(Por Josefina Marcuzzi) Con una prosa inquietante y la influencia de autoras como Mariana Enríquez y Fernanda Ampuero, la autora española Layla Martínez irrumpe en el terror con la novela "Carcoma", una historia inspirada en sus ancestros que cuenta cómo una abuela y su nieta sobreviven a una casa que adquiere vida propia y reproduce una historia familiar maldita.
Como el carcoma que corroe a la abuela y a su nieta en esta historia que arrasa a sus propias narradoras como un huracán, un carcoma similar impregna al lector a lo largo de la novela, editada por el sello Marciana, y que se ha convertido en un fenómeno literario del género en España.
Es difícil salir ileso de un libro que reúne la historia de una casa maldita, de un pueblo bajo las sombras, de los fantasmas que dejó el franquismo en ciertas regiones específicas de España y de un árbol genealógico de mujeres que resisten, poniendo su cuerpo ante la violencia patriarcal y de clase.
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Layla Martínez lo hace en "Carcoma", una novela que recupera aspectos del terror clásico anglosajón pero que desarrolla también un estilo más trasheado, menos prolijo, en donde confluyen influencias de autoras latinoamericanas y la historia de su propia abuela, una mujer que hoy tiene 87 años y que, dice su autora, "ha visto a su propia madre muerta" en la casa donde vive.
"Cuando crucé el umbral, la casa se abalanzó sobre mí. Siempre pasa lo mismo con este montón de ladrillos y mugre, se lanza sobre cualquiera que atraviese la puerta y le retuerce las tripas hasta dejarle sin respiración", dice el comienzo del texto que logra, más de una vez, dejar sin aliento.
La abuela de la autora sigue viva y se enojó un poco con la publicación del libro. Aunque no lo pudo leer, escuchó diferentes entrevistas en la radio. "Sí que me ha reñido", cuenta entre risas Martínez. Y aunque el nombre del pueblo no está mencionado, hay referencias concretas a "los Jarabo", por ejemplo, la familia que tiene un ministro de Franco en su árbol genealógico y que sufren esta venganza literaria que, considera la autora, es una reparación de clase.
En una conversación vía zoom que conectó Barcelona y Buenos Aires, la autora -que también es investigadora política, escritora y editora del sello independiente "Levanta Fuego"-profundizó sobre "Carcoma", la novela que fue traducida a quince idiomas, publicada en 21 países y será adaptada al teatro en España y en México.
Télam: El terror es un género que a veces es "ninguneado", pero en este caso está utilizado para hablar de temas complejos como la desigualdad social y de clase. ¿Por qué elegís este género y con qué inspiraciones?
Layla Martínez: Para mí era muy natural el género porque es el que más me gusta, tanto en literatura como en cine. Desde que era adolescente ya miraba series de pesadillas o "El pequeño Vampiro". Luego, leí mucho a Stephen King. Para mí fue súper natural el género. Sí me pasó que cuando iba a publicar el libro, hubo gente que me sugirió: "No digas en las presentaciones del libro que es terror porque eso va a quitar lectores". Parece que los libros de terror nunca van a ganar grandes premios, o en el cine las películas de terror nunca van a estar en los Oscar. Es tomado como un género de "entretenimiento" más que literatura de calidad. Esa división me parece rara, creo que hacer esa separación es un error. El terror es el género perfecto para hablar de las ansiedades colectivas. Un buen escritor de terror o un buen guionista de una película de terror justamente lo que hacen es pulsar los miedos colectivos y escribir en torno a ello. Analizando la evolución del género se puede ver cómo han ido evolucionando los miedos sociales: cómo algunos han desaparecido, otros han vuelto, otros se han modificado. Hay una investigadora que analiza el consumo de las historias de vampiros, que ha tenido picos; ella lo estudió desde Drácula y lo relaciona con los momentos que han habido enfermedades de trasmisión por la sangre. Y cómo coincidía el pico de la literatura de vampiros con los momentos de la sociedad afectada primero por la sífilis, luego en los 80 con el HIV. Una novela de vampiros al final habla de todo eso, de temores colectivos, de ansiedades compartidas. Las escritoras de la época victoriana, burguesas, escribían sobre fantasmas o sucesos paranormales dentro de las casas. En el fondo, están diciendo que su propia casa les da miedo, que no es el sitio de descanso y relajación que era para los hombres. Y como yo quería contar una historia que tiene mucha violencia de clase y de género, el terror me parecía el más apropiado.
T: Esta es una historia que despliega un terror por fuera de la tradición anglosajona, con una impronta más latinoamericana. ¿Hubo una intención en este sentido?
