Dos imágenes del presidente francés Emmanuel Macron recorrieron las redes globales esta semana. En la primera -titulada “CON calefacción”- estrecha la mano de Juan Guaidó, el político que, por decisión de Estados Unidos, se autoproclamó presidente de Venezuela sin ir a elecciones. En la segunda imagen -titulada “SIN calefacción”- se ve Macron estrechando la mano del presidente venezolano Nicolás Maduro, elegido por el voto popular.
La primera es de 2019 y, por entonces, todos los gobiernos subordinados a Washington propiciaban el derrocamiento del “dictador” Maduro. La segunda es del lunes pasado, 7 de noviembre, en la Conferencia sobre el Cambio Climático (COP27) que se celebró a orillas del Mar Rojo, en Egipto. Allí, sin el menor pudor, el presidente de Francia reconoció a Maduro como un demócrata.
Ya se sabe: la necesidad tiene cara de hereje y cuando la crisis energética golpea la puerta, muchas cosas pueden cambiar. Francia necesita a Venezuela. Durante los meses de septiembre y octubre hubo intensas movilizaciones y huelgas intersectoriales en Francia, un país con una larga tradición de protestas. El gobierno de Macron, ahora con minoría parlamentaria, está con problemas.
Algo similar sucede en Alemania. Sin el visto bueno de la Casa Blanca y con oposición de una parte de su gabinete (sobre todo del Partido Verde), el canciller Olaf Scholz se encontró a principios de noviembre con el presidente Xi Jinping en China. Por otra parte, el viernes, confirmó ante la prensa su permanente diálogo con el presidente ruso Vladimir Putin: “No he dejado que ninguna crítica me disuada de hablar por teléfono con él en determinados intervalos, a menudo durante mucho tiempo", aseguró.
La situación en Alemania también es preocupante. Según la Deutsche Welle, por la estampida del precio del gas y la escasez del suministro de energía rusa se prevé la bancarrota de una de cada tres pequeñas y medianas empresas, en los primeros meses de 2024. Aunque habló en condicional, así describió el escenario el ministro de economía Robert Habeck, a la revista Der Spiegel: “En este marco, las empresas tendrían que parar la producción, despedir a sus trabajadores, las cadenas de suministro se colapsarían, la gente se endeudaría para pagar sus facturas de calefacción y se empobrecería".
Los últimos cambios de Macron y Scholz marcan la medida de esa desesperación. La impaciencia ya no se limita a la población de a pie o a los pequeños comerciantes. El cambio drástico en el esquema industrial de Francia y Alemania, los motores de la Unión Europea, tiene muy intranquilas a las más altas esferas del poder económico de esos países y las presiones sobre los gobernantes son intensas.
Algo está saliendo mal
Aún los planes más minuciosamente calculados pueden fallar. En los últimos años, Rusia vino siendo sofocada con duras sanciones económicas por parte de las naciones centrales del capitalismo occidental y cercada (por esos mismos países, nucleados en la OTAN) con bases militares, laboratorios de armas biológicas y armamento nuclear en el borde mismo de sus fronteras.
Según los planes, el boicot económico sería de tal magnitud y el acoso militar de tal intensidad que el gobierno de Vladimir Putin no tardaría en caer. Algo falló. El Kremlin reaccionó al avance de la OTAN en febrero de 2022 y, hasta hoy, Putin sigue dirigiendo su cruzada. En el plano económico, si bien se prevé una caída del PBI ruso en 2024, la inflación está bajo control y el rublo se valorizó. Más aún, se han fortalecido los intercambios comerciales entre Rusia y varios países (China, India, Irán, y varios otros) con monedas nacionales (ignorando al dólar) y las exportaciones rusas se expandieron a nuevos mercados de Asia.
Rusia, núcleo del heartland, como alguna vez dijo el británico Halford Mackinder al reconocer su ubicación estratégica como bisagra entre Oriente y Occidente, ha decidido abandonar su eterno deseo de ser parte de Europa y apostar a un nuevo orden mundial alternativo con centro en Eurasia.
