Argüello sobre la alineación de Milei con Estados Unidos: “Nadie nos pidió tanto”

El ex embajador argentino en EE.UU publicó un nuevo libro luego de su última experiencia en Washington y analizó el escenario electoral en ese país y la transformación de las relaciones bilaterales con Argentina a partir de la llegada de Javier Milei. 

20 de mayo, 2024 | 00.05

Jorge Argüello fue dos veces embajador en Estados Unidos y siguió de cerca cuatro administraciones estadounidenses: las de George W Bush, Barack Oobama, Donald Trump y Joe Biden. Tiene la vista entrenada para captar procesos en formación y analizarlos. De allí que luego de su última gestión como embajador en Washington, que terminó en diciembre del 2023, publicó Las dos almas de Estados Unidos: viaje al corazón de una sociedad fracturada donde planteó que hay posiciones que hoy parecen irreconciliables y por eso ve a las  elecciones de 2024 serán un "test de fuerza" que pondrán a prueba la capacidad del sistema democrático estadounidense. 

Desde su oficina en Buenos Aires, como presidente de Fundación Embajada Abierta, Arguello recibió a El Destape y desarrolló algunos puntos guía para analizar las elecciones de noviembre que enfrentarán a Trump y Biden. Opinó que no hay lugar para terceras posiciones o propuestas independientes y reflexionó sobre la dificultad para renovar liderazgos. También dedicó un rato a las relaciones bilaterales entre Argentina y Estados Unidos y las implicancias del torbellino de Javier Milei en la política exterior. 

-Terminaste el libro a fines de 2023, cuando, si bien estaban delineadas las candidaturas, aún no estaban definidas. Hoy con un Joe Biden y un Donald Trump consolidados, ¿cómo ves el escenario?

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Estados Unidos esta atravesando, como la mayoría de las democracias occidentales, un proceso de fragmentación y polarización. Solo que en EE.UU adquiere una intensidad distinta de la que se verifica en la Argentina. En EE.UU cuando se habla de grieta se habla de valores muy profundos, casi diría constitutivos de la identidad americana: son modos de ver a dios, modos de ver la educación de los hijos, modos de ver el impacto de la inmigración en la población blanca y protestante. Es decir: conmueve las fibras más íntimas de esa ciudadanía. 

-A lo largo del libro hablás de un proceso de calcificación de las identidades políticas y al mismo tiempo sostenés que es un fenómeno de la historia reciente, ¿Cómo fue ese recorrido en EE.UU?

Si yo tuviera que decir cuando inició la grieta estadounidense, es difícil precisarlo pero fácilmente me puedo remontar años atrás, a los '90, cuando gobernaba Bill Clinton. Recuerdo el rol que le cupo al entonces jefe de la bancada republicana, que después se convirtió en presidente de la sala de representantes del Congreso; era un tipo que se caracterizaba por la dureza de su discurso, por sostener posiciones ultra conservadoras; los corría a todos por derecha y era un fenómeno nuevo dentro del Partido Republicano. Pasaron los años y en 2008/2009, ya durante la gestión del presidente Barack Obama, apareció el movimiento Tea Party que de alguna manera es una continuación de lo que expresaba aquel jefe de bancada en los '90. Al Tea Party, lo sucedió Donald Trump que dejó de ser un aportante del Partido Demócrata para ser candidato a presidente republicano y eso continuó con una apropiación por parte de Trump del Partido Republicano. Hoy el partido es trumpista. Por eso digo que las elecciones presidenciales del 2024 no van a ponerle punto final a la grieta porque así como llevó generaciones cavarla, va a llevar generaciones cerrarla. 

-¿Es posible pensar que las terceras posiciones o candidatos independientes puedan romper la lógica de la grieta? 

