Primero se temía una hecatombe, luego renació la esperanza y, ahora, se instaló un pesimismo más realista entre el oficialismo demócrata. A solo dos semanas de las elecciones de medio mandato en Estados Unidos, el consenso entre analistas y sondeos es que la oposición republicana está mejor posicionada para recuperar el control de la Cámara de Representantes (Diputados), mientras que los Demócratas aún podrían conservar el empate en el Senado que les permite utilizar el voto extra de la Vicepresidenta y titular del pleno, eso sí, solo cuando consiguen imponer la disciplina partidaria en toda la bancada, algo que demostró ser bastante difícil en estos dos años.
Los demócratas tienen muchos logros económicos y políticos para hacer campaña; sin embargo, la inflación se comió la agenda electoral, en parte porque los estadounidenses no están acostumbrados a los actuales números y en parte porque es más fácil hacer campaña denunciando el importante aumento de precios como consecuencia de la política del actual Gobierno de Joe Biden, que explicar las causas detrás de este problema, el principio de ralentización en los últimos meses o comparar la situación económica general con la del Gobierno de Donald Trump, como intenta hacer, sin mucho éxito, el mandatario con el déficit fiscal, el empleo y la gestión de la pandemia.
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De hecatombe a pesimismo moderado
Durante la primera mitad del año, el escenario no podía ser más negro para Biden y su partido. Dos de los activos más importantes del mandatario estaban en crisis. Por un lado, su cintura para construir mayorías, inclusive bipartidistas, en el Congreso, el mar político en el que se nadó durante décadas. Apenas un par de senadores bloqueaba su iniciativa legislativa para concretar uno de los planes de inversión pública más ambicioso de la historia moderna de Estados Unidos y la columna vertebral del legado que el mandatario quería para su Gobierno. Y, por otro lado, su capacidad y conocimiento en política exterior. Tras desafiar públicamente una y otra vez a su par ruso, Vladimir Putin, éste invadió Ucrania y demostró que las amenazas de la Casa Blanca eran solo un blef: Washington no iba a enfrentarse militarmente con Moscú y arriesgar un conflicto nuclear.
En paralelo, la inflación crecía. En Estados Unidos, nadie hablaba de inflación como un problema central desde principio de 1980, cuando tocó un techo de 13,55% anual. Aún hoy, los republicanos reivindican el plan liberal de Ronald Reagan que logró bajarla hasta un piso de 1,9% en 1986: ajuste del gasto -menos el de Defensa, que siguió creciendo-, reducción de impuestos y de la regulación estatal, y limitar la emisión.
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Cuando Rusia invadió Ucrania, el 24 de febrero pasado, la inflación interanual ya se acercaba al 8% y superaba cualquier medición desde el pico de 1980. Venía subiendo de manera sostenida desde inicios de 2021 y llegó a un registro de 9,1% en junio pasado, en medio de constantes anuncios de Biden de paquetes millonarios de ayuda económica y militar a Ucrania y de sanciones financieras y comerciales a Rusia, que sacudieron el mercado global de energía y alimentos, y provocaron un aumento importante de los precios internacionales, que profundizó el problema en casa.
Pero en el verano estadounidense, las nubes negras que acosaban al oficialismo empezaron a despejarse: la inflación comenzó a bajar de a poco, la Corte Suprema anuló el derecho al aborto a nivel federal y entregó una herramienta de campaña que promete movilizar a muchos demócratas e independientes, y Biden finalmente consiguió destrabar la parálisis del Senado, aunque para ello tuvo que reducir significativamente su anhelo de un plan de inversión que refunde el país tras la pandemia de Covid-19, lo que a su vez desnudó un creciente malestar del ala y la base más progresista.
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"La anulación de la Corte impulsó a muchas personas a apoyar a los demócratas en el verano. Pero el regalo del tiempo terminó jugando para los republicanos y el tema ya no está en los titulares. La inflación es sin duda el tema principal en los medios, la campaña, la calle", explicó a El Destape Rachael Cobb, titular del Departamento de Gobierno de la Universidad de Suffolk en Boston. La académica coincide con los análisis y sondeos que sostienen que el oficialismo aún puede conservar el empate en el Senado. "Y en cuanto a la Cámara de Representantes...en las elecciones de medio mandato, el presidente suele perder bancas allí, así que no sería una sorpresa", aseguró.