El viraje de Rusia a Asia es altamente costoso para Europa. La escasez energética, el flujo de inmigrantes que llegan de las zonas en guerra, los riesgos de una desindustrialización y la consiguiente pérdida de competitividad de los gigantes europeos están mellando seriamente la utopía europea que imaginaba una integración próspera y solidaria para siempre. Martin Brudermüller, CEO de la alemana BASF, la mayor empresa química del mundo, lo dijo claramente: “La situación en Europa es preocupante y está poniendo en riesgo la competitividad internacional de los productores europeos y nos obligan a ajustar nuestras estructuras lo antes posible”.
En este escenario de peligros y presiones, los atentados del 26 de septiembre contra los gasoductos Nord Stream 1 y 2, según el Ministerio de Defensa ruso perpetrado por la Armada británica en el Mar Bático, fue la gota que colmó el vaso. Los atentados terroristas contra las tuberías que proveían gas ruso a Alemania dañó gravemente su industria. La BASF, por ejemplo, anunció en octubre que el cierre del gasoducto Nord Stream 1 (de la que es accionista) le produjo una pérdida de 740 millones de euros, reconoció que sus negocios en Alemania están a pérdida y que tiene un plan de recorte de 500 millones de euros.
Las tensiones han llegado al corazón de la Unión Europa. A fines de octubre el enfrentamiento entre Macron y Scholz se hizo público y, según la prensa europea, una de sus diferencias se centraba en qué hacer frente a un Estados Unidos que dirige la batuta desde lejos, que le vende a Alemania gas licuado carísimo y que está ofreciendo beneficios adicionales a las empresas europeas para que se radiquen en suelo estadounidense.
La esperanza china
Verdadero o falso, lo real es que, a contramano de lo que desea Washington, poco después del atentado a los gasoductos se conoció la decisión de Scholz de visitar China, su mayor socio comercial. Fue acompañado por los directores ejecutivos de las doce empresas alemanas más poderosas: Deutsche Bank, Siemens, Adidas, Bayer, las automotrices BMW y Volskwagen, las farmacéuticas Merck y BioNtech, HIPP (líder en alimentación biológica infantil), Geoclima Design y las químicas Wacker y BASF.
Según de la revista británica The Economist, Macron estaba ansioso por sumarse al viaje, pero Scholz, presionado por su frente empresarial, eligió un encuentro bilateral. El encuentro fue observado con lupa por los EEUU quien no sólo tiene como objetivo desangrar a Rusia sino arruinar a China.
El viaje fortaleció la continuidad de varios proyectos sino-alemanes. La empresa BASF traslada parte de su producción a China (EEUU quería que fuera a sus tierras), el gigante naviero chino Cosco (China Ocean Shipping Co) tendrá una fuerte participación en una de las terminales del importantísimo puerto de Hamburgo y el febril comercio que parte desde Shenzen y llega a Duisburgo, la terminal europea de la Ruta de la Seda, sigue más saludable que nunca. El tren bala construido por los chinos traslada 44 contenedores en 15 días a través de 10.214 kilómetros.
Para China, el mercado europeo y especialmente el de Alemania son un alto objetivo. Para Alemania acceder al mercado más grande del mundo, también. Por eso Scholz aseguró a Xi que no quiere desacoplarse y, por el contrario, apuesta a “profundizar la relación económica y la cooperación comercial con China". El presidente Xi, por su lado, manifestó la necesidad de una mayor cooperación entre las dos economías más importantes de Europa y Asia, en medio de “tiempos de cambio y agitación”.
Los dos grandes de la Unión Europea están recalculando para poder subsanar el error de cálculo que hicieron al evaluar pro y contra de la guerra en Ucrania. Diferenciarse de las políticas de Washington no será gratis. Como auguró el presidente Xi, se vienen tiempos turbulentos.