En la novela "Un montón de bolsas negras", Sebastián Masquelet, escritor, docente de literatura y uno de los responsables de la librería Atlántica, reconstruye las desventuras de un protagonista que consume las horas escribiendo publicidades mientras tramita la incertidumbre que le genera su inminente paternidad y trata de resolver, al mismo tiempo, un nudo familiar.
Masquelet trabajó el texto junto a Juan Forn, en el taller al que asistió hasta que comenzó la pandemia. "Le pusimos nombre a la novela en el último encuentro presencial y seguí en contacto con él hasta que falleció", cuenta sobre cómo lo marcó (a él como autor y también al texto publicado por Hormigas Negras) el trabajo junto al mítico escritor, editor y periodista a dos años de su fallecimiento. Desde Atlántica, una librería-café en el barrio de Caballito que montó junto a sus socios en la que era la casa de su bisabuelo, el autor ejercita el doble rol de escritor-recomendador.
-Télam: ¿Cuál fue el puntapié de la novela? Hay un viaje a la infancia y un trabajo sobre cada miembro de la familia que permite entender la incertidumbre ante su paternidad. ¿Cómo construiste el diálogo entre pasado y presente?
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-Sebastián Masquelet: La comencé a escribir cuando apenas acababa de publicar un diario de viajes que me había llevado varios años de trabajo y de taller; y fue bastante loco poder arrancar algo nuevo cuando todavía estaba muy metido en el proceso de cierre del otro libro. De hecho, lo que me empezó a pasar era que la voz del protagonista se pegaba demasiado a lo que ya venía escribiendo. Y si bien eso siguió pasando, supongo que porque desde la primera persona es medio difícil alejarse de uno mismo, de a poco fue fluyendo a otra velocidad, con más claridad. Después arrancaron los problemas en serio. Fue clave el espacio de taller para salir rápido de las trabas que genera lo autobiográfico. El puntapié de la novela era una separación y, vaya uno a saber por qué, se me dio por ir hacia algo de la historia de mi viejo y de mi abuelo.
Crecí y me formé culturalmente de la mano de una abuela que en la novela muere treinta años antes, mi vieja siempre estuvo presente y además tengo cinco hermanos. Entonces a partir de la experiencia del taller y sobre todo con la mirada de Juan Forn, se fue ajustando lo que le convenía a la historia y así arranca lo ficcional. Y después empieza también algo medio mágico: cómo se conectan partes de la historia, algunas que las puedo haber visto yo aún cuando no las había planificado y la mayoría porque las observan y te las proponen quienes van siguiendo semana a semana con la lectura el mismo proceso de escritura.
El diálogo entre pasado y presente aparece un poco como escape. Hay algo del protagonista que es lo que parece darle impulso para moverse: cuando no quiere enfrentarse a algo, cuando tiene que hacerse cargo, sale para otro lado. Entonces si no puede ir para adelante porque le da vértigo lo que ve, le es más fácil ir para atrás y así arranca el flashback. Y cuando lo que está atrás no se entiende tanto, o más concretamente cuando duele, parece ser mejor dedicarse un rato al presente.
-T.: El protagonista de "Un montón de bolsas negras" usa la escritura como herramienta para su trabajo en publicidad articulando keywords. En tu biografía, te definís como "exoficinista". ¿Por qué el oficio de escritor es tan permeable a camuflarse en infinitos trabajos? ¿Qué tanto hay de trabajo en escribir?
-S.M.: Es linda la imagen esa de que el oficio de escribir puede camuflarse. Es como una variante del hacer radio (de cuando la radio no se transmitía por Youtube). En este caso es al revés, como si no supiéramos qué esconde la cara de una persona, porque cualquiera puede estar escribiendo sin que nos demos cuenta... Supongo que cuanto más variado es el mundo en el que te movés, más podés tomar. Forn decía que uno puede estar escribiendo todo el tiempo en su cabeza, mientras viaja en el subte o cuando está en una sala de espera. Hablaba de tener una especie de ojo de mosca que te permita estar mirando casi 360 grados, viendo todo lo que pasa a tu alrededor. Para mí eso se traduce en más imágenes y lugares desde los que tomar ideas, robar anécdotas. Una forma de rodear lo autobiográfico, en ese sentido, es usar imágenes, historias, características de otros para decir lo propio. Por un lado es mucho más fácil y, por otro lado, te compromete menos. No lo había pensado hasta ahora pero creo que ese mecanismo de escritura que tiene el protagonista de la historia, que está forzado a repetir algunas palabras clave para dar un mensaje en una publicidad, no se aleja tanto de mi forma de escribir, qué básicamente es agarrar un par de ideas o imágenes que me gustan para después unirlas de alguna manera que tenga sentido. Creo que ahí empieza el trabajo porque cuanto mejor están construidos los puentes entre esas ideas, mejor se resaltan. Y después, solo hay que sentarse a corregir todo doscientas mil veces.