Una elección legislativa no es un referéndum presidencial
Aunque este tipo de comicios de medio mandato suele leerse como un termómetro de la popularidad del mandatario de turno a dos años de la próxima elección presidencial, para Cobb esta comparación es imposible.
"Las elecciones de medio mandato tienen un electorado diferente a las presidenciales: más viejo, más blanco y de mayores ingresos. Por ejemplo, la participación de los mayores de 65 años es de entre 80 y 90%, mientras que la de los jóvenes de hasta 24 años es de entre 20 y 30%. Y además, la campaña se enfoca en los intereses de estos grupos, mientras que los más beneficiados por la redistribución que consiguió el Gobierno de Biden son los más vulnerables, justamente aquellos con menos probabilidad de votar", explicó y agregó que, además, algunos de los logros del mandatario, como su Ley de Infraestructura, recién comenzará a mostrar sus resultados el año que viene.
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"Es muy difícil recordarles a los votantes las cosas que pasaron hace dos años cuando tienen problemas inmediatos. Por eso, aún a los que les suspendieron las deudas estudiantiles o los que consiguieron trabajo, cuando les preguntan si están mejor hoy, responden que no. La estrategia republicana es muy efectiva: ¿Pagas más por todo? Sí. ¿El transporte público mejoró? No. Es efectivo y, además, es cierto", destacó Cobb.
Ni una repetición de 2010 para los republicanos ni 2018 para los demócratas
Si no es posible comparar esta elección con una presidencial, entonces surge naturalmente la comparación con comicios legislativos anteriores. En primer lugar, la última. En 2018, la participación electoral fue casi 10 puntos porcentuales más alta que el promedio de las elecciones de medio término del último siglo y medio. Sin embargo, la analista no cree que esto se repita: "Hubo una gran movilización en contra de las políticas de (Donald) Trump. Mucha gente quería votar por personas que funcionaran como un antídoto contra ellas. Hoy, estos sectores están molestos o enojados con el precio de la nafta, la inflación, pero no rechazan visceralmente al Gobierno como hace cuatro años.".
Otra posibilidad es comparar la situación actual con la elección de 2010, cuando una facción de los republicanos, la más libertaria, se movilizó para disputar la supuesta conducción moderada del partido. Este año marcó el clímax del Tea Party. Muchos de sus miembros fueron electos para el Congreso federal y varias decenas de legisladores ganaron gracias a su apoyo explícito. Fueron ellos los que encabezaron la oposición más acérrima contra el entonces presidente Barack Obama y, aunque con su salida del poder se diluyeron como actor político, su agenda no se disolvió con ellos, sino que fue incorporada por el Partido Republicano y se volvió dominante con la llegada de Trump al poder.
"Definitivamente veo que habrá candidatos de Trump que ganarán en esta elección. Pero no podemos decir que es lo mismo que en 2010. Trump tiene más tiempo que el Tea Party, que se había movilizado principalmente contra la reforma de salud de Obama y para antagonizar con Obama. Trump no solo tuvo tiempo para consolidar su poder dentro del partido como presidente, sino que también movilizó a mucha gente con el 6 de enero", explicó la analista, haciendo referencia al ataque contra el Congreso que marcó los últimos días en el poder de Trump y sus denuncias fallidas de un fraude electoral nunca probado. "Es cierto que serán electos republicanos más extremistas, como sucedió en 2010, pero es diferente en el sentido que son el resultado de una construcción que lleva más tiempo", agregó.
Como toda elección de medio término, los estadounidenses no sienten que se juega su futuro en las urnas de manera clara y tajante. Pero sí se juegan las chances de Biden de seguir impulsando su agenda económica intervencionista y retrasar un poco más la crisis interna que se viene cocinando a fuego lento hace décadas dentro del Partido Demócrata; y también la construcción de poder que, en apariencia errática pero en los hechos constante, está liderando Trump y, principalmente, el movimiento conservador que empoderó durante sus cuatro años de Gobierno.