Amelia Zavalla habla y la primera palabra que menciona es “rugby”. No sabe por qué, o simplemente no puede explicarlo, pero todos los caminos la condujeron a crear una vida alrededor de la pelota ovalada. Desde el flechazo que sintió mirando un partido desde la tribuna, la crisis social de Argentina en 2001 que la obligó a marcharse a Estados Unidos y a debutar allí en el deporte, su regreso al país donde incentivó la disciplina femenina, hasta el pedido de un club sanjuanino para que no dirigiera más y que sus hijas la ayudaron a darse cuenta que fue discriminación, y confiesa: "En el rugby somos igual el gordo y el flaco, pero la mujer y el hombre, no".
Madre de cuatro, todas las historias convergen en una mujer de 47 años que lleva ocho siendo árbitro principal de la Unión Argentina de Rugby (UAR) y que derriba obstáculos a la par que desea un deporte que no distinga géneros: “Sueño que ya no tengamos que estar pensando en rugby femenino y masculino, sino en el crecimiento del deporte en general”.
Su vida se escribe con rugby
Amelia llega al Club Huazihul de San Juan y siente miradas espesas sobre ella. Algunas de reojo, otras que no disimulan. Es marzo de 1991, tiene 16 años y va a ver a su pareja que juega en las juveniles del club. Empieza el juego y, desde la tribuna, ahora, la que se enciende es su propia mirada. No había sentido un impacto así hasta entonces. “Empecé a acompañarlo a la cancha y me encantaba ver los partidos -cuenta Alejandra-. Cuando terminaba, me quería quedar al tercer tiempo con ellos. Yo quería estar, decía ‘quiero jugar a esto’. Pero en ese momento no había oportunidades para las mujeres ni tanta información como para saber si en otros lugares de Argentina o del mundo se jugaba rugby femeninino”, detalla a El Destape.
Su deseo por estar más cerca del deporte que la había encandilado voló en su cabeza, hasta que la idea, finalmente, se cristalizó. Junto a Ariel, su pareja, se hicieron cargo de la concesión del buffet de Huazihul. Con los años, aún sin jugar todavía ningún partido del deporte que amaba, la familia se agrandó. Ese momento también estuvo atravesado por el rugby. “Tenía fecha de parto para el 16 de noviembre de Manuela, mi primera hija, y yo estaba mirando un partido de Huazihul. Preparé el bolso y lo dejé en el auto por si hacía falta salir corriendo para el hospital”, relata Alejandra.
La crisis de 2001 obligó a Amelia y a su familia a buscar nuevos rumbos. El lugar elegido fue Estados Unidos, una supuesta panacea de oportunidades en aquellos tiempos. Tras dos años de vivir en Nueva York, la familia se mudó a Carolina del Norte y, sin esperarlo, cumplió su sueño deportivo. “Mi pareja se enteró que había rugby en esa ciudad. Él empezó a ir a un club y, después del segundo entrenamiento, me contó que había chicas entrenando. Ahí dije ‘voy’, sin dudarlo. Mi primer partido de rugby fue en Estados Unidos. Estuve jugando dos años en XV - la categoría tradicional del deporte- hasta que nos separamos y me volví para Argentina, ya con cuatro hijos”, reconstruyó en diálogo con este medio.
Cuatro años después, volvió a Huazihul para compartir su experiencia deportiva. Junto a varias mujeres del club, armó un partido a beneficio para juntar ropa y alimentos para los sectores más marginados de la provincia. Lo que parecía ser un hecho con principio y final, dio comienzo a ese equipo pionero que le cambiaría para siempre su vida.
“Las mismas chicas me dijeron que querían seguir entrenando. Formamos un equipo y empezamos a jugar el Regional con Mendoza y San Luis. En 2011, salimos campeonas de ese Regional, pero todavía la competición no estaba organizada por la UAR”.
En 2013, tuvo que sortear un obstáculo: el equipo que habían conformado en Huazihul se separó y solo quedaron cuatro jugadoras. Para ese entonces, su hija ya integraba también el equipo. Pero la desesperación por el futuro cercano solo le duró un instante. “Gustavo Pérez, del Jockey Club, me dijo que quería armar un equipo femenino y me ofreció que le diera una mano. Ya pasaron ocho años y seguimos jugando acá”, contó Alejandra quien, además de jugar, es entrenadora de equipos juveniles del Jockey Club.
Ser mujer árbitro en un deporte machista
-¿En qué momento decidiste que querías ser árbitro?
-Fue en 2012, yo tenía 37 años y fue casi de casualidad. Junto a otros muchachos que jugaban en el Club Jockey de San Juan nos hacíamos cargo como entrenadores de la división M13. Yo desconocía la totalidad del reglamento y me quería instruir más. Luego de recibirme, hice algunas prácticas en el Jockey Club hasta que en 2013 fui a un Nacional de Clubes con mi equipo y una persona me preguntó si me animaba a dirigir algún partido del Seven Femenino. Me saqué la camiseta de jugadora, me mandaron a dirigir y, después de esa experiencia, me convocaron para ser parte del panel UAR.
