“Cepo a los viajes al exterior”. “Venganza contra la clase media”. “El camino a Venezuela y a la Unión Soviética”. “Gobierno de inútiles”.
Estas definiciones, proferidas por periodistas, economistas, y políticos de la oposición, fueron utilizadas para referirse a la reciente circular A-7407 del Banco Central, que impidió el financiamiento en cuotas en pesos de pasajes y hotelería en el exterior.
En ningún caso se mencionó que no existe ninguna restricción para la compra de pasajes y salidas al exterior, pero por sobre todo, que así como se apuntó a restringir la demanda de turismo emisivo, que en años normales llegó a implicar una erogación de 9.000 millones de dólares anuales para el país, se buscó ampliar la demanda de bienes de capital para fortalecer la industria y el empleo, dos elementos que inciden de forma mucho más decisiva en el bienestar de la población.
Sucede que paralelamente a la restricción para los viajes, el mismo Banco Central anunció mayores créditos y flexibilidades para importar bienes de capital, es decir las maquinas utilizadas para la producción industrial, por hasta un millón de dólares y con adelantos de hasta 270 días para poder abonar este tipo de maquinarias.
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Se trató, en definitiva, de una medida que apunta a utilizar los escasos dólares con los que cuenta el país para generar más industria y trabajo en lugar de turismo al exterior, una actividad altamente positiva en lo social y cultural, pero reducida a un mínimo de la población, y que poco aporta al desarrollo del país, a diferencia de la industria nacional, que posibilita la creación de empleos y de contar con más dólares, sea tanto por la exportación de los productos fabricados por esas industrias nacionales como también por la posibilidad de que esa misma producción nacional sustituya importaciones.
Y es que los números están a la vista. Según el último informa de Evolución del Mercado de Cambios y Balance Cambiario del Banco Central en el pasado octubre se fueron 265 millones de dólares en el rubro “Viajes, pasajes y otros pagos con tarjeta”, un 14 por ciento mayor al gasto de septiembre (228) y un 37 por ciento más que agosto (197), es decir, marcando una tendencia que amenazaba con llegar al promedio pre-pandemia de 600 millones mensuales, lo que equivale, según el Centro CEPA, al financiamiento del 75 por ciento de las maquinarias industriales que se importan en el país, y a un 25 por ciento de los insumos que se importan para la producción nacional.
Aún más, con cotizaciones de dólares paralelos que se encuentran entre 200 y 210 pesos, la posibilidad de acceder al dólar “turismo”, actualmente en 175 pesos y con una potencial devolución del 35 por ciento para quienes abonan Impuesto a las Ganancias, es en los hechos un subsidio del Estado, es decir de toda la población, para las clases medias altas y altas que viajan al exterior, algo que en rigor continua, pero sin la opción extra de financiamiento, lo cual, como es lógico aumentaba la demanda de viajes y por ende de dólares al Banco Central, que es al que recurren las agencias de turismo
Restricción eterna
Resulta tan compleja la falta de divisas en la Argentina, que incluso se escucharon voces críticas de la medida de flexibilización de dólares para la importación de Bienes de Capital. Tal es el caso del ingeniero Bruno Capra, del Grupo Bolivar, quien afirmó que “es imposible ser competitivo en el plano internacional si el Bien de Capital no es fabricado localmente por el mismo sector usuario”. Y es que en efecto, la transferencia de tecnología del exterior implica una constante dependencia de los países proveedores, tanto para el mantenimiento como para la actualización de la tecnología importada, lo que significa también constantes egresos de dólares.
Con todo, resulta extremadamente complejo pensar un mejor destino para los dólares que no sea el industrial, máxime si uno de sus competidores es el turismo emisivo. Pero en rigor, el problema de la “restricción externa”, esto es, la carencia de dólares u otra moneda “dura”, resulta tan estructural en la Argentina que el fallecido economista Aldo Ferrer la definió como la “restricción eterna”.
Puntualmente, el fenómenos se experimentó a partir de la década del cincuenta, y se lo denominó “ciclos cortos” o de “stop & go”, un concepto que se podría traducir en la idea de una industrialización tardía y deficiente, que llevaba a que luego de un período de auge industrial (go), el nivel de demanda de productos manufacturados pasaba a ser tan alto que las divisas producidas por el campo, y en mucho menor medida por las manufacturas nacionales, eran insuficientes para seguir importando bienes de capital e insumos necesarios para continuar con el crecimiento industrial.
De hecho. entre sus autocríticas, CFK afirmó al diario español El País que durante sus presidencias “no pudimos resolver cuestiones estructurales en la industrialización del país. Es un dilema fuerte. No le encontramos la vuelta al estrangulamiento que se produce cuando estás industrializando el país”.
Pero si el problema es estructural, hoy sin dudas se vive un pico, luego del desaforado endeudamiento de la alianza Cambiemos por 100.000 millones de dólares, que cerró la posibilidad al país de obtener más financiamiento en dólares para sus necesidades y obliga al mismo tiempo a afrontar una deuda en divisas imposible de saldar en el corto plazo, lo cual genera también una amplia desconfianza en el conjunto de la economía, lo que se traduce en mayor demanda de dólares, solo restringida por los diferentes “cepos”.
“Nuestro país tiene también el peso inédito de una deuda también inédita con el FMI. Es un momento histórico de extrema gravedad y la definición que se adopte y se apruebe, puede llegar a constituir el más auténtico y verdadero cepo del que se tenga memoria para el desarrollo y el crecimiento CON INCLUSIÓN SOCIAL de nuestro país”.
Así se refirió, de hecho, en su última carta pública la vicepresidenta CFK, respecto a la presentación que hará el gobierno en el Congreso, en diciembre próximo, para reestructurar los cerca de 40.000 millones que se le adeudan a este organismo.
Restricción externa estructural, fuga de divisas, industrialización, y FMI. Parece no haber espacio para financiar el turismo emisivo, más allá del relato opositor.