"Lino y Leno": un mundo distópico porteño y dos personajes beckettianos al borde del olvido

12 de agosto, 2023 | 12.03

(Por Pedro Fernández Mouján) Francisco Ruiz Barlett es el autor y director de "Lino y Leno y el tripulante ocioso", experiencia teatral que propone una Buenos Aires distópica con dos personajes marginados que luchan contra el olvido en una composición que no deja de tener reminiscencias beckettianas aunque bajo formas de lenguaje y actorales porteñas.

La obra, que va por su cuarta temporada y se puede ver los lunes a las 21.15 en El Método Kairós (El Salvador 4530), fue escrita por Ruiz Barlett en pandemia y a propósito de una serie de reflexiones personales: "Como espectador y como autor veía demasiado orden en la dramaturgia y sentí la necesidad de establecer un teatro que se acerque más a un ritual donde el espectador complete el cuadro y esté implicado activamente".

Lino y Leno viven en la calle y, en un futuro distópico, están encargados de cuidar un supuesto portal de acceso a un segundo orden regido por un misterioso "tripulante ocioso" de quien nunca se conocen las coordenadas y que parece desentendido y desinteresado de la suerte de sus abnegados cuidadores.

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En estado de exaltación latente y que de a momentos estalla, Lino y Leno se cuentan sus vidas, despliegan sus imaginarios, juegan, ríen y se conmueven mientras esperan el momento de la agresión o posible intrusión, pasan necesidades materiales concretas y no pierden nunca la vocación de continuar vivos mientras resisten el olvido que se extiende como la amenaza más perceptible y mortífera.

Con descomunales actuaciones de Enrique Dumont (hijo del fallecido Ulises y que tiene sus mismas entonaciones dramáticas) como un Lino muy aporteñado y hombre de la calle, con recursos y antiguas vinculaciones, y de Leo Trento, que compone al personaje más sensible e inocente, acaso más cercano al clown; la obra propone estados, diseña imaginarios y dibuja atmósferas, antes que una trama que pueda seguirse de principio a fin. De hecho "Lino y Leno y el tripulante ocioso" termina donde había comenzado, en una suerte de "loop" o historia circular que promete volver a repetirse.

Télam: La obra plantea un arsenal discursivo donde el absurdo y el lenguaje poético ofrecen mucha más potencia que la racionalidad; incluso, de a momentos, las historias que se relatan se cortan abruptamente sin llegar al final.

Francisco Ruiz Barlett: Elegí el absurdo porque intuí que podía ser un lenguaje que le permitiera al espectador la aparición de la emoción, que está imbuida en cierto caos. Se trató de un laburo distinto de lo que suelo hacer; acá no se trató de bucear en la psicología de los personajes sino apostar por la intuición como ese elemento que podía generar un vaivén emocional. Tengo la creencia de que esos bordes que le atribuimos a las emociones, cuando decimos "esto es alegría, esto es tristeza, esto es melancolía" no son tales, por lo cual me decidí por jugar más en el filo de ese vaivén en el que el espectador no pudiera meter en un cajón lo que le va pasando sino que la atención fuera más contemplativa.

T: Sabemos que Lino y Leno están cuidando un portal de acceso, pero bien podrían estar defendiéndose a sí mismos de una amenaza inminente, en parte preanunciada en la obra por una voz en off que lee una noticia sobre dos hombres que viven bajo un puente en la General Paz y son agredidos.

FRB: Nunca me meto con lo que le pasó al espectador, yo sé con qué jugué en el origen pero creo que la búsqueda de la obra es que cada uno complete el cuadro en función de su propia sensibilidad, las cosas que más le hacen ruido o lo que sea para cada uno el norte, pero la idea original, la semilla de la obra, tiene que ver con una suerte de crítica a los medios de comunicación, quizás más a la ceguera que producen los medios de comunicación.

T: La actuación de Dumont y Trento pone en juego también una suerte de comicidad propia de la teatralidad argentina con fuertes resonancias.

FRB: Eso aparece en algunas notas porque lo escribí con una suerte de lunfardo, pero en todo el tratamiento de la obra mi convicción tiene que ver con desestimar la palabra, que lo que pase se vaya colando en la emoción del espectador, donde la palabra sea una suerte de ordenador. La obra propone también una bifurcación, por un lado inventa palabras, por otro alude a lo porteño, pero lo más lindo de todo lo que sucede en el escenario es el vínculo entre Lino y Leno, que se empieza a desplegar en la medida en que ellos se empiezan a despojar de ciertas masculinidades.

T: Es fuerte lo que ellos dos generan.

FRB: Quique (Dumont) y Leo (Trento) se embarcaron en un laburo que tuvo su complejidad porque era entrar en la partitura y la coreografía de la obra sin tener mucho más de qué agarrarte; la entrega de dos actores como ellos para prestarme sus instrumentos y la predisposición que tienen con la obra son conmovedoras.

T: También la obra trabaja sobre una zona de fragilidad, algo que está o pudiera estar todo el tiempo a punto de quebrarse.

FRB: Ahí emerge un poco mi melancolía como algo de mi sensibilidad que, quieras o no, uno termina licuando en lo que escribe, está muy presente. Todavía no encuentro la palabra que lo defina, no me siento nostálgico en cuanto al pasado pero sí reconozco cierta sensibilidad que creo que se va colando y que tiene que ver con el sentido y la existencia, como si en el fondo hubiera una búsqueda de sentido; reconozco esa veta que aparece mucho y sobre todo en los monólogos. Soy de la creencia borgeana de que uno escribe para encontrar que emerja un valor escondido que está en las palabras, de algún modo lo que se juega en la obra es la idea de que la emoción es la clave para hacerle frente al olvido.

T: La obra termina, los actores saludan sin salir totalmente de sus personajes y luego vuelven a ocupar las posiciones que tenían al comenzar.

FRB: Es algo que no recuerdo si vino del pensamiento o sucedió desde la misma obra pero sí siento que hay algo orgánico en esa repetición, como que hay ciertos rituales que están siempre. El eco de Lino y Leno reverbera quizás después de que el espectador abandonó la sala, entonces cerrar el rito no tenía mucho sentido, preferí dejar abierta la emoción. No me parece que haya tal final sino dejar que la emoción haga eco en el cuerpo.

Con información de Télam