-¿Buscabas llegar a eso cuando iniciaste el curso?
- No, la intención principal nunca fue ser referí y menos con la idea de serlo en el ámbito nacional. Me sumaron al panel y la primera designación fue en un seven de Rafaela, en 2014. Como no se inscribieron los equipos femeninos, terminamos dirigiendo masculino.
-¿Cómo fue la primera experiencia dirigiendo hombres en un deporte que tiene comportamientos machistas?
-Entré a la cancha tiritando y sin saber lo que podía pasar. En el primer partido, tuve que parar el juego porque dos jugadores siempre se quedaban peleando. Luego de explicarles que no iba permitir más lo que hacían, uno de ellos dio media vuelta y se alejó sin que haya terminado de hablar, así que lo llamé y me pidió disculpas por haberme faltado el respeto. Al terminar la jornada, el veedor de partidos me felicitó por cómo actué en aquella situación y me dijo que lo mío era estar dentro de una cancha dirigiendo. A partir de ese día, la UAR empezó a designarme para que dirigiera en los torneos Nacionales y Seven femeninos.
-¿Cómo siguieron las interacciones con los hombres dentro de la cancha?
-No fue fácil. A mi me ayudó que antes de estar dentro de la cancha mucha gente ya me conocía. Generacionalmente, estaba a la par de algunos entrenadores, entonces nos conocíamos. Eso me sirvió en el campo, para que tuvieran un cierto límite al momento de ponerse a discriminar.
Se sufre mucho al llegar al club cuando notás que les molesta que una mujer los va a dirigir. El mensaje es: "las mujeres no tienen que estar acá". El error que puedo cometer yo es el mismo que comete un hombre, pero a mi me abuchean desde la tribuna y al hombre, no. A mi ahora no me está pasando porque me conocen, pero sí lo hacen con las chicas que están incursionando en el deporte. Al verlas jóvenes, piensan que son débiles. Y el machismo está ahí. Más allá de que llevan años en el deporte, tratando de crecer y progresar, sigue pasando y es muy triste.
-La exacerbación de la masculinidad en el rugby es un vicio que muestra la peor cara del deporte. ¿Qué hace la UAR para incluir a las mujeres y otros géneros?
-No sé si hacen mucho. En el panel femenino de la UAR hay cinco mujeres referis, que también dirigen en sus uniones y que referean dos instancias al año. En las designaciones de los referís, el rugby femenino siempre queda para lo último. Y lo mismo para las canchas, que a veces no tenemos dónde jugar. Cursos de perspectiva de género no hay, al menos en la Unión de San Juan. Quizá algún club haga de manera particular. Yo creo que pasa porque todavía hay un limbo en ese tema que ni la World Rugby sabe cómo avanzar, acompañar ese proceso. Es más por desconocimiento que por falta de ganas. Ya la mujer en el club y dentro del rugby es un problema. Y con el avance en los derechos de las mujeres trans, eso solo creo que les parte la cabeza y no saben qué hacer.
-El asesinato de Fernando Báez Sosa en 2020 a manos de jugadores de rugby generó una conmoción en el país y se señaló al deporte como responsable de engendrar violencia. ¿Qué reflexión hacés en cuanto a la violencia en el rugby?
- En el ámbito del rugby femenino, por ejemplo, se ven muchas situaciones con respecto al género o la orientación o gustos sexuales. Debería ser otro de los temas a abordar. Tenemos que capacitarnos e informarnos para buscar soluciones. No quiero ser mala con el rugby y decir que esto solo pasa en este deporte, porque también sucede en otros. Pero siempre hago hincapié en una de las cosas que pude desarrollar en este deporte, que tiene valores de igualdad pero que nos creemos superiores a otros deportes y que supuestamente nos hacen diferentes. En el fútbol, por ejemplo, hay chicas que son profesionales, a las que les pagan. Seguramente menos que los hombres, pero ya están un paso más adelante. Sin embargo, en el rugby no sucede: la mujer está afuera de la cancha. Deberíamos haber sido el primer deporte que le abra la puerta a la mujer si pregonamos este valor de la igualdad. Somos igual el gordo y el flaco, pero la mujer y el hombre, no. Los valores que tengo me los enseñaron mi mamá y mi papá en mi casa, no el rugby, como suele decirse. Ahí, el club y el rugby eran lo que más coincidían con esos valores y donde los puedo reafirmar. Pero mis valores no se los debo al rugby.
-¿Cómo está la estructura del rugby femenino hoy?
