Un día como hoy, pero de 1904 nacía Laura Ana Merello, más conocida como Tita de Buenos Aires, la Mujer Moderna de la Argentina por antonomasia, que le puso voz al tango para despotricar contra todo lo que le negara ser, todavía, más libre y que nos aseguró que “no hay que dar por el pito más de lo que vale”. La figura de la artista no puede apagarse sino, como deber de todas (y, también todos), resignificarse porque Tita no es una pieza de museo sino todo lo contrario: un modo de ser.
Tita Merello empezó una revolución casi 50 años antes de que las mujeres pudieran emitir su voto. Con la necesidad económica como motor inmóvil, se plantó y no sólo poniéndole voz femenina al tango, que era patrimonio de los hombres bravos, ya que fue por más porque nada le era suficiente: trabajó en el campo a la par de un peón con sólo diez años, fue vedette, cantante y actriz, probablemente la artista más completa de los últimos 100 años, sin concesiones de por medio.
El personaje que encarnó trascendió una a una todas sus artes, de un modo muy distinto al que le hubiera reservado la industria del espectáculo de su época. Se transformó en un símbolo de la persona a la que todo le cuesta mucho en la vida, por mujer y por pobre, y que por arte de magia asciende sin perder la memoria, sin negarle la voz a los que no la tienen.
Una memoria inviolable la llevó a compartir cada etapa de su vida sin una gota de vergüenza y sin perder la ternura. Batalló a la desigualdad como pobre y como mujer sin ningún marco teórico y en cualquiera de sus formas: violencia, desamor, el mercado y la televisión. La Merello marcó un precedente en la manera de contar nuestra historia como en la osadía de vivirla a nuestra manera y se convirtió en una leyenda que, a veinte años de su partida, tiene que seguir relatando y abrazándose.
“Yo me revestí. Me hice un vestido para pelearla a la vida de prepotente. Pero te darás cuenta que soy un perrito. Yo debo haber sido en otra generación un perro porque me dan ternura y muevo la cola. He vivido toda la vida añorando ternura que es el mejor de los sentimientos porque comprende amor y pasión. A mí me tratan bien y consiguen de mi cualquier cosa. La vanidad, la estupidez, la prepotencia, no sirven para nada”, juraba.
En momentos en donde las historias de superación y resiliencia son tan cancheras, la de Tita Merello es una por demás cautivante y contemporánea. De todos modos, es necesario no caer en ese cinismo comercial y publicitario y respetar, en alguna medida, los propios mandatos de la morocha de Buenos Aires que juraba que el pasado estaba muerto, aunque lo que deja en el cuerpo arrugas no sea más que el dolor.
Con un padre al que no conoció y una madre planchadora que ganaba 50 centavos por día, la misión de la Merello fue lisa y llanamente no morirse de hambre en la Buenos Aires del principio del siglo XX. La falta de oportunidades marcó la interminable búsqueda de justicia (y también de ternura, dijo tantas veces) en la que ser mujer fue más un desafío devenido en victoria que un impedimento para valerse por sí misma y, con la frente en alto, apoderarse del cariño de la gente y la memoria del pueblo. Porque las habladurías fueron de la prensa, de la hipocresía y del mercado que no consiguió verla de rodillas... Aunque años después, la televisión se haya cansado de reproducir la tristeza que a una Tita grande y cansada le robaba el fuego con el que arrasó no sólo la Argentina, sino el mundo entero.
Laura Ana Merello
Laura Ana Merello nace el 11 de octubre de 1904, hija de un chofer y una planchadora, y creció en un conventillo de la calle Defensa en San Telmo. Su padre murió de tuberculosis cuando la niña tenía apenas meses de edad. Su infancia, sin dudas, fue marcada tanto por la pobreza como por la falta de cariño en una Argentina a la que le faltaba casi medio siglo para conocer la dignidad de sus desprotegidos.
“Mala cosa acostumbrarse de chica a no recibir afecto”, también dijo ya que antes de cumplir 5 años, su madre la dejó en un hogar religioso de Villa Devoto a causa, nuevamente, de la pobreza. No podía garantizarle a la niña ni comida ni abrigo y la tuberculosis que fue uno por uno allá por el principio de siglo, podría ir a buscarla a ella. Tita estuvo casi cinco años en el asilo y, antes de cumplir 10 años, fue trasladada con un tío a un campo ubicado en Bartolomé Bavio, cerca del partido de Magdalena, donde ordeñaba vacas y limpiaba los chiqueros. “Trabajaba como un hombrecito, entre los hombres. Pasaban los días, las noches. Nunca un gesto de ternura”, remarcó más adelante sobre esta etapa.
