Las recientes resoluciones adoptadas por el gobierno en relación a la venta de dólares, exhiben las restricciones culturales y políticas entre las que está gobernando el ejecutivo, incluso por sobre variables netamente económicas.
Sucede que las habituales limitaciones a la compra de divisas obedecen a un factor económico y estructural, como lo es la denominada “restricción externa”, es decir la imposibilidad de que las divisas que ingresan, mayormente por exportaciones agropecuarias o toma de deuda, alcancen para la demanda de dólares que el país tiene para importaciones industriales, giro al exterior de utilidades empresarias, pago de deudas en moneda extranjera, ahorro en dólares, o bien turismo externo o compras de servicios en el exterior.
El actual presente de pandemia representa un interesante caso de estudio, con algunos de los factores mencionados reducido a mínimos históricos, como lo son el gasto por turismo al exterior, prácticamente nulo, e importaciones, mayormente industriales, que debido a la aguda recesión se han reducido durante este año en un 30 por ciento, luego de caer en 2019 otro 33 por ciento en relación al 2018 a causa de la recesión macrista.
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A ello habría que sumar un panorama despejado de vencimientos de deuda, luego de la exitosa negociación del gobierno con los acreedores privados, lo que implicará fuertes vencimientos recién al cabo de cuatro años, junto a un equilibrado valor del dólar oficial, pues el denominado Tipo de Cambio Multilateral, que mide el valor del dólar en nuestro país en relación con el de nuestros principales socios comerciales, se encuentra dentro del promedio de la serie iniciada en 1997, según el Ministerio de Desarrollo Productivo. Es decir, no hay un dólar “barato”.
Si se tiene en cuenta que la Alianza Cambiemos impuso un “super cepo” al ahorro, con una compra limitada a los 200 dólares por persona, tampoco la demanda para atesoramiento debería significar un elemento disruptivo, con lo que ningún factor objetivo económico permitiría pensar que se esté en un ciclo agudo de la restricción externa que urja la imposición de nuevas regulaciones a la adquisición de dólares, aun cuando las exportaciones hayan caído en lo que va del año en un 16 por ciento.
Por eso es que las últimas medidas sobre los dólares, podrían leerse como respuesta a un fenómeno mayormente cultural, como lo es la histórica tendencia de los argentinos en refugiarse en el dólar frente a la incertidumbre, y cuya alta demanda aumenta también las posibilidades de generar una brecha con el dólar paralelo y posibilitar el llamado "pure". Fenómeno que se da, en este caso, a raíz de la incertidumbre motivada por la pandemia, y potenciada por el discurso del arco opositor, al que además el oficialismo responde con divergencias internas propias de un Frente con diferentes tendencias.
En este último caso, resulta evidente que la disposición tomada frente al dólar ahorro, intentó saldar dos posturas encontradas en el propio gobierno, como lo es la favorable a una restricción total a la compra de divisas, bajo el concepto de que los dólares deben canalizarse a las importaciones necesarias para la producción argentina antes que para el atesoramiento, y otra proclive a ofrecer beneficios a la clase media con poder de ahorro, aun cuando las mismas dificulten el desarrollo productivo.
La solución fue un hibrido que no deja en claro la prioridad entre ambas alternativas para el gobierno, pues si bien las restricciones totales para determinados Cuit, como los deudores hipotecarios o de tarjetas, o jubilados de la mínima, es total, quedó abierto el grifo para otros millones, cuyo impuesto adicional del 35 por ciento no será impedimento para que vuelvan a adquirir este “dólar solidario”, pues es de esperar que tal como comenzó a suceder, el dólar paralelo suba su cotización en función de las nuevas regulaciones.
Algo similar ocurre con las deudas que sostienen las grandes empresas, donde la nueva disposición implica facilitarles solo el 40 por ciento de los dólares necesarios, a valor oficial, para cancelar compromisos que superen el millón de dólares mensuales. Es una reducción, pero no una quita total de beneficios a las grandes empresas, ya que tal como señalo el dirigente pyme Marcelo Fernández “yo me pregunto qué PYME tiene una deuda de ese monto en dólares en el exterior cuando no tenemos ese tipo de créditos”. De esta forma, el Banco Central les mantiene un “seguro de cambio” para una parte de sus deudas o giros encubiertos de divisas al exterior, aunque no les facilita la totalidad, como venía haciéndolo, para deudas que se calculan en un total de 3.500 millones de dólares. De la misma forma, tampoco instrumentó medidas para que los exportadores ingresen 3.267 millones de dólares que tienen pendientes de liquidación, según reveló el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas.
Resta por verse lo efectivo que tendrá está combinación de posturas, pero lo cierto es que la sola regulación, cualquiera sea la misma, produce el mismo resultado en una oposición que parece no dudar en embestir políticamente con todas sus herramientas, aún en el contexto de pandemia. Las reiteradas comparaciones a la Venezuela de Maduro, distorsionando acciones legitimas y necesarias como las entabladas por el macrismo para regular la compra de dólares, así como otras de la vida política que en absoluto viran a un modelo socialista, tienen igualmente anclaje en las decisiones del gobierno, aun cuando las mismas paradójicamente intentan tender un puente con sectores del capital concentrado y parte de la clase media refractaria.
Resta por verse si, de la misma forma que con las nuevas regulaciones al dólar, la habitual respuesta conciliadora en medio de las restricciones propias y ajenas, habrá sido la mejor alternativa para llevar adelante su proyecto original de “empezar por los últimos para llegar a todos”. El final sigue abierto.