Dentro del municipio de Adolfo Alsina, a unos 600 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, se encuentra Villa Epecuén. Un pequeño pueblo del que sólo quedaron ruinas. Con menos de 1500 habitantes, se dice que entre 1950 y 1970 cada temporada recibía más de 25 mil turistas que se acercaban a disfrutar de su mayor e inédito atractivo: sus aguas termales sanadoras.
Pero fueron esas mismas aguas las que terminaron con Villa Epecuén. El 10 de noviembre de 1985 una fuerte sudestada azotó el pueblo. Como resultado, el lago que le dio nombre lo tapó por completo y obligó a sus residentes a abandonar todo lo que tenían. Conocé su increíble historia.
El origen, la historia
El agua sanadora de Villa Epecuén ya era utilizada con fines medicinales por los indígenas. Fue este antecedente el que motivó la fundación del pueblo en 1821 y el posterior desarrollo de lo que luego se transformaría en un balneario exclusivo de la alta sociedad que, en su época dorada, supo competirle a Mar del Plata.
En un principio, sólo era elegido por habitantes de la región, pero la llegada del ferrocarril en 1899 lo cambió todo. Desde ese año, el caudal de visitantes deseosos de conocer las aguas sanadoras no paró de crecer. Tanto que en el año 1909 un equipo de especialistas del gobierno bonaerense se dispuso a analizar las propiedades del cauce.
El estudio impulsado por la provincia de Buenos Aires arrojó que el agua del lago contenía una alta concentración de minerales, como la hipermarina. También, demostró que era capaz de aliviar los dolores provocados por la artrosis, la artritis, las enfermedades reumáticas y las afecciones de la piel.
Esta confirmación incrementó aún más el interés de los turistas e, incluso, impulsó la radicación definitiva de muchos de ellos en Villa Epecuén. Además de visitarlo en vacaciones, el pueblo ahora era elegido por la aristocracia para vivir.
Junto con Mar del Plata, por aquel entonces era el destino argentino más elegido por los turistas. La gran demanda generó que en el verano de 1921 se fundara el Balneario de Epecuén, puntapié inicial para un sinfín de edificaciones pensadas por y para el turismo.
Un centro turístico y sanador
En las décadas del ‘50, ‘60 y ‘70, la exitosa y elitista convocatoria de Villa Epecuén respondía a las características de su lago. Familias aristocráticas de todo el país viajaban a este pequeño distrito bonaerense para vacacionar y experimentar los beneficios de sus aguas termales. El lugar estaba de moda, no sólo como destino turístico y recreativo, si no como espacio sanador para el reuma y las afecciones de la piel.
El agua termal del Lago Epecuén era mencionada como “agua milagrosa” por quienes la conocían. Sus propiedades, altamente mineralizada y extremadamente salada, motivaban frecuentes comparaciones con el Mar Muerto. Sumado a que la Organización Mundial de la Salud ya consideraba al agua termal como parte de la medicina tradicional.
La actividad turística creció exponencialmente gracias a las características del lago y el interés que provocaba. En su época de esplendor, disponía de unas 6 mil plazas hoteleras y más de 300 locales comerciales. Se calcula que unas 25 mil personas visitaban Villa Epecuén cada año.
La naturaleza y la falta de obras desencadenaron el fin
Con el foco puesto casi exclusivamente en la atracción, las construcciones destinadas a atraer y alojar turistas no cesaban en Villa Epecuén. Sin embargo, poco se hacía en materia de obra pública hidráulica para acompañar el crecimiento del pueblo. Nadie pensó en contener el lago para soportar los embates de la naturaleza.
Por motivos económicos, los trabajos de restructuración hidráulica que se habían iniciado en 1970 con ese objetivo se demoraron más de lo previsto. El golde de estado de 1976 detuvo la obra definitivamente y entre 1982 y 1983 se construyó un terraplén.
Los resultados de esa desidia no tardaron en llegar. El 10 de noviembre de 1985 una sudestada azotó el destino del agua milagrosa y ésta lo tapó hasta dejarlo en ruinas. A un centímetro por hora, el lago creció con tal magnitud que sobrepasó el muro de contención de 5 metros de altura y alcanzó al pueblo.
Tras dos semanas de crecida, comenzaron las tareas de evacuación. Los 1500 habitantes de Villa Epecuén debieron abandonar sus hogares, sus negocios, sus pertenencias, su historia, sus recuerdos. El agua que tanto veneraban, que tanto les había dado. El lago que atraía a las familias más adineradas y al que apostaban para un futuro turístico aún más exitoso, había acabado con todo.
La actualidad de Villa Epecuén: el turismo de las ruinas
El agua tapó Villa Epecuén y 20 años después, cuando empezó a bajar, dejó en evidencia un desastre. Los sueños de sus habitantes habían desaparecido, ya no había sobre qué proyectar. De aquel pueblo sólo quedaban ruinas, pero ruinas con cierto encanto.
Tras la catástrofe que terminó con la convocante atracción, la pequeña ciudad resurgió para el turismo con una motivación distinta. Lejos del paisaje natural y las piletas de agua termal que seducían a miles de personas por año, las ruinas se volvieron el foco de atención.
En la actualidad, lo que quedó de aquel exitoso destino turístico y sanador continúa atrayendo la visita de quienes quieren conocer su historia. Aficionados de la fotografía lo eligen para registrar imágenes de un escenario casi cinematográfico. Un hecho natural devastador lo transformó en un sitio histórico único, con un relato qué contar. Incluso es el escenario de recitales, como el de los Fundamentalistas del Aire Acondicionado y Abel Pintos.
Entre sus atracciones actuales, Villa Epecuén cuenta con propuestas turísticas que invitan a recorrer y revivir los sitios de interés de la época gloriosa. Quienes se acercan, pueden conocer las ruinas del pueblo, las playas sustentables, los spa termales, El Matadero y el Museo Regional de Adolfo Alsina. Según dicen los habitantes que volvieron a residir al pueblo, estudios permanentes confirman que el lago conserva sus propiedades.