El uso excesivo de agroquímicos para combatir plagas puede causar diversos impactos negativos, entre ellos, contaminar agua y suelo, dañar la biodiversidad del lugar y afectar la salud de poblaciones cercanas. Por eso, en busca de alternativas más amigables con el ambiente, investigadores de la Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) trabajan en el desarrollo de un insecticida orgánico a partir de semillas de chirimoya.
Se trata de una fruta característica de zonas tropicales y subtropicales que puede hallarse en el noroeste argentino. Si bien no es muy consumida en el país, la chirimoya se suele cultivar para exportar o para elaborar jugos, mermeladas y otros productos alimenticios. Para eso, se usa la pulpa de la fruta, mientras que las semillas se desechan.
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“Nuestra idea es que esas semillas, por las propiedades que tienen, puedan utilizarse como un insecticida natural. Además de darle valor a un descarte, este producto tiene la ventaja de que actúa solo sobre la plaga y no daña a los insectos benéficos que tienen que quedar en el ecosistema”, dice a TSS la doctora en Química Adriana Neske, integrante del equipo de investigación de la UNT.
El árbol de chirimoya pertenece a la familia de las anonáceas, especies que se caracterizan por poseer una acción insecticida contra plagas agrícolas. “En nuestras investigaciones, comprobamos que la mayor concentración del principio activo como insecticida está en las semillas. También tiene propiedades antibacterianas y fungicidas”, señala Neske. Las moléculas responsables de la acción insecticida se llaman acetogeninas.
Los investigadores realizaron distintas formulaciones y las probaron contra insectos lepidópteros, en particular, contra el gusano cogollero (Spodoptera frugiperda), una plaga de los cultivos del maíz y la soja. Su ciclo de vida va de larva a capullo y de capullo a mariposa. Si bien daña los cultivos sólo en su etapa de larva, como mariposa se reproduce y deja nuevos huevos. Por eso, el plan de acción busca que las larvas que no mueran salgan con malformaciones y eso impida que se reproduzcan.
José Ruiz Hildago, Adriana Neske y Miguel Gilabert, de la Facultad de Bioquímica, Química y Farmacia de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT). Foto: Prensa UNT.Para preparar las formulaciones, los investigadores trituran las moléculas de acetogeninas que extraen de las semillas de chirimoya y las disuelven en soluciones de agua y alcohol (etanol). Luego se evapora el alcohol y el agua, y se obtiene una resina. Para aplicarla al cultivo, pueden usarse diferentes medios como agua, detergente o aceite.
“Ya lo probamos en el laboratorio, donde tenemos una cámara de cría de lepidópteros, en un campo de soja y en un invernadero de maíz. Hemos ido ensayando distintas formulaciones para optimizar las concentraciones y comparándolas con productos comerciales”, cuenta la investigadora. En los ensayos, consiguieron resultados muy satisfactorios, llegando en algunos casos a una efectividad superior al 80%.
También realizaron pruebas de genotoxicidad y mutagenicidad de las acetogeninas y comprobaron que son inocuas para los humanos. Además, encontraron que con muy poca concentración ya se consiguen buenos resultados.
El financiamiento de la línea de investigación proviene de la UNT y en una etapa anterior contaron con un subsidio de los Proyectos de Investigación Plurinanuales (PIP) del CONICET. El equipo de investigación también está integrado por Miguel Gilabert, Federico Arrighi, Elena Cartagena, Federico Laime, José Ruiz Hidalgo, Alicia Bardón y Lilian Di Toto Blessing.
“Ahora estamos elaborando los extractos acuosos, buscando que sea un método sencillo de aplicar. También nos gustaría hacer formulaciones más amigables con el ambiente, no usar etanol y tratar de hacerla solo con agua, si logramos que tenga la misma eficacia. El objetivo final es poder patentar y transferir la tecnología”, dice Neske.
Con información de la Agencia TSS