03 de junio, 2020 | 12.18

Violencia de género y pandemia en las villas: cómo se enfrenta

"Eso que llaman amor es trabajo no pago", dicen las mujeres de las organizaciones sociales que ponen el cuerpo todos los días para asistir a las víctimas y también, para ofrecerles un plato de comida. 

Cuando las necesidades abundan, es difícil definir por dónde empezar. Este año en las villas de la Ciudad de Buenos Aires, el grito de Ni Una Menos se ve opacado por las necesidades que trae consigo la pandemia del coronavirus. Casualmente, las soluciones para ambas problemáticas suelen venir por parte de las compañeras de las organizaciones de los barrios. Las ollas populares, las charlas, encuentros, asambleas y debates que tocan temas referidos a la violencia de género son llevados a cabo por mujeres y disidencias que ponen el cuerpo para contener y ayudar a las vecinas que se encuentran en una situación de vulnerabilidad total. La pregunta es, ¿quiénes cuidan a las que cuidan?.

Según el Observatorio de Femicidios Adriana Marisel Zambrano de La Casa del Encuentro hubo 57 femicidios desde que comenzó el aislamiento social preventivo y obligatorio en Argentina el 20 de marzo, hasta el 28 de mayo. El 71% de las víctimas fueron asesinadas en sus hogares y el 65% de los crímenes fueron cometidos por su pareja o ex parejas. La violencia de género aumenta en la convivencia obligada siendo la vivienda el lugar más inseguro: desde la organización barrial La Poderosa indicaron que los pedidos de acompañamiento de víctimas de violencia de género aumentaron 46% en los barrios populares. Mientras tanto, del otro lado de la puerta, está el virus. Los contagios se multiplican con más facilidad teniendo en cuenta el hacinamiento y la falta de agua en varios sectores, como por ejemplo en el Barrio Padre Mugica que casualmente es uno de los lugares con mayor cantidad de casos confirmados de coronavirus según el Boletín Epidemiológico Semanal del Ministerio de Salud de CABA.

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"Que no haya números no significa que no exista el problema"
 
 "Si nosotras no hubiéramos estado organizadas acompañando a los vecinos en este contexto, esto se hubiera prendido fuego hace un montón", aseguró Janet Mendieta, estudiante del Bachillerato Popular de la Villa 31 y militante en Somos Fuego (CTA Capital). Sin contar con un registro oficial de los casos, Janet afirmó que las consultas por casos de violencia de género se triplicaron durante el aislamiento: “No tenemos un registro pero más o menos calculando cómo era la situación antes de la pandemia a ahora, que las chicas están encerradas con su agresor y también con los niños, se triplicaron las consultas”. 
 
La lucha feminista marcó un antes y un después en las villas. El movimiento comenzó a pisar con fuerza y hoy, a 5 años del primer Ni Una Menos, las compañeras notan que se las mira con otros ojos en las calles. "Antes andábamos por acá con un pañuelo verde y te miraban mal, pero con la asamblea y la visibilización del movimiento feminista todo esto mejoró", contó Janet y afirmó que “vivir en un barrio popular en donde muchas cosas no se hablan y que haya, por ejemplo, un pañuelazo con mujeres y diversidades fue plantarnos y decir "estamos acá, estamos reclamando y queremos que nos escuchen”.
 

Desde Villa 20,  Joana Benítez asegura que hay una mayor visibilización con respecto a la violencia de género en los barrios. Antes la vergüenza tomaba protagonismo, pero en sus encuentros se da la posibilidad de hablar de los tipos de violencias que conoce cada una: "Cuando vos trabajas con las mamás, ellas después lo replican en su casa con sus hijas y hermanas y eso hace que todas estemos más atentas”. Igualmente, la situación no es la misma en todos los asentamientos populares. En Villa la Carbonilla “la pandemia tapó todo”, según Fernanda, promotora de Salud y Género y militante de MP La Dignidad. "Acá en el barrio somos sólo las mujeres las que venimos asistiendo a la gente, pero en lo que es violencia de género no se habla mucho", evidenció.

Hay algo en lo que todas coinciden: en este contexto de emergencia sanitaria, su trabajo es fundamental y cada vez mayor. “Estamos laburando el triple que antes”, admitió Janet, en nombre de todas las mujeres que están a cargo de los comedores y merenderos, de las tareas domésticas y, en algunos casos, del cuidado de sus hijos. “Eso que llaman amor es trabajo no pago”, dicen.