Lo veo difícil porque en los procesos de polarización todo tiende a cristalizar la rigidez de las posiciones iniciales. Entonces: "O estás con una de las almas de EE.UU o estás en la otra". No veo en este momento lugar para opciones independientes. A eso se suma que hay una evidente dificultad para renovar los liderazgos. Estamos hablando de dos candidatos: uno tiene 78 y va a cumplir 79 y el otro tiene 81 y va a cumplir 82. 

-¿Por qué crees que está siendo difícil renovar liderazgos?

Si bien ha habido varios aspirantes en ambos partidos, lo que pasa es que el liderazgo de Trump es tan fuerte que opaca cualquier otra alternativa. Una joven promesa para el Partido Republicano, que él creía ser una expresión del post trumpismo era Ron DeSantis pero no pudo, no es que no quiso. Mientras que en el Partido Demócrata también hubo distintos aspirantes pero todos quedando en el camino. Yo me di cuenta de una cosa: Biden es candidato a presidente producto de su voluntad política personal. No es que el partido decidió que no había mejor candidato. Biden tiene la íntima convicción de que él le va a volver a ganar a Trump y no hubo, en todo caso, una voluntad política dentro del su partido que se opusiera a esa fuerte voluntad política personal de Biden.

-¿Cómo explicás que Trump no pierda apoyo electoral a medida que acumula causas judiciales?

Ese fenómeno no solo se verifica en la interna del Partido Republicano, se verifica también en la sociedad. Trump tiene 91 denuncias penales que se corporizan en 4 causas penales. Cada vez que los diarios reproducen movimientos en las causas penales, Trump se consolida electoralmente. Esto que quiere decir que hay un público cautivo y otro potencialmente cuativo que son funcionales a la candidatura de Trump. En realidad, lo que les interesa es consagrar a su líder independientemente de otras cuestiones. Por eso no le hacen mella los procesamientos penales. De las cuatro causas que tiene, hay una que probablemente llegue a sentencia antes de las elecciones, que es la causa por el pago para silenciar a una artista porno con la que él habría tenido relaciones antes de las elecciones de 2016. Acá cabe preguntarse: ¿Eso va a impactar positiva o negativamente en su candidatura? Creo que esto admite dos lecturas: es probable que exacerbe el compromiso de los votantes que ya están deicidios a votarlo en cualquier escenario. Pero también es posible que no les resulte indiferente a una franja "moderada" de los republicanos, que si bien miran con simpatía a Trump no están dispuestos a cualquier cosa con él. Así que, al contrario de lo que la experiencia está demostrando, los juicios podrían tener una incidencia negativa en su performance.

-¿Creés que el asalto al Capitolio calcificó aun más las dos posiciones predominantes? 

Puso en una evidencia elocuente el proceso de polarización de la sociedad. Porque en EE.UU ocurrió algo que era impensado que ocurriera. Vi pasar por la ventana de mi casa a multitudes con banderas y armas, dirigiéndose al Congreso con un objetivo: matar a Nancy Pelosi, a la presidenta del cuerpo. EE.UU no estaba preparado para esto, porque su público estaba acostumbrado a ver que eso ocurriera en los noticieros y en remotos países; nunca lo imaginaron en su capital. Así que me parece que el 6 de enero de 2021 rompió con una noción muy cara para el pueblo estadounidense, que es la noción de "excepcionalidad". Los estadounidenses están convenidos de la excepcionalidad de Estados Unidos y creo que ese día la foto salió movida, algo se rompió. Por eso creo que estas elecciones no van a ponerle fin a la grieta sino que van a ser una especie de test de fuerza para medir la reacción de un sistema sometido a condiciones extraordinarias. 

-Ya en relación con Argentina, llegó Milei a la Casa Rosada y cambió por completo la política exterior, incluida hacia Estados Unidos. ¿Ves una reedición de aquellas "relaciones carnales"?

