Dado que es prevenible y curable, la Organización Mundial de la Salud se había fijado para 2015 la meta de reducir en un 50% con respecto a 1990 la prevalencia y mortalidad de la tuberculosis (llegar a menos de 10 casos por cada 100.000 habitantes).
Pero la realidad es bien distinta: contrariamente a lo que suele pensarse, el mal que aquejó a las hermanas Brontë, a Chejov, a Bécquer, a Chopin y a Paganini, por citar sólo a algunas figuras legendarias, dista mucho de haber desaparecido.
Es más, según publicó el organismo sanitario internacional, por primera vez en más de una década y como uno de los efectos colaterales de la pandemia, en 2020 aumentó la mortalidad por esta causa, y especialmente entre los más jóvenes.
Se estima que en 2020 hubo 3000 muertes más en las Américas por tuberculosis que en 2019 y que un 63% de los chicos y los adolescentes menores de 15 años no recibieron tratamiento. El porcentaje fue aún más elevado, del 72%, para los menores de cinco. “La pandemia revirtió los avances logrados contra una de las enfermedades infecciosas más mortales del mundo —afirma la OMS—. Cada día, más de 70 personas mueren y 800 se enferman”.
“En la Argentina no tenemos datos fehacientes porque, dado que el sistema de salud se dedicó por completo al Covid, hubo un subreporte de todas las enfermedades —explica Domingo Palmero, jefe de la división neumotisiología del Hospital Muñiz y profesor titular de Neumonología de la UBA—. Incluso en su informe global, la OMS da los números de tuberculosis como preliminares. Pero la realidad es que, aunque no hay más internados que en otras épocas, nos encontramos con algo que hacía mucho no veíamos: muertes por tuberculosis con cierta frecuencia, formas muy avanzadas en gente joven…. El mes pasado murió una chica de 20 años ‘sin’ pulmones. Y no es la única”.
Según el especialista, cuando la enfermedad es muy avanzada, deja secuelas que después se infectan y los pacientes entran fácilmente en insuficiencia respiratoria. “Algunos se van con oxígeno a su domicilio —comenta—. Estamos hablando de una patología curable, con tratamiento, fácil de diagnosticar…. Pero esa es la realidad que estamos viendo”.
Los datos epidemiológicos oficiales indican que predomina en adultos jóvenes: la mayor cantidad de los notificados en menores de 20 se concentró en el grupo de adolescentes de entre 15 y 19, y aproximadamente el 78 % de los casos se registran en personas en edad productiva. El mayor riesgo se observó en el grupo etario de 20 a 24 años, tanto en varones como en mujeres. Si bien las más altas se registran en el norte del país, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y la provincia de Buenos Aires muestran también tasas de notificación que siguen siendo elevadas y concentran el mayor número de casos del país (65,9%).
Según el último boletín epidemiológico, en 2020 se notificaron al Sistema Nacional de Vigilancia de la Salud (SNVS) 10.896 casos totales (24 por cada 100.000 habitantes). En menores de 20 años, la más alta correspondió a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA, 36,5 por cada 100.000 habitantes); en el otro extremo, se ubicaron las provincias de La Rioja y Santiago del Estero, que tuvieron tasas de 0,8 y 1,4 casos por cada 100.000, respectivamente. La tasa registrada en CABA fue 46 veces más alta que la de La Rioja y 2,9 veces mayor que la tasa nacional. Junto con CABA, las provincias de Formosa, Buenos Aires, Salta y Jujuy también presentaron una tasa de notificación en menores de 20 años mayor que la nacional.
“Uno de los problemas que tenemos, histórico, es que nuestra curva por edad es propia de una enfermedad que no está para nada controlada —explica Palmero—: predomina en gente joven, algo que no debería ocurrir porque indica que hay cepas circulando”.
María Cristina De Salvo, ex jefa de la División Neumonología del Hospital Tornú, primera titular mujer de la cátedra de Neumonología de la UBA y actual presidenta de la Fundación Respirar, explica que el síntoma cardinal es la tos prolongada y el catarro o expectoración. También puede presentar febrícula, sudoración nocturna y pérdida de peso.
Es una enfermedad respiratoria, pero para contraerla hace falta un contacto prolongado y estrecho con una persona infectada por el bacilo de Koch. La vacuna BCG ofrece una protección de alrededor del 60% contra la tuberculosis pulmonar, pero es mucho más efectiva contra la meningitis y las formas diseminadas. “El problema es que mucha gente (y lo que es peor, muchos médicos) piensan que es una enfermedad del pasado —acota Palmero—. Los diagnósticos se demoran y la enfermedad, despacito, va destruyendo los pulmones. Cuando el paciente nos llega a nosotros, suele ser derivado porque ya padece una forma muy avanzada”.