En su adultez, se definió nuevamente como “una chica triste, pobre y, además, fea”. “Presentía que iba a seguir siéndolo siempre. Después descubrí que no hace falta ser bonita. Basta con parecerlo. Soy insolente de nacimiento y temperamento. Y con capacidad para sostener una insolencia... No recuerdo si tuve una infancia precoz. Lo que sé es que fue muy breve. La infancia del pobre siempre es más corta que la del rico”, denunció
Tita nunca fue a la escuela y fue analfabeta hasta los veinte años. De acuerdo con su testimonio que nunca mezquinó, sólo era capaz de diferenciar la A de la O, pero no se iba a quedar con esa limitación. Aprendió a leer y a escribir con la ayuda de un amante para gestar sus propios tangos con un registro único y llegó a colaborar con la revista Voces dándole rienda a su faceta como periodista.
Tita se metió en el mundo de los artistas sin más preparación que sus instintos para abrirse paso: la intuición y bravura. "Me costó trabajo aprender a vivir, pero aprendí a leer y a pensar por mi cuenta; si fuera verdad que la inteligencia se desarrolla mejor cuando encuentra resistencia, yo tendría que ser la mujer más inteligente del mundo, fui resistida y resistente", ironizaba.
"Mi mamá era una luchadora, ganaba cincuenta centavos por día y se reía a carcajadas todo el día. A mi papá no lo conocí, pero no voy a entrar en la onda del melodrama. Conmigo no. Se fue cuando tenía 7 meses, pero tengo un retrato de él manchado con lágrimas. Un día le dije 'viejo, yo no te pedí venir al mundo y si ahora estoy corriendo la coneja, sacame del pantano. Ayudame'. No lo conocí", le confesó una Tita de 80 años al periodista Antonio Carrizo y no pasaron diez segundos que la artista pidió un corte comercial para que su tristeza se volviera un misterio.
Nace Tita Merello
Atrás quedaron los tambos, pero la necesidad económica la llevó a incursionar en el ambiente artístico nocturno y su carrera comenzó con creces en el Teatro Avenida. Luego el Teatro Bataclán que la vio crecer y catapultó hacia el Maipo. La Merello fue la morocha que cantó, simplemente, porque se atrevió. Entró por la ventana al mundo del tango netamente masculino y sólo se apoderó de lo que nos correspondía a todas nosotras porque a la realidad se la batía a duelo para no seguir en la miseria y también para prender fuego el mundo desde el centro de la escena.
Ella contó que un patovica le pregunto si sabía cantar, si sabía bailar e, incluso, si sabía leer. A todo, Laura respondió que no salvo al revelar su edad: 20 años, condición única e indiscutible de su entrada en la noche porteña. Ella contó, en la misma entrevista, que a afinar le enseñó su único instinto, el de la supervivencia.
Tita es el paradigma de la niñez sin derechos, del amor sin dependencia o matrimonio o cualquier forma legal o no de la época, de la vida sin mandatos y a viva voz. "Todo ser humano tiene su casillero. Y mi casillero lo comprendí hace años. Lo mío no estaba cerca de Shakespeare. Siempre interpreté a mujeres de pueblo”, aseguraba sobre su incursión como actriz. Interpretó con valentía y desparpajo personajes transgresores que demostraban que a la versión sumisa y silenciosa de las mujeres tenía fecha de caducidad y que era ella quien venía a plantear la diferencia.
En el teatro Bataclán fue el primer encuentro con el espectáculo, pero el tiempo hizo lo suyo y, pese a tener 20 años en los años veinte, el correr de los años se tomaría lo propio para desenvolver el resto. En 1923 en Bataclán comenzó a cantar tango y, un año después, se integró como vedette en la revista ¿Quién dijo miedo?, que se presentaba en el Teatro Maipo.
La propia Tita se encarga de señalar cómo fue este comienzo: "no creas que fue por mi cara bonita, porque gracias a Dios fui una mujer fea, bajita, brava, insolente. Pero no de mal carácter". Tita explicaría más adelante que la diferencia la hizo por decir siempre que sí cuando se trataba de trabajo; en todo caso, que sea el director el que considere darle o no un lugar bajo las luces.