 

Tejiendo redes

“Yo te diría que el 90% de las que nos encargamos de ayudar somos las mujeres y estamos invisibilizadas", admitió Janet. Desde las organizaciones se busca generar espacios de contención y de debate siempre que se pueda. “Nos concentramos en no perder el contacto con las mujeres que sabemos que están en una situación de vulnerabilidad”, afirmó Joana y contó que las conversaciones suelen darse en las mateadas, sin pactar específicamente que van a tratar temas de violencia. Allí las compañeras se sienten cómodas y hablan de cómo sacar adelante la familia, de las tareas que realizan cotidianamente, de sus angustias y su falta de derechos: “Encaramos el tema desde otro ángulo: no desde ir al choque y preguntar 'vos estás siendo violentada?'”. "Ahí es cuando nos damos cuenta que lo que le pasa a una, nos pasa a todas", destacó Joana.
 
En la Villa 31 las mateadas y charlas pasaron a ser virtuales, pero continúan realizándose semana tras semana con mucho esfuerzo a pesar de la pandemia. “Hacemos charlas por zoom entre mujeres y disidencias para contar qué sucede en distintos territorios de la 31 porque es muy grande", contó Janet. Uno de los espacios de acompañamiento más importante en el barrio es la Asamblea Feminista, que surgió a partir del femicidio de Liliana González en 2019, quien fue asesinada, apuñalada y luego descuartizada con una moladora por su esposo, Waldo Servian Riquelme. Ambos vivían juntos en la Villa 31 de Retiro.
 
En Ciudad y Provincia de Buenos Aires las llamadas a la línea 144 aumentaron en un 40%, según informó la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación, Elizabeth Gómez Alcorta, a fines de mayo. Desde el Ministerio reforzaron los canales de asistencia y facilitaron su acceso con distintas campañas, tanto para denunciar como para la creación de espacios participativos para generar propuestas y soluciones. Sin embargo, desde las organizaciones barriales reconocen que, ante la urgencia, es necesario un acompañamiento local y crearon sus propias líneas de contención. Por ejemplo, en Villa 20 activaron la Línea Violeta, “un número telefónico al que se puede acceder las 24 horas del día para acceder a la ayuda de compañeras que ya están preparadas para atenderlas". 
 

Las compañeras en situación de peligro se acercan más a las organizaciones barriales que al Estado. Joana considera que es porque no es tan tajante la solución en sí y que, en muchos casos, lo que más necesitan las mujeres es acompañamiento. "Nosotras intentamos darles herramientas para que puedan visibilizar la violencia que están sufriendo”, contó y afirmó que “hay compañeras que solo quiere que las escuches y muchas de ellas aprenden de las otras viendo que no les sucede solo a ellas y comienzan a tomar decisiones".

Qué respuesta buscan

“Si antes teníamos problemas, imaginate ahora: son inmensos”
 
Desde las organizaciones coinciden en que es necesario un espacio físico dentro de cada barrio para que las mujeres accedan en caso de sentirse violentadas, más allá del acompañamiento que se brinda a través de la línea 144.“Muchas veces las chicas no quieren ir a hacer la denuncia porque piensan que no les creen o tienen miedo”, sostuvo Joana y dijo que “la idea es que ellas se sientan seguras y que el Estado funcione barrera para que esa persona que se está violentando, no se violente más".
 
Hay un reclamo que se repite: quieren que se reconozca el trabajo de las promotoras barriales y de todas las mujeres que sostienen los comedores y merenderos que son asistidos por el Estado y por las donaciones a cada organización.  "Siempre tenemos doble trabajo: si bien trabajamos afuera, también trabajamos dentro de las casas con los chicos y la división entre las tareas del hombre y la mujer sigue estando muy presente", destacó Fernanda de La Carbonilla.
 
“Queremos que haya un abordaje y contención para la situación de violencia de género acá en la 31 y en todos los barrios populares”, declaró Janet y dijo que se refiere tanto a la violencia física, como a la desigualdad económica existente. También, reclaman una asistencia psicológica para las víctimas y admiten que "si no hay todo eso, no hay un respaldo real: muchas veces haces la denuncia, el agresor se fuga y cuando vuelve te golpea o te mata". “Las mujeres de las villas no salimos del lugar de la violencia porque no tenemos recursos”, reconoció Joana y admitió que desde los barrios, lo que más quieren es que se escuche su voz a la hora de resolver problemas.