Crespi: "La autoficción es puré instantáneo, no tiene ni la consistencia ni el sabor de la papa"

12 de abril, 2023 | 16.30

(Por Ana Clara Pérez Cotten).- Con la elegancia de quien evita los señalamientos vacuos del nombre propio pero con la argumentación afilada de quien tiene a la lectura como su herramienta, el libro "Un poco demasiado. Notas sobre el chantaje del presente", del escritor y crítico Maximiliano Crespi, bucea en las aguas de la cultura de la cancelación, las mil caras que adopta la autoficción y el chantaje de cierta victimización para dar cuenta, en última instancia, del espíritu de una época.

"Hubo un tiempo en que temíamos morir de literalidad; ahora nos dejamos matar por la afectación", advierte Crespi para abordar la marea de victimización que impregna lo contemporáneo y que obedece, desde su mirada, a cierto goce que obliga a relativizar el desahogo catártico o el registro falsamente altruista de la experiencia compartida. "En vez de comprar el verso del pueril 'lo cuento para curar el dolor' o del demagógico 'lo cuento para ayudar a otres', un franco 'lo cuento porque he empezado a gozar contándolo'", advierte.

El escritor nació en Oriente, en la Provincia de Buenos Aires, en 1976. Doctor en Letras por la Universidad Nacional de La Plata, se especializó en Historia Intelectual Argentina y Latinoamericana y trabaja como docente universitario. Publicó libros como "La conspiración de las formas", "Los infames", "Viñas crítico ", "La revuelta del sentido" -premiado por el Fondo Nacional de las Artes- y "Pasiones terrenas". Como editor, fundó "17Grises", un sello que en su catálogo reúne títulos de María Moreno, Luis Gusmán, Paula Puebla o Francisco Bitar.

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"La forma es una política", recuerda Crespi, en una definición sobre su diario de trabajo, pero que vale también para la autoficción, que "si fuera literatura, sería literatura de derecha". En este texto editado por Nudista, que desde la contratapa del libro la escritora Ariana Harwicz define como "un ensayo a destiempo y contra su época", el autor arremete no sólo contra la víctimización que galvaniza hoy los intercambios en redes sino también buscando desbaratar los malentendidos en torno a la indignación como posicionamiento frente a los conflictos: "Indignarse no es ponerse en el lugar de la víctima; es arrogarse el lugar de la víctima cerrando la posibilidad del juicio. La indignación empobrece, divide todo en blancos y negros", apunta en una entrevista con Télam.

-Télam: El título del libro: Un poco demasiado -que contás que fue idea de Diego Erlan- remite a la idea de vaso colmado, de algo que se pasó de la raya. ¿Qué es y de qué está hecho ese "demasiado" del chantaje contemporáneo que diseccionás en el libro? 

-Maximiliano Crespi: Llevo ya varios años acumulando cuadernos de notas sin otra referencia que un número en la primera página. El que Martín Maigua, editor de Nudista, tuvo la negligencia de publicar es el número 38. Quiero decir: el título con que apareció en librerías es muy posterior a la escritura. Me pareció pertinente por su sesgo materialista y su polisemia. Remite, claro está, a cierto malestar acusado ante la naturalización de una lógica extorsiva, por la cual la condición de víctima legitima como valiosa cualquier tipo de intervención cultural y aun artística que de ella provenga. Pero además hace referencia a la amenaza de sanción cancelatoria, que hace que cualquier oposición crítica al corazón de esa lógica perversa termine ahogada en la autocensura. Erlan, lector agudo como pocos, leyó el manuscrito y me advirtió (a su modo) con esa frase lo que podía esperar al publicar el libro; conservarla tal cual la formuló es una forma de agradecer su ironía sin renunciar a mi propio deseo, a la verdad que insiste.

-T.: Advertís que en las tramas de la autoficción no se cuenta una vida, sino que se "exhibe la moralización del drama por encima de ella". Más adelante, analizás el rol que juega la victimización y el goce que hay en esto. ¿Por qué la autoficción repite esta educación sentimental en el sufrimiento?

-M.C.: Hubo un tiempo en que temíamos morir de literalidad; ahora nos dejamos matar por la afectación. En la ola de la victimización, lo primero es razón de la oferta, victimizarse da un lugar en la escena. Pero es la pregunta por la razón de la demanda la que hace emerger cierto goce que es solapado bajo un discurso biempensante que generalmente declina en la conmiseración alienada (sabiendo que hay otros más miserables que uno, es más fácil abrazar la negación de la miseria propia). A veces me pregunto si esa sobreactuación propia de la victimización en la autoficción no es una forma de retorno gozoso al daño y al sufrimiento que lo renueva, una especie de huida gozosa hacia la propia cárcel. Quizá haya que releer en esa clave la autoficción victimizante; en vez de comprar el verso del pueril "lo cuento para curar el dolor" o del demagógico "lo cuento para ayudar a otres", un franco "lo cuento porque he empezado a gozar contándolo".