-T.: El protagonista recrea escenas de terapia, tiene hipótesis e incluso ensaya reflexiones más teóricas. ¿Qué te permitió, desde lo narrativo, un personaje "tan analizado"?
S.M.: Me cuesta pensar en lo que me permitió ese proceso porque quizás fue un poco más una cárcel que otra cosa. La novela se fue construyendo como eso, una forma de comerse la cabeza sin descanso que no deja ver acciones concretas más allá del escape o la imaginación de futuros que no se condicen con lo que va sucediendo. Y si bien desde lo narrativo creo que a mí me sirvió para meterle bastante humor, para ridiculizar al personaje, para verlo ahí entre odioso y desamparado, también se volvió un desafío constante porque todo el tiempo está la pregunta y ahora qué pasa, va a hacer algo o no.
-T.: Las bolsas, los objetos, el desorden de una casa. ¿Cuál es la misión del protagonista cuando enfrenta todo eso?
-S.M.: Empecé a escribir la novela sin tener la menor idea a dónde iba. Supongo que eso pasa casi siempre, pero la verdad es que yo arranqué a escribir sobre mi viejo y mi abuelo porque me pareció que tenía sentido frente al punto de partida de un embarazo inesperado. Tenía sentido para la historia y además pensé que había algo personal en ese vínculo con ellos para desarrollar. A menos de un año de estar en ese proyecto se enfermaron los dos y al poco tiempo se murió uno y después el otro. Totalmente fuera de los planes y sin previo aviso. No hace falta hablar ni siquiera de la tristeza y del duelo, pero la situación se volvió ridícula para mí. Tenía ya bastante escrito del libro pero ahora de repente todo cobraba un sentido gigante y me tuve que hacer cargo de que tenía que ser un poco más que la simple catarsis. creo que la forma más rápida que encontré para abordar esos vínculos y todas las historias personales fue a través de los objetos, que todos sabemos son mucho más que objetos... Como en la familia siempre hubo tendencia a acumular todo tipo de cosas, material para trabajar me sobraba. Así me encontré en la vida real y en la ficción con la tarea de descubrir, catalogar, embalar, dividir, tirar... todos los verbos posibles que surgen frente a, literalmente, un montón de cosas. Ordenar todo eso fue parte de hacer un largo duelo. Seguro que para el personaje de la novela fue mucho más fácil, porque es un duelo más de una separación y hasta de alguna manera un duelo de su juventud. Toda su irresponsabilidad nace de no poder hacerse cargo de su presente. Pero más allá de que desde mi mirada (y de todas las personas que hasta acá me hicieron algún comentario) es una irresponsabilidad super exagerada, que creo yo no tendría nunca... a veces es muy difícil hacerse cargo de las cosas.
Entonces en el caso del personaje abrir cajas, descubrir objetos guardados, escuchar grabaciones viejas, es sumergirse en todo lo que nunca entendió. Hay historias que pueden no ser súper oscuras pero que son verdaderos tabúes familiares.
-T.: Sos uno de los responsables de la librería Atlántica. ¿Cómo es para un escritor estar detrás de la recomendación de un libro o de la mesa de novedades? ¿Cómo interactúan en vos los roles?
-S.M.: Soy nuevo en el rol de librero pero me parece que puede ser un oficio fantástico. Frustrado el sueño de ser futbolista o astronauta, no sé si se me ocurre un mejor trabajo que el que tenía el tipo que atendía el videoclub de mi barrio. Veía películas y recomendaba, incluso teniendo la ficha de lo que vos ya habías alquilado antes. Llegué tardísimo pero en las librerías se da algo parecido. A diferencia de las películas, creo que de un libro uno puede contar toda la historia y no le arruina casi nada al lector. Así que yo recomiendo sobre todo los libros de los que puedo reconstruir fácilmente la trama. Por suerte hay mucha literatura nacional y latinoamericana actual que me genera eso. De todas formas, de la curaduría de Atlántica se encargan sobre todo Carolina Aliberti y María Morillo (que hizo la ilustración increíble de la tapa del libro) así que yo leo y recomiendo todo lo que me recomiendan ellas. Al fin y al cabo todo siempre queda dentro del mismo círculo, la librería la armamos entre amigos y familia y está ubicada en la que era la casa de mi bisabuelo. Si esa casa no inspira alguna que otra escena de la novela, le pega en el palo.
Con información de Télam