Los bordes de la inestabilidad social

Enfrascados en el corto plazo y en el viejo instinto de seguir presionando sobre los trabajadores, las clases dominantes, la verdadera “casta” que no vive precisamente en la sociedad política, parece no haber aprendido nada de la historia.

24 de septiembre, 2023 | 00.05

La inútil devaluación post PASO, una zonza imposición del FMI que no está claro si se debió a la ineptitud técnica o a la decidida voluntad del organismo de intervenir en la contienda electoral, ya se trasladó a los precios de manera completa. Fue una confirmación, otra más, de lo que advertían los economistas menos ideologizados y se necesita remarcar sus efectos para que la secuencia no continúe repitiéndose hasta el infinito.

Tanto la buena teoría como la historia enseñan que el determinante último del ritmo de la inflación local es el precio del dólar. El tipo de cambio es incluso la vía, el mecanismo de transmisión, por el que los excesos no esterilizados de la cantidad de dinero se trasladan a precios: los excedentes de pesos se transforman en demanda de dólares y empujan la cotización y, enseguida, los precios. Ello no ocurriría si se tuviese una moneda con capacidad de reserva de valor o, en la transición a tenerla, una tasa de interés real históricamente positiva. Se trata de un viejo círculo vicioso de la economía local. El resultado de la devaluación, entonces, no fue real, sino sólo nominal. Pero este cambio de “la nominalidad” de la economía significó que la inflación mensual pase de uno a dos dígitos, con la consiguiente profundización de la redistribución negativa del ingreso que una posterior batería de medidas gubernamentales intentó morigerar.

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El dato disonante es que la secuencia que se desencadenó era conocida y por lo tanto predecible, algo que los técnicos del FMI deberían haber conocido. No lo enseña solo la teoría de la inflación de costos, sino también la memoria histórica. No hay un solo actor que participe en cualquiera de los niveles de los procesos de formación de precios, desde el kiosquero al gran empresario, que no sepa que, cuando sube el dólar, suben los costos de reposición y por lo tanto cambian los precios de venta.

  ¿Por qué se devalúa entonces? Normalmente se lo hace porque se advierte que no se cuenta con los dólares suficientes para sostener la cotización, o también porque el mismo proceso inflacionario “atrasa” el tipo de cambio, es decir el IPC crece más rápido que el precio del dólar, lo que genera expectativas de devaluación y comportamientos de los actores “como si” el tipo de cambio ya se hubiese ajustado. Se entiende que en este proceso existe una “trampa nominal” que de alguna manera debe frenarse. Una respuesta lógica a estos problemas es aumentar la provisión de dólares de la economía, lo que puede hacerse por tres vías principales. Aumentar las exportaciones, el ingreso de capitales o la toma de deuda. Sin embargo, en el presente no es tan simple. Las exportaciones solo pueden crecer lentamente, necesitan la maduración de inversiones, aunque también puede ocurrir la circunstancia exógena de una mejora de los precios internacionales. El ingreso de capitales se restringe de hecho cuando la macroeconomía es inestable y existen restricciones cambiarias. Y finalmente la economía local se encuentra sobreendeudada.

  Luego, en base a la experiencia antes que a la teoría, se sabe que las inflaciones de más de 30 puntos empiezan a transformarse en fenómenos de otro tipo, porque comienza la indexación sistemática de contratos, la aceleración de la inercia. El dato del presente es que la inflación actual multiplica al menos por cuatro este límite práctico.

  La primera conclusión provisoria es que la alta inflación producto de las dificultades para sostener el tipo de cambio fue el mecanismo que, durante la actual administración, impidió la recuperación de los salarios a pesar de haber tenido el contexto favorable de la recuperación del empleo como resultado de un buen comportamiento de la actividad. También fue lo que produjo la gran heterogeneidad de ingresos en la población, por eso se siguen viendo, por ejemplo, restaurantes llenos, espectáculos que agotan localidades y un gran movimiento de turismo interno. Con una inflación de tres dígitos hay una parte de la sociedad que la pasa mal, con trabajadores no excluidos pobres, situación que a grandes rasgos explica la descomposición social e ideológica cuyo emergente fue el crecimiento de fuerzas políticas antisistema, un espejo distorsionado, con características propias, del surgimiento de las ultraderechas a nivel global. Al mismo tiempo, el sostenimiento de la actividad a pesar de la inestabilidad macro también permitió que otra parte de la población no haya perdido poder adquisitivo en tanto el capital, de todos los tamaños, y todos quienes no tienen ingresos fijos sostuvieron y mejoraron su participación en el ingreso.