-Está recuperándose de la pandemia, como el rugby en general. Hubo mucha deserción y con eso desaparecieron clubes. Hay clubes que solamente tienen un equipo de mujeres nada más, como 9 de Julio por ejemplo, que no tiene juveniles ni equipo de hombres. Estamos recuperándonos de eso, con un muy buen proyecto que se está haciendo a nivel nacional que es arrancar con un bloque de cadetes. El rugby, desde pequeños hasta los 13 años se puede jugar mixto: la mujer que quiera jugar, juega junto con los varones. Pero después de esa edad teníamos un bache, de los 13 a los 16 años, que podían empezar a formar parte del plantel superior porque no había otra categoría y se iban a otro deporte, porque no podía entrar al equipo de las mujeres por ser muy pequeñas. En 2019 se crea el bloque juvenil, de 16, 17 y 18 años, que podían jugar juntas, pero seguía quedando el bache de infantil a juvenil, entonces durante la pandemia se creó el bloque cadetes que es 13, 14 y 15 años, y ahí estamos apuntando la mayoría de las uniones que es desarrollar ese bloque para darle un semillero a los planteles juveniles y superiores.
-¿Cómo es ser madre, jugadora de rugby, entrenadora y docente?
-Por suerte mis hijos son apasionados por el deporte, quizás los hice yo así y no les quedó otra (risas). Ellos me acompañaron muchísimo y me tuvieron paciencia. Cuando llegaba el fin de semana, sabían que lo pasábamos en una cancha y nos partíamos de un lugar a otro. La colaboración de los padres también fue importante. Mi hija jugaba conmigo y mi madre cuidaba mientras a la más chiquita. Los lunes, la soga del fondo de mi casa estaba llena de camisetas y shorts. No fue fácil, pero no fue desagradable. Sarna con gusto no pica. Dejamos de hacer muchas cosas, pero por suerte pudimos elegir. Estábamos todos en la misma sintonía.
-Con respecto al rugby y tu vida, ¿Con qué soñás?
-Ya cumplí más sueños de los que hubiera imaginado. El rugby me dio mucha oportunidades y otras cosas que jamás en la vida hubiera esperado. No sé si me queda algo más por soñar, los personales creo que los tengo más que cumplidos.
En cuanto al deporte en general, sueño con ver cada vez más mujeres acercándose. Que ya no tengamos este tipo de charlas, de por qué pasa esto con el femenino. Lamentablemente, cuando uno compara se da cuenta de las cosas que pasan y eso me pasó en Estados Unidos, que no había diferencia entre el hombre y la mujer. Eso es lo que sueño, que ya no tengamos que estar pensando en el rugby femenino y masculino, sino en el crecimiento del deporte sin tener que ver quién lo está jugando.
Rugby: discriminación e intento de censura
En octubre de 2021, ya con ocho años formando parte del panel de la UAR y con siete dirigiendo partido de plantel superior, Amelia vivió un episodio que levantó el velo de la discriminación y la violencia que existe hacia el género femenino en este deporte. Durante un partido del plantel superior masculino entre Universitario Rugby Club y Neuquén Rugby Club, los insultos y las agresiones verbales que sufrió de parte de jugadores y staff técnico del club Universitario la llevaron a no mirar para otro lado y detallar todo lo ocurrido en la cancha en un informe a la Unión Sanjuanina de Rugby.
En julio del mismo año, Rassie Erasmus, Coach de Sudáfrica y campeón del mundo con los Springboks en 2019, rompió con los protocolos de comportamiento en el rugby y disparó contra el arbitraje, luego de un partido entre su seleccionado y los British and Irish Lions. “Es cómico el respeto que los árbitros mostraron hacia los jugadores sudafricanos en comparación con los jugadores de los Lions. Había una gran diferencia entre a quién se estaba tomando en serio y a quién no”, acusa, entre varios hechos, el entrenador en un video de 62 minutos que se viralizó al instante por ser un deporte en el que el árbitro siempre tiene la razón y discutirle tiene consecuencias graves. La World Rugby recoge el guante y, tras analizar sus dichos, en octubre decide suspenderlo durante dos meses de toda competencia del rugby por publicar críticas a la forma en que el oficial de partido condujo un partido.
Con el escándalo mundial desatado por Erasmus y con la suspensión ya confirmada, a más de 7000 kilómetros de aquello la Unión Sanjuanina de Rugby recibe una nota del club Universidad de San Juan en la que le pide, de manera formal, que no se designe nunca más a Amelia Zavalla por “una innumerable cantidad de errores”, “su alevosía y parcialidad al momento de dirigirse con los integrantes de nuestro club” y porque “se advierte su saña contra nosotros”.
La Unión Sanjuanina de Rugby, con el precedente de Erasmus, decide no sancionar ni suspender a Universitario RC, club del que es oriundo Marcelo Rodríguez, presidente por aquel entonces de la UAR. “Esgrimieron solamente que no estaban de acuerdo con el club -relata Zavalla-, diciendo que apoyaban a todos los réferis. No fue un hecho aislado la carta del club, me lo hicieron a mi por el solo hecho de ser mujer. Si eso mismo hubiera pasado con un hombre, ese pedido no hubiese existido”.