte y explota unas masivas reservas de gas con Irán, y se negó a sumarse a la política agresiva impulsada por Bin Salman y el entonces presidente estadounidense, Donald Trump.
Tuvo que cambiar el contexto regional y global -Trump perdió las elecciones y, durante un tiempo, Bin Salman vivió un áspero clima de críticas internacionales de sus aliados por el asesinato de un periodista con ciudadanía estadounidense en el consulado saudita en Estambul a manos de funcionarios enviados por el propio príncipe heredero- para que la crisis que había tensado las relaciones en todo el Golfo Pérsico se relajara y finalmente el embargo comercial a Qatar se levantara el año pasado. Poco a poco, las relaciones diplomáticas fueron restableciéndose y las fronteras volviendo a abrirse.
El final de la crisis posgolpe en Turquía
La segunda reconciliación llegó poco después cuando otros dos invitados especiales de la inauguración se cruzaron en un pasillo: los presidentes de Egipto y Turquía, Abdel Fatah al Sisi y Recep Tayyip Erdogan, respectivamente. Sonrientes, se apretaron la mano y se saludaron por primera vez desde que en 2013, cuando el entonces jefe del Ejército egipcio lideró un golpe de Estado contra el primer Gobierno democráticamente electo de ese país que conecta Medio Oriente con África. El derrocado, Mohamed Morsi, estaba apoyado por el movimiento islamista Hermanos Musulmanes, que contaban con el apoyo del Gobierno turco de Erdogan, que por entonces se reivindicaba como referente de la vía demócrata del islam político.
El golpe, que estuvo acompañado por fuertes movilizaciones populares que rechazaban la gestión de Morsi pero que terminó con un baño de sangre en las calles, desembocó no solo en el inicio del poder absoluto de Al Sisi -quien luego se relegitimó en las urnas en elecciones denunciadas por la oposición-, sino que también provocó la ruptura de las relaciones diplomáticas bilaterales.
Ya el año pasado se habían registrado los primeros acercamientos entre los dos dirigentes, cuyos perfiles no son tan disímiles -autoritarios pero pragmáticos-, pero en este primer día del Mundial de fútbol aprovecharon para dejar atrás, ya de manera más contundente, el conflicto.