LM: Pues claro, la tradición anglosajona tiene una influencia enorme a través de Hollywood y de la industria editorial. De allí que no tengamos idea del terror que se hace en China, por ejemplo. En España ha habido muy poca tradición del terror, un poco producto de la dictadura. Quedamos como huérfanos, entonces se copia mucho lo que se hace en Estados Unidos, incluso hasta la ambientación que no se parecen en nada. En la literatura latinoamericana el terror y el fantástico sí que tienen mucha más tradición y están más valorados, especialmente con el "boom" que hay ahora. Y tienen autores muy reconocidos como Borges o Cortázar. En América Latina se están haciendo hoy cosas mucho más interesantes que en Estados Unidos, donde hay una despreocupación alucinante por el estilo. Escriben para ser llevados al cine, todo es un poco indistinguible, frases cortas, sin estilo, hollywoodense. Me gusta recuperar autoras que aquí estaban descatalogadas, como por ejemplo la mexicana Amparo Dávila. Y por supuesto, el hecho de que Mariana Enríquez haya ganado el Herralde, que para mí fue significativo: ¡Por fin gana el terror!
T: En "Carcoma" lo sobrenatural es fruto de la violencia política y de clase. ¿Qué intención hubo en poner el género al servicio de estas ideas?
LM: Hubo algo natural por la propia historia de mi familia, de mi abuela sobre todo. En la zona donde vivía, que siempre fue muy deshabitada, en el centro de la península, había una cultura de la muerte que tenía todas estas creencias: el catolicismo popular, la veneración a los santos, creencias del orden de las maldiciones, el uso de figuras tanto para pedir cosas a los santos como para maldecir. Todo eso estaba en la tradición familiar: mi abuela me ha contado que ha visto a su madre muerta, entonces claro, ¿por qué no voy a utilizar el terror si lo tengo ahí? Hoy nadie se quiere quedar en la casa de mi abuela, ni siquiera mis tíos. Luego está la historia de los desaparecidos durante la dictadura. Eso estaba muy presente en la historia del pueblo y de la familia, porque fue una de las zonas que más resistió durante el golpe militar y vivió una represión muy fuerte. Muchos hombres se fueron al monte y fueron guerrilleros, porque pensaron que la dictadura iba a durar poco. Muchos intentaron pasar a Francia por los Pirineos y fueron perseguidos por la guardia civil y por los ricos, que iban a cazar personas. Murieron o fueron asesinados sin que nadie lo supiera, muchas veces ni su familia, y sus cuerpos ni siquiera fueron recuperados. Es esta idea de que las sombras bajan al pueblo por las noches, desaparecidos que no estaban ni vivos ni muertos, un pueblo rodeado por tumbas anónimas. Pienso en lo que dice Mariana Enríquez: que un fantasma, en la tradición popular, es alguien que muere habiendo dejado cuentas pendientes. En España hay tantos con cuentas pendientes porque no ha habido un cierre colectivo, aquí se hizo la transición a la democracia con una ley de amnistía que fue pensada para que no se pueda juzgar a nadie, no hubo ni siquiera un cierre simbólico. El primer presidente de la democracia fue del aparato de la dictadura. Muchos años después se intentó hacer una reparación con Zapatero, pero tampoco fue suficiente. Entonces el terror tiene sentido ahí, con la idea del fantasma que vuelve porque no ha sido reparado.
T: Respecto al tono de la prosa de la novela, hay tramos en que está escrita como "vomitada", lo formal va en función del fondo de la trama, es un ritmo particular. ¿Qué intención hubo ahí?
L.M.: Claro, sobre todo en los tramos de la abuela, que es un personaje con mucha rabia y rencor. Quería que hubiese una impronta fuerte de lo oral, de formas típicas de pronunciación de la región. Los laísmos, esto de "la dije" que suena horrible pero que marca mucho que eres del interior de la península. Luego cosas de frases hechas de las abuelas: refranes, la expresión "si Dios quiere". Luego, si hablas enfadada o con prisa, hablas de una manera particular, sin pausa, como más atropellada. Quitarle las comas fue una decisión en ese sentido, porque el modo de hablar dice mucho de nuestra historia. En el castellano de la península las personas de clase más baja hablamos más alto, decimos más palabrotas; las personas de clase social más alta arrastran mucho las S del plural. Son detalles que me parecen interesantes para conservar en la literatura.
T: Hay un juego entre dos narradoras, la abuela y la nieta, cierta intención de que no quede tan claro quien habla en qué momento, jugar con esa confusión. ¿Qué sentidos tiene esta operación?
L.M.: Me gustan los libros o las películas que no dan todo muy masticado, incluso que dejan huecos. Prefiero una novela que a lo mejor no dé todo acabado, pero construya una complicidad con el lector. Ellas en el libro empiezan muy enfrentadas una con la otra, insultándose, contradiciéndose, y a lo largo de la historia se van entendiendo, porque en ese proceso van entendiendo que ese auto-desprecio y el desprecio hacia a otras mujeres de la familia es una construcción de la misoginia histórica e interiorizada. Y entonces se perdonan, se entienden, y también se vuelven un poco más parecidas en su forma de pensar y de hablar. Eso sí fue intencional: dejar cosas un poco confusas. Sé que eso es un riesgo también, que a muchos lectores les gustan las historias más acabadas. Pero elegí correrlo.
Con información de Télam