El brutal aumento en el envío de armamentos a Ucrania por parte de Occidente y las graduales decisiones adoptadas por Rusia indican que, desde agosto, se viene gestando un cambio cualitativo en el conflicto. Es incuestionable que hay un involucramiento significativamente mayor de Estados Unidos en la guerra: hace tiempo que dejó de despachar sólo material defensivo y empezó a proveer también armas ofensivas. Además, históricamente, Washington manda, a los países extranjeros, armamento de sus reservas preexistentes. En cambio, “el paquete de 3.000 millones de dólares anunciado por el presidente Joe Biden implica nuevos contratos con fabricantes de defensa para producir equipos que se entregarán a Ucrania a lo largo de meses y años”, explica la especialista en política exterior norteamericana, Alice Speri. Según escribió en The Intercept, “en apenas siete meses, el gobierno de EEUU destinó más dinero y armas a Ucrania que lo que envió en 2020 a Afganistán, Israel y Egipto juntos, superando en cuestión de meses a tres de los mayores receptores de ayuda militar estadounidense de la historia”.
En cuanto a Rusia, a fines de julio anunció su nueva doctrina naval en la que señala que la principal amenaza para la seguridad del país es la aspiración de EEUU de “dominar los océanos a través de una hegemonía incontestable" de su Armada. Según la nueva doctrina: “La potencia estadounidense quiere alcanzar una superioridad abrumadora en el poder naval para controlar el acceso a los recursos de los océanos del mundo y a las rutas de transporte marítimo vitales, al tiempo que busca impedirle el camino al resto de los países". Un mes después, practicó junto con China los ejercicios militares Vostok 2022, en áreas bajo soberanía rusa.
Pero los hechos más evidentes de que Rusia venía preparándose para una nueva fase fueron dos. Uno, el encuentro entre Putin y su par chino, Xi Jinping, en Samarcanda, la semana pasada, en el marco de la XXII Cumbre de la Organización para la Cooperación de Shangai. El último encuentro presencial entre ambos había sido el 4 de febrero, veinte días antes de que Moscú lanzara la “operación militar especial” en Ucrania. Ahora, con un esquema similar, los dos líderes tienen conversaciones privadas pocos días antes de que se produzcan cambios importantísimos en el escenario militar europeo.
Dos, la decisión del Kremlin de movilizar unos 300.000 reservistas para engrosar las tropas que controlan la línea de contacto de 1.000 kilómetros con los efectivos ucranianos. A la par con esta decisión, se conoció el llamado a referendum por parte de las autoridades de cuatro regiones – dos autoproclamadas repúblicas independientes (Donetsk, Lugansk) y dos provincias ucranianas ocupadas por el ejército ruso (Jerson y Zaporozhie). Estos pueblos elegirán, entre el 23 y el 27 de septiembre, si quieren–o no- unirse territorialmente a la Federación Rusa. El presidente Putin ya anunció públicamente que respaldará la decisión que emane de los referendos.
Estados Unidos y sus satélites pusieron el grito en el cielo. Amenazaron con más sanciones; condenaron enérgicamente los "referendos falsos sobre el territorio soberano de Ucrania" por violar la Carta de la Naciones Unidas y advirtieron que no reconocerán los resultados. Nada inesperado. La potencial escalada se da en un clima de desinterés por parte del pueblo estadounidense, pero de alarma por parte de los europeos quienes temen un duro invierno con aumentos siderales de precios y escasa calefacción. Muchos gobiernos de Europa se preparan para el racionamiento energético y empresas privadas de alimentos –a diferencia de lo que hacen las argentinas- rebajan algunos precios para paliar la inflación.
China, entretanto, mantiene su posición estratégica. Un día antes de los referendos en zona de guerra, el canciller chino se reunió con su par de Ucrania y le transmitió que Beijing cree en la resolución pacífica de los conflictos; el respeto a la soberanía y la integridad territorial de todos los países y el acatamiento a la Carta de la ONU, pero que se deben tomar en serio las legítimas preocupaciones de seguridad de todos los países.
¿Puede esta nueva etapa derivar en una guerra abierta entre Rusia y la OTAN? Hay una escalada inocultable en varios terrenos, desde las denuncias cruzadas en organismos internacionales hasta la mutua acusación de un posible ataque nuclear. Esta semana, mientras Occidente acusaba al Kremlin de “crímenes de guerra” en la ONU, Rusia presentaba ante la Convención sobre armas biológicas en Ginebra “pruebas materiales que confirman que EEUU llevaban a cabo programas de armas biológicos en Ucrania”, según palabras del responsable ruso en Defensa Nuclear, Igor Kirilov.
En cuanto al armamento nuclear, ¿quién puede garantizar que la irracionalidad del género humano no derrape inesperadamente y provoque su propia destrucción? La misma perspectiva aterradora se vivió hace exactamente 60 años, durante el enfrentamiento entre Moscú y Washington por los misiles que la Unión Soviética había instalado en Cuba. Entre los entonces líderes Nikita Krushov (soviético) y John F. Kennedy (estadounidense, poco después asesinado) primó la cordura. En la actualidad, hay permanentes ataques ucranianos con armas occidentales a la central nuclear de Zaporozhie, un riesgo atómico enorme y, por su parte, Putin advirtió: “En caso de una amenaza al territorio de nuestro país, para la defensa de Rusia y nuestro pueblo, sin duda usaremos todos los medios disponibles. Y no es chiste". Esta frase fue entendida, por Washington como un eufemismo equivalente al que usa el Pentágono cuando dice que “todas las opciones están sobre la mesa”. Todas quiere decir todas.
Esta nueva etapa aumenta la incertidumbre, el miedo y los dilemas. Si tras los referendos, estas regiones finalmente se unen a Rusia ¿un ataque militar futuro contra ellas será interpretado como un ataque directo a Rusia? ¿Quién puede desacelerar el conflicto? Un acercamiento entre Washington y Moscú no es probable. Mucho menos antes del 8 de noviembre, día de las elecciones de medio término en EEUU (según las encuestas, el Partido Demócrata de Joe Biden perdería estrepitosamente).
¿Acaso podrán poner alguna racionalidad cartesiana los europeos y buscar un entendimiento con Rusia aún a costa del enojo de su “primus inter pares” norteamericano? ¿O quedarán agónicamente atrapados en su patética dependencia con los EEUU?
Los próximos pasos que dé Europa serán fundamentales. Entretanto, Rusia orejea sus dos cartas (el gas y las nuevas tropas que mejorarían su avance en combate); EEUU fogonea la guerra a distancia y se prepara para una elección muy difícil y China… China observa pacientemente.