  Lo que atraviesa a todos los sectores, cualquiera sea su grado de afectación, es el fuerte enojo con la persistencia de la inestabilidad macroeconómica, lo que siempre genera una gran incertidumbre sobre el futuro y cualquier planificación, sea la del presupuesto familiar o de las inversiones. No es casual, entonces, que la incertidumbre se exprese también en el escenario político, con un futuro resultado electoral completamente abierto que trasluce una preocupante pérdida de la cohesión social, con ruptura de consensos que hasta hace poco se consideraban elementales e incuestionables, desde las funciones básicas del Estado, como la salud y la educación públicas, hasta la misma democracia.

  En el actual escenario, entonces, el único consenso es la necesidad de terminar con la inflación crónica. Y de las inflaciones muy altas solo se puede salir con un plan de estabilización. Estos planes son bastante estándar e implican una devaluación de inicio, medidas compensatorias para que la depreciación inicial de la moneda no sea un simple cambio en la distribución del ingreso y firmes acuerdos políticos para poner freno al ajuste de contratos, precios, tarifas y salarios. Lo que resta es sentarse a esperar la evolución de las variables. No siempre sale bien. 

  Los problemas centrales parecen ser entonces tres. La distribución del ingreso en el punto de partida, la corrección técnica del plan --que inevitablemente suma componentes ortodoxos y heterodoxos, el ajuste inicial y las medidas compensatorias-- y la construcción de una hegemonía política. Por las tres razones el resultado electoral será absolutamente determinante.

  La gran restricción del presente, y a la vez el gran riesgo, es que luego de más de una década de estancamiento económico y sucesivas crisis externas con distinto grado de desarrollo, ya no resta margen social para seguir avanzando en una distribución regresiva del ingreso. Los salarios ya están demasiado deprimidos y literalmente al borde de la inestabilidad social. Se sabe que en 2024 se contará con más divisas para sostener el tipo de cambio, por dos razones, porque no habrá sequía y porque no habrá déficit energético. El desafío está en llegar al año que viene. Las políticas expansivas decididas después de las PASO descuentan la mejora de 2024, pero de nuevo, el problema residirá en cómo se financiará la transición.

  Enfrascados en el corto plazo y en el viejo instinto de seguir presionando sobre los trabajadores, las clases dominantes, la verdadera “casta” que no vive precisamente en la sociedad política, sino en la sociedad civil, que no son “los políticos”, sino la gran burguesía, parece no haber aprendido nada de la historia y no advertir el riesgo sistémico de la situación actual. Así como los gobiernos nacional populares deben aprender de sus errores históricos para no repetirlos, asumir por ejemplo que la alta inflación siempre importa, que el déficit fiscal con restricción externa también es un problema y que las restricciones cambiarias deben ser solamente medidas acotadas y transitorias, la gran burguesía debe asumir su responsabilidad en la cohesión social. Era esperable que después de la crisis de 2001 y del estrepitoso fracaso del gobierno endeudador 2016-2019, los grandes empresarios hubiesen aprendido alguna lección. Sin embargo, parece estar empeñados en repetir recetas que, una y otra vez, no funcionaron. En vez de entusiasmarse con los pedidos de cárcel para los adversarios, los sectores dominantes deberían ser los primeros en asumir la necesidad de un gobierno de unidad nacional con todos los sectores democráticos de la sociedad política. De nuevo, el gran riesgo del presente es que no queda margen social para un nuevo fracaso. Pocas veces en la historia se decidió tanto en una elección.-

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