Fueron confesiones. En la página 181 de su libro, el ex presidente Macri sostuvo que su “modelo de reducción gradual del déficit”, definido como “Gradualismo”, era “un nombre apropiado para disimular que no teníamos la capacidad política para hacer algo más rápido”. Y más allá de la evidencia de su gestión, por si había dudas de que el “algo más rápido” era recortar gastos sociales antes que aumentar la recaudación, en la página 183 señala que se buscaba “ver donde estaban los gastos que se podían eliminar con el menor dolor político posible”. (Vale aquí también señalar que no habló de dolor social, sino de dolor político).
Más allá del ruido, los objetivos del actual gobierno son claramente distintos. La semana pasada, el ministro Guzmán planteó que “No es nuestra idea un país de impuestos bajos y gasto público bajo”. Lo señaló, además, no frente a un auditorio propio, sino ante el Consejo Interamericano de Comercio y Producción (Cicyp), es decir la representación del capital concentrado, cuyas ideas sintonizan con las expresadas por el gobierno de Macri, sobre el cual Guzmán les señaló que “redujo impuestos y achicó el Estado para generar un sendero virtuoso y eso no pasó. No pasa nunca”.
De hecho, desde el gobierno se enfatiza en que la clave no es reducir el gasto público, sino utilizarlo como multiplicador de la demanda. Por caso, la economista y vicejefa de Gabinete Cecilia Todesca expresó que en el anterior gobierno, “la receta para bajar el déficit era bajar el gasto; el gasto en educación, en salud, en ciencia y tecnología. Nosotros planteamos algo completamente distinto”, y dio cuenta de la necesidad de un gasto que debía “seguir traccionando, porque es una de las variables para recuperar el nivel de actividad”.
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Conceptos y plasmación
Con todo, estas formulaciones marcan una mayor asertividad en la misión que en la acción. Esto es así porque hasta el momento el gobierno ha exhibido una prudencia en su acción recaudadora, donde el Aporte solidario y extraordinario se ha destacado como la única modificación recaudatoria progresista, más allá de su carácter extraordinario, descartando en más de una oportunidad un proyecto de suba de retenciones, aun cuando las mismas se encuentran en niveles similares a las efectuadas por el macrismo y significativamente por debajo de los valores del kirchnerismo, momento en el que los precios internacionales de las materias primas eran incluso más bajos que los actuales.
Por el lado de las erogaciones, las cifras de mayo en relación al gasto primario (sin contar servicios de la deuda) divulgadas en la semana por la cartera de Economía fueron elocuentes, pues se sostuvo que el mismo implicó una suba nominal del 48,1 por ciento, “una expansión en línea con el incremento de precios del período”, el cual incluso se reduce a un crecimiento nominal del 18,3 por ciento si se resta el gasto Covid de mayo de 2020. Es decir, una reducción del gasto o una estabilización, dependiendo como quiera leerse, que no se condice con la idea de un gasto público que traccione. Mucho más aún si se tiene en cuenta que en mayo los ingresos se duplicaron en relación al mismo mes del año anterior, producto de la reactivación económica por el cambio de orientación sanitaria del gobierno y del boom de materias primas, que permitió al fisco subir la recaudación asociada a este rubro en un 257 por ciento.
Tal como se señaló en otras columnas en base a fuentes oficiales, existe la posibilidad de que el gobierno haya aguardado los meses pre eleccionarios para incrementar el déficit fiscal, en una estrategia que puede ser cuestionada tanto por la urgencia presente de algunos sectores sociales como por el período de impacto en el que el gasto se transforma en reactivación.
En cualquier caso, los hechos exhiben un gobierno opuesto a la pasada experiencia neoliberal en cuento a su concepción y misión, pero con una estrategia que, hasta el momento, acompaña solo en parte sus conceptos públicos.