Carlos Demartino aparece en las páginas especializadas como profesor de técnica vocal en distintas instituciones, asistente técnico en el área de la voz profesional y maestro de técnica vocal en varias áreas pero también es actor, y como tal volvió para encarnar a Antón Chéjov en "El invierno del juglar", de Gustavo Provitina, que con dirección de Rafael Garzaniti se ofrece los sábados de abril a las 20 en la céntrica sala Belisario, de Corrientes 1624.
En el unipersonal, el gran autor ruso está en su habitación del balneario alemán de Badenweiler, cuyo clima es beneficioso para la tuberculosis que lo aqueja y que contrajo a raíz de su profesión de médico, a la espera de la llegada de su esposa Olga Kniéper, quien triunfa en Moscú con "El jardín de los cerezos". De todos modos, Chéjov, de 44 años, sabe que está viviendo sus últimas horas.
"Llegué a esta obra a través de un pedido que le hice al autor hace ya tres años, porque necesitaba volver a la actuación, no solo por un deseo sino también por el empuje de los alumnos. Lo que yo hago es la docencia vocal, tanto del actor como del docente, del locutor o del cantante y por eso que no he extrañado tanto la actuación", expresó Demartino en diálogo con Télam.
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Como actor, Demartino tiene una extensa labor que cumplió en el Teatro del Pueblo y en el mítico ciclo Teatro Abierto; tuvo distintos profesores y directores, entre ellos Leónidas Barleta, en una etapa que cerró con Rubens Correa y su puesta de "Los siete locos", de Roberto Arlt, en el Teatro del Picadero antes del incendio.
Télam: ¿Cómo fue el encuentro con Provitina, el autor de la pieza?
Carlos Demartino: Provitina me dice que tenía un material surgido de la lectura de un cuento de Raymond Carver, una idea para trabajar sobre Antón Chéjov y su última etapa. Me interesó mucho el material porque Chéjov es un autor que tiene un campo de excelencia y divulgación en el ambiente teatral internacional y en nuestro país. Entonces Provitina se puso a trabajar y la obra, muy interesante en su poética, fue mutando en un trabajo conjunto. Yo sentía que estábamos en un campo muy narrativo y tratamos de llevarla a un eje más dramático. Sumamos al trabajo a Rafael Garzaniti, un director platense que conozco desde hace 40 años, exalumno de Raúl Serrano y con una carrera internacional.
T: ¿Qué significa Chéjov en tu vida como actor?
CD: Lo que significa para toda la gente de teatro; nadie está exento de Chéjov. Lo curioso es que en realidad él no escribió muchas obras teatrales, lo que sí escribió es una multitud de cuentos con personajes fabulosos, maravillosos; en su época fue más reconocido como autor de cuentos. Sin embargo esas pocas obras de teatro lo mantienen vigente en todo el mundo.
T: ¿Hay algún personaje suyo que desearías interpretar?
CD: Yo no actué nunca en una obra de Chéjov; sí las trabajé con actores y actrices orientándolos hacia los personajes, porque eso tiene que ver con las clases de expresión oral que es parte de mi trabajo como docente, tratando siempre de indagar cuál era la fibra de esos personajes. La obra para mí esencial fue siempre "La gaviota", que he trabajado mucho, lo que me permitió analizar la profundidad de los conflictos y las represiones que tienen los personajes en una obra en la que aparentemente "no pasa nada".
Es un campo muy interesante de análisis; un personaje que me interesó en un momento fue el de Trigorin, de "La gaviota", y siempre me llamaron la atención los médicos que aparecen en sus obras. Tío Vania es un personaje muy seductor para muchos actores; a mí también me interesaría pero no lo he pensado, honestamente.
T: ¿Cómo fue la preparación del trabajo?
CD: Junto con el autor y el director tuvimos que indagar mucho en función de la enfermedad, el delirio y la espera que son tres temas centrales que tiene la obra. Lo que quedó como un hilo sólido fue el de la espera y de Olga Knipper, esposa de Chéjov. Y trabajamos mucho en el aspecto evocativo, concretamente cuando evoca a otros escritores y situaciones que lo conducen al salto hacia el final.
T: ¿Cómo es actuar sobre un texto circular que abunda en palabras y pareciera, como se dice en la obra, que "no pasa nada"?
CD: Acá el tema de la palabra tiene que ver con la acción de esa palabra, hasta dónde la palabra es acción y no solamente por el verbo en sí y lo que significa el verbo como acción en función de lo semántico, sino desde el punto de vista de la acción como modificadora del otro. La palabra que modifica al otro y que evidentemente modifica también a uno mismo por el hecho de expresarla.
Esto tiene que ver con el aspecto narrativo de la obra, la "narraturgia", como la llama (el dramaturgo español José) Sanchis Sinisterra, es muy común en los unipersonales. Nosotros tratamos de hacer una obra con más "turgia", más dramaturgia que narración. Esta es una obra para ver, pensar, reflexionar, según mi criterio, en función de lo que va diciendo el fraseo que va desarrollando. Hay una belleza en el manejo de la palabra.
T: ¿Buscaste a propósito un parecido físico con el protagonista o sentiste que la realidad te lo había proporcionado?
CD: Al principio había como un criterio medio fotográfico de decir "bueno, voy a tener que trabajar con un maquillador, que me pueda definir bien más chejoviano", después empecé a trabajar desde otro lugar. En realidad, no tenía que ser el Chéjov que se conoce habitualmente sino un hombre que tiene una cantidad de payasos adentro, que era como él vivía sus personajes en la medida que los escribía; por eso no me interesa parecerme fotográficamente, sino tratar de acercar el personaje a la gente.
T: ¿Qué se siente al cargar con un texto durante una hora?
CD: Cargar con un texto es aprenderlo, memorizarlo, estar al pie del cañón viendo cómo son las unidades que se van trabajando; ver qué pasa y tratar de no perderse. La obra da una posibilidad de cambiar el orden de algunas piezas y esto a mí me preocupa porque quiero decirla en el orden que fue escrita y ahí estamos.
Con información de Télam