"En el Maipo me decían siempre: '¡Mirá esa mina. Qué piernas. Cómo la arrinconaría! ¿A quién vas a arrinconar vos, cachivache?", reclamaba la artista sobre sobre los babosos y su única manera de manifestar su sorpresa.
Su debut en cine fue en el primer filme sonoro argentino, ¡Tango!, junto a Libertad Lamarque, pero el reconocimiento del público llegó con Se dice de mí, el musical que la consagró como profesional. Mientras rodaba esta película, Tita demostró su determinación y valentía al lograr que el gobierno de Juan Domingo Perón levantara la censura que recaía sobre su coprotagonista, Pepe Arias, pero ella diría más adelante que el peronismo "murió con Perón", aunque compartiera los detalles de su vida en un circo junto a Hugo Del Carril mientras la censura los mandó al exilio.
Con la milonga, harto reconocida tras el estreno de la telenovela colombiana Betty la Fea, Se dice de mí se convirtió en uno de esos himnos que puso en el bolsillo a la exaltación de la belleza hegemónica pues fue criticada, sin paz, por ser "fea", "gorda" y hasta "desafinada". Sin pelos en la lengua, le dio su respuesta bien filosa a los ideales imperantes con uno de los temas de la cultura popular que más fuerza inspira. Si bien la letra original fue pensada para un varón, Tita hizo su propia versión en 1954 y conquistó al mundo. "Si fea soy, pongamosle que de eso ya yo me enteré", definió.
En México filmó Cinco rostros de mujer (Gilberto Martínez Solares, 1947) junto a Arturo de Córdova. A su regreso protagonizó el éxito teatral Filomena Marturano, de Eduardo de Filippo, que también llegó al cine y con ella como protagonista indiscutible. Entre los años ‘50 y ‘60 se sucedieron éxito tras éxito: Arrabalera, de Tulio Demichelli, la célebre Los isleros, junto a Arturo García Buhr, Guacho y Mercado de Abasto, junto a Pepe Arias, todas de Lucas Demare. Directores de distintos orígenes y formaciones fueron por su voz, por sus piernas y su espíritu: Hugo del Carril la convenció para acompañarlo en el circo durante la censura y, en tiempos mejores, para interpretar La morocha y Amorina, Leopoldo Torre Nilsson para el protagónico de Para vestir santos, y Enrique Carreras para Las hipócritas y Las barras bravas.
Como nada le era suficiente, Tita también les puso firma a letras de tangos como Llamarada pasional, musicalizado por Héctor Stamponi, y Decime Dios dónde estás, junto a Manuel Sucher. También escribió un libro: La calle y yo. En televisión, además de ser una tan incorrecta como impactante invitada, tuvo un programa propio y hasta manejó en otro un correo sentimental. En 1996 recibió el Gran Premio de Honor del Fondo Nacional de las Artes, que donó a dos hospitales. Un año después el cardiocirujano René Favaloro le ofreció quedarse a vivir en la Fundación y ella aceptó, diciendo que se iba a la casa de un amigo.
La rebelde definitiva
La vida de Tita fue larga para poder contarla ella misma, porque la televisión no la entendía porque era ella la que pedía un corte comercial para emocionarse tranquila o bien, pensar mejores respuestas que la primera que se le acercaba a la cabeza. "Yo soy impulsiva, pero soy auténtica. Jamás en la vida sería capaz de sonreír para conseguir algo", le afirmaba a un joven Alberto Badía mientras mostraba a la cámara una foto que lucía con justicia la belleza de sus piernas con las que caminó y caminó la Corrientes angosta, todavía calle. Una Corrientes que, teniendo más de 80 años como avenida, debería llevar su nombre.
"¡Qué careta! Pa’ tenerla en un desfile, al alcance de un sopapo y ver que abajo hay un guapo. ¡Boca abierta! Sos uno de tantos giles que pasan los carnavales haciendo el oso, sin divertir", cantaba.