-T. Sostenés que "La indignación es el síntoma de la resignación de la voluntad, la aceptación de la incapacidad de reconocerse en las pasiones que dan sentido y pregnancia a la existencia". ¿Por qué la indignación es la reacción cómoda que caracteriza a esta época?

-M.C.: En la indignación uno es hablado por el discurso de la víctima naturalizando la incorporación transferencial de su condición. Indignarse no es ponerse en el lugar de la víctima; es arrogarse el lugar de la víctima cerrando la posibilidad del juicio. La indignación empobrece, divide todo en blancos y negros; propone la cancelación como respuesta a todo lo que no se ajuste a la autopercepción del indignado. La indignación es una pasión satisfecha con la moral de rebaño, apenas disimulada bajo una retórica estentórea y falsamente cuestionadora.

Con relación a la época sólo diré que, como todas, se vive dramática e inconscientemente, sin distancia crítica, con desesperación y angustia. Tiendo a creer que, ahí donde la época identifica sus discursos más razonables, el futuro apenas si percibirá ruido; ahí donde la época cree hacer silencio, estará dejando los signos que la harán comprensible en el futuro.

-T.:"Si fuera literatura, la autoficción sería literatura de derecha" sostenés al analizar imaginario pequeñoburgués en que se funda. ¿Creés que quiénes leen autoficción descansan en la postura de espectadores o simplemente la autoficción no deja margen para asumir el rol de lector?

-M.C: La autoficción es como el puré instantáneo. No tiene ni la consistencia ni el sabor de la papa. Se comercializa con la imagen de unas papas naturales en el paquete y se elabora bajo la presunción de que el consumidor carece de interés o de capacidad para advertir o apreciar la diferencia.

-T. El ensayo se articula en una composición de fragmentos que apuntan a pensar una época. Un "diario de trabajo", proponés vos al principio. ¿Por qué adoptaste esa forma? ¿Cuál es, a medida que avanza este trabajo, "la verdad que insiste" en términos de Octave Mannoni? 

-M.C.: Leer finalmente es eso: darse a la tarea de unir puntos distantes en el espacio. En este caso, hacer que algo que ocurra entre las notas y con las notas. Unos lo llaman lectura; otros, simplemente pensamiento.

Lo que ocurre generalmente es otra cosa: el pedido de que escriba libros más simples, más claros, como si tal simplificación fuera posible, como si en la simplificación no se estuviera perdiendo o resignando nada, como si en la clarificación no se jugara también una ética que compromete al lenguaje y que presume una jerarquización y una función determinada con relación al lector y a la lectura misma. Yo no escribo para entretener, pero tampoco para convencer a nadie; leo y escribo para ayudarme a pensar, o para acompañarme en el fracaso de no poder llevar un determinado pensamiento a término.

La notación es un protocolo de escritura comprimida y suspendida que forma parte de mi vida. En términos generales, uno toma notas todo el tiempo, robando productividad a la exigencia de las labores "oficiales", cortando camino, sin desarrollar demasiado, confiándose a la improbable ocasión de volver al cuaderno y recuperar el pensamiento. Pero al diario, lo sabemos, siempre vuelve otro y lo bueno del diario de trabajo es justamente lo que esa alteración promueve. El diario de trabajo no es un diario íntimo; no se escribe para dar consistencia a un personaje. Tiene que ver con el trabajo y con las germinaciones inesperadas que de él emergen; efectos colaterales, no necesariamente indeseables. La forma es una política. La verdad que insiste es la verdad histórica. Quiero decir: todo lo que uno escribe tarde o temprano le revela algo verdadero y aterrador de sí mismo. Por eso todo está ahí tal y como fue escrito en el cuaderno, aunque ya no esté diciendo exactamente lo mismo.

- T.: En el texto de contratapa, Ariana Harwicz llama a "huir del escritor de grupo que se dedica más al lobby que a otra cosa". ¿Dónde encontrás hoy literatura? ¿Cuál puede ser un refugio ético ante el chantaje de la época?

-M.C.: No me interesa nada del universo de las escrituras íntimas; mucho menos las roscas que los escritores o sus agentes tejen para convertirlos en valijeros. Me interesan sí Carlos Godoy y Ariana Harwicz; no en tanto entidades biográficas particulares, sino en tanto nombres propios que remiten a proyectos literarios que problematizan la experiencia del presente. Dos proyectos que podrían eventualmente plegarse a las demandas comerciales del presente, pero que sin embargo se desarrollan siempre hacia zonas de contradicción, de ambigüedad, tomando posiciones incómodas, heterodoxas, mostrando aristas y matices invisibilizados por la luz cegadora del sentido común.

Sé que es una posición un poco anacrónica (la moda es también una forma del chantaje), que hoy es más provechoso convertir el relato de la crítica en un relato de los vínculos personales; convertir la familiaridad, amistad o la enemistad en objeto de exhibición de lo que uno escribe. Como si, al hacerse público, el vínculo transfiriera "grandeza", "singularidad" o "distinción" al que se lo acredita. Eso no me convence.

Con información de Télam