Durante la semana, la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) señaló que las ventas minoristas crecieron en julio un 3,3 por ciento frente a junio, dato que podría anticipar la tan anhelada suba del poder de compra de los salarios, luego de que los mismos, según el Indec, cayeran 2,3 puntos el año pasado y 1,8 en lo que va de 2021.
De hecho, la mejora del consumo doméstico que señala CAME para julio debería afianzarse en los próximos meses, si se tienen en cuenta los recientes anuncios vinculados a mayores ingresos ciudadanos mediante bonos y refuerzos para jubilados, el plan Potenciar Trabajo, el Programa Progresar, la Asignación Universal por Hijo (AUH), la Asignación Universal por Embarazo (AUE), y la Tarjeta Alimentar.
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Así, el gobierno podría comenzar a mostrar resultados en uno de sus mayores déficits, como lo es la mejora del ingreso real de los argentinos, luego de un año y medio en los que pareció dejar este aspecto en segundo plano para centrarse en la estabilidad macroeconómica, específicamente mediante el arreglo con los acreedores privados y en la búsqueda de una relativa estabilidad en las diferentes cotizaciones de la moneda norteamericana, clave para evitar cimbronazos devaluatarios o inflacionarios.
Todo este cuadro de estabilidad cambiaria y aumento del ingreso real, induce a creer que el repunte económico se sostendrá por lo menos hasta fin de año, sobre todo si se tiene en cuenta que el Banco Central aún dispone de reservas líquidas por 6.500 millones de dólares y obtendrá un giro por otros 4.355 millones de asistencia Covid por parte del FMI, los cuales serán utilizados tanto para abonar futuros vencimientos de deuda como para responder a la sobre demanda de dólares clásica de años eleccionarios, así como también para el financiamiento de mayores importaciones producto de la propia reactivación.
2022, el año clave
Hasta aquí las proyecciones de estabilidad y crecimiento. Pero el panorama se complejiza de cara al próximo año, cuando deberán renegociarse 18 de los 45 mil millones del crédito que la alianza Cambiemos tomó con el FMI. Para entonces, si se buscara mantener las favorables proyecciones de este año, la negociación debería tener un carácter revolucionario, en función de los antecedentes del FMI y nuestro país.
Sucede que jamás en la historia un acuerdo con el organismo estuvo exento de un programa de estabilización y ajuste, que terminó debilitando los endebles cimientos por los que transita la economía desde 1955, cuando la Revolución Libertadora introdujo por primera vez a este organismo en nuestro país.
De hecho, desde la solicitud de la primera operación, en 1957 y durante la dictadura de Pedro Aramburu, todos los acuerdos firmados vinieron asociados a las tradicionales imposiciones del FMI, destinados fundamentalmente a resguardar los intereses de los acreedores externos, y que, en caso de ser incumplidos, interrumpirían los posteriores tramos del préstamo. Así, los nuevos acuerdos que se firmaron en 1958, 1959, 1960, 1967, 1968, 1975, y desde 1989 a 2001 de forma periódica, impusieron siempre sistemas de liberalización del dólar, reducción del gasto fiscal, reducción de empleados públicos, baja de jubilaciones, demora de proyectos de inversión pública, aumento de las tarifas, elevación de impuestos internos, supresión de regulaciones como precios máximos, o privatización de empresas públicas, es decir medidas sin relación alguna con el desarrollo y crecimiento económico.
De hecho, un informe del Instituto de Investigaciones Económicas y Financieras de la Confederación General Económica que evaluaba la trayectoria del organismo hasta la década del ochenta, sostenía que “la necesidad de recurrir de forma permanente al FMI tenía como una de sus razones al propio organismo, pues la cancelación de las crecientes deudas era una de las principales razones para los déficits fiscales y de la Cuenta Capital de la Balanza de Pagos, relacionada fundamentalmente con las amortizaciones de deuda”.
La serie de fracasos llevaron a no pocos analistas a mencionar la existencia de un nuevo FMI, impulsado además por la presidencia de Joe Biden. No es lo que se pudo ver en el único caso testigo de este 2021, Costa Rica. Entonces, tal como se publicó oportunamente en este medio, el programa acordado con el FMI fue una repetición de los tradicionales planes de estabilización.
El factor FMI será clave entonces para el sostenimiento, o interrupción, del ciclo de crecimiento iniciado en los últimos meses.