Días antes de cumplir 80 años participó de Los Grandes, el ciclo que conducía el periodista, locutor y ajedrecista, Antonio Carrizo. "Si me tratan mal, yo me pianto", cantó Tita para agradecer el trabajo que "las chicas" de maquillaje hicieron con ella pese a que no se haya sacado los anteojos de sol en todo el encuentro. "A mí me tratan bien y consiguen de mí cualquier cosa. La vanidad, la estupidez y la prepotencia no sirven para nada", aseguró con la voz intacta.
"Canto con el mismo tono que hace 40 años. ¿Yo imposté la voz? No. ¿Yo aprendí canto? No. ¿Yo fui a estudiar arte dramático? No. El arte dramático está en la calle Corrientes angosta. Cuando caminás toda una noche sin tener en dónde dormir, así se aprende el drama. Ahí se aprenden las pausas, el tono. En la oración y en la desesperanza. He dicho", expresó, se puso de pie y pidió un nuevo corte comercial que le fue concedido casi automáticamente.
Como si tamaña exposición no hubiera sido suficiente, tras la pausa, volvió a definirse: "Di la sensación de lo que no soy. Soy una mujer débil, miedosa, melancólica como buena libriana. Llena de miedos… para pelearle a la vida tenés que ser guapa. La vida con los flojos no pelea, pelea con los bravos. Si no, no es pelea, ya te lleva ganada de entrada". "Qué bárbaro lo que dije. Eso que dije es barbaro", acotó golpeando la mesa.
En línea con el rechazo al melodrama, no iba a viajar en el tiempo para hablar de las batallas que tuvo que librar sin tener, siquiera, el derecho a quejarse. "Hay épocas que es mejor no recordarlas, yo me quiero borrar el pasado", juró como si estuviera cantando. "La alegría no te deja arrugas y la tristeza sí. Se lo discuto a cualquier psicólogo. La tristeza te marca, la alegría no. La gente no se viste para ir a sufrir un rato. No se arregla", decretó.
Tita se preguntaba "por qué no es noticia la gratitud" y cuestionaba al rating como unidad medida. "Los adjetivos no me gustan como tampoco me gustan mucho los programas. Hay una enfermedad con el rating y la calidad no siempre lo tiene". No era la desviada que odiaba a los hombres como muchas veces la presentaron sino todo lo contrario. Tita tenía memoria y una de las más fuertes de todas, la memoria del hambre. Por eso no olvidó a ese hombre que la encontró sucia y llorando por el ruido que se comía sus tripitas a sus cuatro años y que le llevó un sanguche que sabía a salvación.
Ese recuerdo tampoco taparía la violencia venidera ni cada uno de los incordios que tuvo que atravesar por causa de los hombres que si pagaban tenían derecho a todo, y si no también, porque lo que no podían comprar lo irían a buscar por la fuerza. Cansada salió del bulín de Avenida Corrientes en el que cantaba por dos mangos que no le alcanzaban para nada, al que iban los hombres a mirar y a dejar salir sus instintos más animales.
Muerta de frío, se encontró con uno que quería “enseñarle” cómo redimirse. Tita le metió un rodillazo en los testículos y lo dejó tirado, como herido de bala. Corrió desesperada y se refugió en una iglesia para pedirle a su dios que no la deje “en manos de estos tipos que se creen dueños”. “Así no termina mi vida, pobre y miserable de esta manera. Yo te juro que la gente va a saber de Tita Merello. Pero ahora salvame de esta, que te necesito. Amén”, prometió, se persignó y volvió a su pensión de Almagro para dormir y empezar al día siguiente un nuevo desafío. Mantenerse alimentada, abrigada y a salvo de una amenaza de los cuchilleros de siempre representaba cada día una victoria para esta tanguera.
"Muchacha, hacete el papanicolau"
Tita fue la cara visible de un movimiento contra el cáncer de cuello de útero, originado en gran medida por el Virus del Papiloma Humano (VPH) que en muchos casos es contraído a través de las relaciones sexuales. Tras ser operada en 1980 de cáncer de útero, alzó su poderosa voz para advertir y alentar a miles de mujeres a realizarse el control, tan simple y seguro, para prevenir una de las principales causa de la enfermedad que se llevó, o condicionó considerablemente, la vida de millones de mujeres en el mundo. También mandó al "varón de la casa a palparse los bultos" mientras un estudio de televisión estallaba en carcajada.
Tita buscó hablarle a la mayor cantidad de mujeres posible, principalmente a las suyas, ya que las que más riesgo corren con esta enfermedad son las menos informadas, las que no podían acceder tan fácilmente al sistema de salud para controlarse.