Desde hace años existen numerosas líneas de investigación para mejorar la BCG, pero el bacilo tuberculoso “esconde” sus antígenos; es decir, evade el sistema inmune. Puede permanecer latente toda la vida de una persona dentro de su organismo y reactivarse en un momento dado. “Es muy ‘astuto’ —ilustra Palmero—. Piense que tiene entre dos y tres millones de años, mientras que la especie humana, apenas un par de cientos de miles; es decir, enferma a los animales de sangre caliente desde tiempos inmemoriales, está muy adaptado a su hospedador y no mata rápidamente ni a todos. Persiste”.
La enfermedad se detecta por medio de radiografía y exámenes de expectoración en un individuo sintomático o que es contacto de un caso de tuberculosis. El tratamiento es gratuito, de amplia disponibilidad, pero las necesidades que enfrentan sus principales víctimas son tan acuciantes (comer, subsistir en las peores condiciones) que eclipsan su trascendencia. “Por otra parte, hay centros que los reciben y lugares expulsivos —dice Palmero, aludiendo al estigma que los rodea—. Lo que hay que hacer es la búsqueda activa de casos”.
Sin embargo, aunque es una patología asociada con la pobreza y el hacinamiento, no significa que ignore a otras clases sociales: “El dinero no protege si se está en contacto con alguien infectado; sí mejora el acceso al sistema de salud y la adherencia al tratamiento”, aclara.
Por qué se cree que aumentó la mortalidad por tuberculosis
Para el especialista es altamente probable que haya aumentado la mortalidad, porque se transmite en espacios cerrados y a esto se sumaron los obstáculos para recibir atención. “Pero hay otro problema grave que vemos en nuestros pacientes: la adicción a drogas —agrega—. Eso es algo que se expandió dramáticamente, por lo menos en el Área Metropolitana de Buenos Aires, no puedo hablar del resto del país. Son casos muy difíciles. Pertenecen a una población vulnerable, por lo general de muy bajo nivel socioeconómico, y no pueden cumplir con la terapia, que dura seis meses. Cuando están en el hospital se tienen que alejar de las drogas, hacen abstinencia y entonces muchos se van desesperados por conseguir su dosis”.
Otros ámbitos de gran preocupación son aquellos en los que se alojan personas privadas de su libertad, donde es la principal causa de muerte no traumática. Para De Salvo, allí no solo se registran casos, sino también resistencia bacteriana a los medicamentos habituales. “El año pasado era todo Covid y nada más que Covid —comenta la especialista—. Entonces, por supuesto que los casos deben haber aumentado. Y no solo eso, sino que probablemente haya más tuberculosis multirresistente por malos tratamientos. Y además tenemos el problema de la inmigración que muchas veces la trae de países vecinos [en los que las tasas de infección son más altas]”.
Especialistas de la Dirección de Salud Penitenciaria de la Provincia de Buenos Aires, que pidieron no revelar su identidad, mencionaron algunos números: habitualmente, los pacientes con esta patología rondan los 150 a 200, sobre una población carcelaria de alrededor de 40.000 internos; alrededor de un 4%, comparable con el resto de América latina. “El encierro genera las condiciones para la transmisión, pero no hay brotes que se disparen. La dificultad que se nos presenta es la adherencia al tratamiento, porque no hay que olvidar que en general tratamos con personas iletradas, con las que cuesta completar la terapia”, aclararon.
Al interrumpirla, el bacilo resurge y se vuelve resistente a la medicación. El tratamiento de segunda o tercera opción es mucho más prolongado (alrededor de dos años) y más caro, ya que requiere una asociación de seis o siete antibióticos y tiene más efectos adversos.
“En los últimos años, era raro que hubiera un fallecimiento —cuenta Palmero—. Sin embargo, en la actualidad es relativamente común ver que la gente muere de tuberculosis. Eso se reflejará en las estadísticas. De alguna manera, que en el mismo centro, con la misma población, varíen los resultados es un termómetro de lo que está pasando”.
Con más de 4100 fallecimientos diarios, la tuberculosis sigue siendo una de las principales causas de muerte infecciosa en el mundo. En el Día Mundial de la Tuberculosis 2022, conmemorado el 24 de marzo, la OMS destacó que el gasto mundial en prevención, diagnóstico y tratamiento durante 2020 no llegó ni a la mitad de la meta prevista y renovó el pedido de invertir con urgencia recursos financieros, humanos y tecnológicos para cumplir los compromisos asumidos.
“Nunca quedó en el pasado —subraya De Salvo—. En parte por los factores socioeconómicos, y ahora también el conflicto ruso-ucraniano abonará un campo fértil para su recrudecimiento. Además, hay gente que cuando se siente bien, abandona el tratamiento. Y eso ocurre al mes, más o menos, de iniciado. Es triste, ya que es efectivo y gratuito”.