(Por Leila Torres Loyola) - El cablecarril ubicado en el oeste de La Rioja, una sorprendente obra de ingeniería civil, fue construido en tiempo récord a principios del siglo XX para extraer oro y plata del cerro Famatina, en un recorrido en línea recta de 35 kilómetros desde la ciudad hasta la mina La Mejicana, a más de 4.500 metros de altura.
El camino que lleva a la construcción de esta obra, emblema turístico que aún se mantiene en pie como Monumento Histórico Nacional y busca convertirse en Patrimonio de la Humanidad, puede resumirse en cuatro definiciones: una meta ambiciosa, un escollo fabuloso, una idea revolucionaria y una tarea titánica.
El resultado de esa audaz inventiva del hombre para superar las limitaciones que le impone la naturaleza a su codicia, la respuesta de la ciencia y de la técnica para penetrar las entrañas de un cerro maravilloso, pródigo en minerales y belleza en estado puro, fue el cablecarril de Chilecito.
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Se trata de una gigantesca estructura de metal por la que circulaban a través de cables de acero cientos de vagonetas, entre la estación de tren de la ciudad y la mina La Mejicana.
La boca de la mina está a unos 35 kilómetros de distancia ascendiendo en línea recta por el cerro El Famatina, desde los 1.000 metros sobre el nivel del mar en los que se encuentra Chilecito, y los 4.400 metros en las gélidas alturas del nevado.
Estas cifras ya dan una idea de la monstruosa dimensión de la obra, que la convierte en el medio de transporte aéreo de su tipo más largo y a mayor altura que existe en el mundo, un récord que aún se mantiene vigente.
La explotación minera artesanal se realizaba en las sierras de Famatina desde antes de la llegada del europeo a estas tierras; primero por los diaguitas originarios y luego por los incas.
Los jesuitas más tarde tuvieron una importante participación en esta actividad desde el siglo XVII hasta que fueron expulsados de esta región un siglo más tarde, y ya en los últimos años del siglo XIX, una compañía inglesa aprovechó el redescubrimiento de la mina principal de este yacimiento, la "Mejicana", para iniciar una producción más profesionalizada.
El nombre está relacionado con la presencia en la zona de trabajadores de ese país de América del Norte, previo al desembarco de la minera inglesa que produciría la revolución explotadora del gigante macizo del Famatina.
Durante varios años, y obviamente utilizando mano de obra local, los ingleses extrajeron del cerro grandes cantidades de oro, plata, plomo, hierro y cobre, aunque en una escala limitada por la dificultad propia del terreno.
Este movimiento económico impulsó la creación en Chilecito, en 1892, de la primera sucursal del Banco de la Nación Argentina, para resguardar los capitales que ya generaba la minería; y además se construyó a fines del siglo XIX el ramal del Ferrocarril del Norte, que finaliza en esta ciudad riojana, para transportar por tren los materiales extraídos del cerro hacia los puertos de Rosario y Buenos Aires.
El traslado a lomo de mula de hombres, herramientas y minerales desde la ciudad hasta la Mejicana, tenía un altísimo costo en dinero y en vidas humanas, junto al elevado "lucro cesante" por no poder extraer más mineral del que se podía con este rudimentario procedimiento.
El Estado entró en auxilio de la producción minera y por impulso del político, jurista y periodista riojano Joaquín V. González, que presentó como diputado nacional el proyecto de ley, el Congreso argentino autorizó en 1902 la construcción de este cablecarril en beneficio de todos los emprendimientos mineros que hubiera en la zona.
Sólo la Mejicana y la empresa inglesa que la explotaba pudieron aprovechar esta magnífica obra, que costó el equivalente a unos 14 millones de dólares actuales, desarrollada por la empresa alemana Bleichert & Co.
En un tiempo muy corto para la magnitud del proyecto, el cablecarril quedó finalizado y en funcionamiento pleno el primer día de 1905, y requirió para la construcción más de 1.500 hombres y mil animales de carga, que dejaron su impronta en un terreno peligrosamente escarpado, con un clima árido de montaña que varía entre el calor seco del verano y la nieve severa en invierno, saldando una diferencia de altura de más de 3.500 metros entre la base y la punta de la línea del cablecarril.
La estructura consta de unas 260 torres de fundición de hierro de distintas alturas según su ubicación en la línea, llegando las más altas a casi 45 metros, que soportan el tendido del cable metálico a través de 9 estaciones con 6 calderas alimentadas a leña que le dan la tracción necesaria para el desplazamiento en ambos sentido de las más de 400 vagonetas, cada una de las cuales transportaba unos 500 kilogramos a una velocidad de casi 3 metros por segundo.
La línea contaba con dos cables de acero, uno de tracción y uno de soporte, de tres centímetros de diámetro aproximadamente, que se tensaban entre estación y estación con un sistema de poleas y contrapesos de 20 toneladas, que en total se encontraban y encuentran tendidos aún hoy unos 140 kilómetros de cable con un peso de 7 kilos por metro.
Sumar el peso de los cables, las torres, las calderas, los remaches (más de 2 millones de piezas), las bases y contrapesos de piedra, sin contar la leña o el mineral transportado, puede ser una tarea imposible.
Esta mole de metal nació en las fundiciones que la empresa constructora alemana tenía en la ciudad de Leipzig, desde donde partían en barco las piezas desmontadas de cada estructura hasta llegar al puerto de Rosario.
Desde allí y por tren llegaban a Chilecito a la futura Estación 1, donde se iba construyendo desde abajo hacia arriba el tendido del cablecarril, utilizando este mismo aparejo como medio de transporte para la construcción de la estación siguiente.
Las torres siguen esa línea recta desde la estación 1, en Chilecito, hasta la última estación (La Mejicana, la número 9) ascendiendo la falda oriental del Famatina, cortando lo escarpado del terreno y sorteando hondonadas y precipicios de hasta 450 metros de profundidad.
Además, el cablecarril demandó construir un túnel de 150 metros de distancia en la piedra viva del cerro para unir las estaciones 4 y 5.
En tanto, en Santa Florentina, a menos de un kilómetro del trazado del cablecarril, se construyó un horno de fundición que llegó a ser el más grande del país, y hasta allí se dedicó un ramal que parte desde la Estación 2, para llevar una pequeña porción del mineral que se extraía de la mina y procesarlo, a fin de pagar los gastos de caja chica de la empresa.
El resto, la parte gruesa del cargamento, descendía hasta la Estación 1, y desde allí subía al tren para buscar primero el puerto de Rosario y luego la larga travesía del Atlántico hasta las metalúrgicas y los bancos del Reino Unido.
Además, entre estación y estación existía un novedoso sistema telefónico, que servía para coordinar el funcionamiento de la línea de carga, llevar las novedades desde la ciudad a la mina y viceversa, solicitar proveeduría, medicamentos, personal, entre otras situaciones de la vida en la mina.
Con información de Télam