Los amores con la crisis
"Los muchachos con la crisis se han embravecido, se han embravecido. Ninguno agarra para marido. Mucho gusto, mucha pinta, mucho vigo-tacto, mucho vigo-taito, pero no quieren entrar en acción. Hoy los muchachos, muy finos y atentos, trabajan con cuentos a la compasión: te ofrecen toda su fortuna y el Sol y la Luna y, si vas entrando, te largan mirando, mirando pal sur", cantaba Tita.
"Más adelante, sabré cómo tratarlos para que no se pasen de vivos. Si no se aprende a pelear en la vida te pasan por encima", vaticinó cuando todavía era chiquita y con razón. Si bien el actor Luis Sandrini fue su llamado "gran amor", la morocha se salió del vínculo tras volver de su exilio en México (por aparecer en una foto con Juan Domingo Perón) y decidió no acompañar a Sandrini a Europa para hacer un protagónico porque ella tenía que seguir brillando en Buenos Aires.
Ante la negativa de la bravísima de desistir de su papel para acompañarlo, Sandrini la dejó, aunque más adelante se casó con otra argentina nomás. A su favor, Tita nunca se refirió al tema, no dando más por el pito de lo que el pito vale, y optó por respuestas como "todo cumple un ciclo. Nuestra relación cumplió el suyo. No hay que mirar más allá".
"Si encuentro a alguien con quién vivir es para cocinarle y no tengo ganas", le juraba a un joven Alberto Badía, aclarando que, estar acompañada dependía del precio. Si, después de todo, ningún macho aguanta cuando la yegua se envalentona y canta sus verdades a viva voz. Y con la voz del tango, menos. El macho raja.
Entre 1985 y su muerte se dice que vivió recluida, salía casi exclusivamente para ir a la iglesia y a uno que otro evento social. Sin embargo, en 1992 Susana Giménez se las arregló, con una estrategia más que lamentable, para que Tita fuera a su programa. Con una bochornosa la lectura que la televisión hizo de Tita en sus últimos años, Susana consiguió tenerla en su living por el día del amigo, pero la sorpresa que pensó la mal llamada estrella fue llevar, también, a Malvina Pastorino, la viuda de Sandrini.
Y ahí Tita, primero sola, incomodó a la diva de los teléfonos, cuando ante el anuncio de que en el set iban a juntarse dos personas importantes, ella de inmediato la corrigió diciéndole: "Sí, pero ya te dije que la palabra importante no me gusta", lo que hizo que el encuentro con la viuda de su ex se atrasara más de lo que Susana hubiera querido mientras pedaleaba al aire. Estaba claro que ahí el mando no era de ella sino de la propia Tita Merello.
Como Tita nunca tuvo de qué arrepentirse, abrazó a Malvina y le pidió que no deje de llamarla por teléfono si se sentía sola. Una vez más, Tita no le dio la razón a la pantalla e hizo de eso una oportunidad para mostrarse, una vez más, como ella misma se definía: una buena amiga. Para coronar el acto, la artista le advirtió a la diva de los teléfonos: "Ya te va a llegar el tiempo como me llegó a mí".
Sobre el final, la única familia era el público que cada vez buscaba más escándalos o premios millonarios en la pantalla. Su cabeza y su voz (eternamente firme) denunciaban algunos de los nuevos códigos que tampoco le eran sorprendentes: "Cambalache tenía razón" o llevaban más claridad a un pasado que no podía dejar de ser contado. "Muchas veces llegué a tocar el suelo con la frente. Pero me levanté. Pienso mucho en los desencuentros. Estoy como atorada en esos pensamientos, en las cosas que no pudieron ser. Finalmente me conformo hablándole a las rosas, a mi tortuga. Creo que la soledad no me queda tan mal", reflexionó.
Murió el 24 de diciembre de 2001, a los 98 años de un paro cardiorrespiratorio en la Fundación Favaloro. Aunque se desconoce si llegó a ver a Fernando De la Rúa irse en helicóptero desencadenando el caos que la morocha de Buenos Aires tranquilamente supo vaticinar. "Es un cerrar de ojos para no abrirlos más y para no saber que a cada minuto hay un aumento. Es una liberación", decía la artista sobre la muerte. Tenía razón.