He leído en la prensa análisis que sugieren un cierto parecido. Pero en realidad estamos en dos momentos muy distintos. Cuando en la entonces gestión de Carlos Menem, el canciller Guido Di Tella pronunció esa frase que quedó como la expresión de una época, en realidad el mundo había cambiando mucho. Eso fue en los '90, a poco de la caída del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría, el mundo dividido en dos no estaba más; había un unicato, se imponía EE.UU como potencia única, de manera tal que es un escenario distinto al que tenemos hoy, cuando el principal vínculo bilateral del planeta es el que está dado entre Washigton y Beijing. Creo que todos los demás actores del escenario internacional, de una u otra manera se mueven como en función de la contradicción principal. Que no es una situación de Guerra Fría como la que se verificaba entre Moscú y Washingnton. Aquí hay una doble dependencia, una interdependencia entre las potencias. 

En ese contexto este alineamiento automático de Argentina con uno de los dos jugadores no parece favorecer el interés nacional. Y creo que el interés nacional de un país periférico, que tiene todavía muchas asignaturas pendientes, pasa por multiplicar los vínculos. Por eso no me parece razonable, teniendo en cuenta que nuestro principal socio comercial es Brasil, el segundo China y el tercero EE.UU, alinearse automáticamente atrás de uno cuando en realidad el mundo nos está ofreciendo mucho más que dos. Además, me parece que nadie nos pide tanto.  

Si nadie pide tanto, ¿Por qué Argentina entrega tanto?

Creo que este gobierno está definiendo su política exterior y lo esta haciendo sobre la marcha y lo hace con marcha y contramarchas. Porque no puedo evitar recordar los dichos de Milei con relación a Chian y confrontar eso con el hecho de que mandó a su canciller allí. Entonces, yo creo que lo que estamos viendo es una decisión del Gobierno que me parece que conlleva un cierto riesgo porque, por ejemplo, en lo que refiere a la votación con relación al reconocimiento del Estado de Palestina en la asamblea de la ONU se acaba de romper, de un modo que bastante inconsulta una tradición de décadas que ha atravesado a todas las gestiones de los distintos signos políticos. Entonces, una variación en el rumbo, tan importante en la agenda exterior supone algunos consensos que no hubo. Eso me parece riesgoso porque le quita a la Argentina todavía más previsibildiad, lo hace todavía menos predecible; y eso, entre otras cosas, desfavorece los procesos de inversión. 

-Hubo algunos movimientos por parte de EE.UU que en las últimas semanas generaron ruidos: la visita de la Jefa del Comando Sur, Laura Richardson, el posterior anuncio de una base naval conjunta con la Argentina y una explícita preocupación de ese país por la estación de observación china en la Patagonia. ¿Cómo lees estos eventos?

La relación bilateral entre EE.UU y Argentina es positiva, lo ha sido en los últimos años y lo ha sido durante los últimos gobiernos. Este año Laura Richarson visitó el país pero no es un hecho novedoso ni producto de un alineamiento automático. Porque hace dos años vino y se reunió con Cristina Kirchner cuando era vicepresidenta y con Jorge Taiana como ministro de Defensa. Y hace cuatro años el predecesor de Laura también vino y se reunió con autoridades locales. Esto habla a las claras de un intercambio de visitas y de consultas que estuvo presente a lo largo de los últimos años sin variaciones. De hecho el presidente Fernández fue recibido el año pasado en la Casa Blanca y antes Mauricio Macri. Ahora, a mi tocó interactuar con cuatro presidencias de EE.UU: la de George W Bush, la de Barack Obama, la de Trump y la de Biden y tengo que decir que nunca encontré un interés particularmente importante por parte de EE.UU con relación a la región, salvo cuando se detecta actividad de actores extrahemisféricos en la zona. Por eso la visita de Richardson viene precedida por la palabra china. Cuando hay actores extraregionales que de alguna manera se involucran en la región, eso genera una reacción en Estados Unidos. Porque entre Tumo y Biden discontinuidades pero también continuidades, y una de ellas es China.