El terremoto político del domingo en Francia afectó a la selección de Kylian Mbappé, pero no a Roland Garros. El Abierto de tenis de Francia, que coronó ayer al español Carlos Alcaraz, ni siquiera se había conmovido en la edición de 1968. Eran días del Mayo francés. Los estudiantes llegaban hasta las puertas del estadio parisino, pero el tenis, sus elegantes espectadores, ignoraban las protestas. Miraban a sus campeones. Ayer, el avance electoral de la ultraderecha y la convocatoria a elecciones legislativas anticipadas anunciada tras la debacle por el presidente Emmanuel Macron retrasaron catorce minutos y relegaron luego a pantalla chica la trasmisión por TF1 del amistoso que la selección de Francia apenas empató sin goles contra Canadá (rival de Argentina el 20 de junio, en la apertura de la Copa América de Estados Unidos). La pantalla de TF1 dedicaba su espacio mayor a la política. Las elecciones anticipadas pueden provocar un inesperado sacudón político previo a la celebración de los Juegos Olímpicos en París, a partir del 26 de julio. Roland Garros, en cambio, imperturbable.
Sucedió también lo mismo en junio de 1939, poco antes de la invasión nazi a Francia, cuando Roland Garros vio triunfar en damas a la local Simonne Mathieu, rica y rebelde y que, con 31 años y acaso en su mejor momento, decide cuatro meses después alistarse en el Ejército para combatir contra el nazismo, primero como parte de la Resistencia en Gran Bretaña, y luego a las ordenes del general Charles De Gaulle para crear el “Cuerpo femenino de las Fuerzas Francesas Libres”. Trabajó también como espía en Argel, dejando hijos y marido. Volvió finalmente al tenis para dirigir al equipo femenino de Francia. Fue bicampeona de Roland Garros, número 2 del mundo entre las dos guerras, once veces campeona de Francia y ganó trece títulos de Grand Slam.
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Así como Roland Garros tardó en redescubrir a su campeona antinazi (recién en 2019 puso a una de sus canchas el nombre de Simonne Mathieu), aquella edición de 1939 sufrió la ausencia de quien había sido campeón masculino en 1934 y ’36, el barón Gottfried Von Cramm, alemán, antinazi y homosexual. El régimen nazi ya le había impedido defender su título en 1937 y solo lo autorizó a jugar en dobles con Heinrich “Henner” Hankel, que sí era en cambio un nazi convencido. Sin Von Cramm, Hankel fue el campeón alemán de Roland Garros en 1937. Cinco años después, Hankel moría en Stalingrado como soldado del Ejército nazi. Tenía apenas 27 años.
Von Cramm se había ganado la desconfianza del nazismo ya en 1935. En plena final de Copa Davis contra Estados Unidos reconoció en un punto clave que una pelota rival había sido buena. La Copa terminó en manos de Estados Unidos. “No creo haber defraudado al pueblo alemán, por lo contrario, creo haberlo honrado”, dijo Von Cramm ante las críticas. Se negó a afiliarse al nacionalsocialismo, hizo críticas “constructivas” al régimen y, casado con la hija de un banquero judío, supuestamente, tuvo una relación homosexual con un actor judío exiliado en Palestina. “Sospechoso de delitos contra la moral”, de violar el artículo 175 del Código Penal, fue detenido” por la Gestapo, la policía secreta del Estado, informó Le Matin en Francia el 8 de marzo de 1938.
Fue liberado luego de seis meses por gestión del rey Gustavo V de Suecia, tenista y amigo del barón. Pero la acusación pública de su amorío lo marginó del Abierto de Wimbledon, porque Gran Bretaña penaba con cárcel al homosexual. Sin tenis, el régimen alemán lo envió al frente ruso como simple soldado en 1940, pero lo retiraron poco después como “elemento poco confiable”. En 1944 fue implicado en el frustrado atentado contra Adolf Hitler. Se refugió en Suecia y volvió años después a Alemania.
Sin él, la final individual masculina de Roland Garros de 1939 fue enteramente estadounidense (William “Don” McNeill le ganó a Robert “Bobby” Riggs). Recordamos la edición de 1939 porque fue la última previa a la ocupación nazi. Y porque Roland Garros cita orgulloso que su nombre se debe a un pionero aviador que murió en la Primera Guerra Mundial. Pero evita en cambio (y en algunos casos hasta niega) que su estadio haya sido una cárcel provisoria en setiembre de 1939. Allí fueron enviados cientos de personas, en su gran mayoría, judíos antifascistas que se habían refugiado en París escapando del horror pero que terminaron sufriendo cárcel en la capital francesa, en vísperas de que llegara el Ejército nazi. Hay que leer “Escoria de la tierra”, libro denuncia del escritor húngaro Robert Koestler.
Pasaron ochenta y cinco años. Justamente Francia, y también Alemania, nada menos, fueron ayer los principales países del Viejo Continente que sufrieron un duro avance de la ultraderecha en elecciones europeas. Ganaron políticos que apenas disimulan su cercanía con aquel viejo horror que se creía definitivamente superado. Enemigos hoy de las minorías y de los inmigrantes. Mientras, la edición de Roland Garros que terminó también ayer registró un sacudón de otro tipo. Es un huracán español de 21 años llamado Carlos Alcaraz, que remontó y ganó una emotiva final a cinco sets al alemán Alexander Zverev. Y que se anuncia como gran candidato a nuevo rey tras el dominio de Roger Federer, Rafael Nadal y Novak Djokovic. El deporte como reflejo generoso del mundo