Suele decirse que la matemática es la disciplina científica más abstracta e incomprendida. Pero, ¿qué pasa cuando esa incomprensión se traduce, por ejemplo, en una dificultad certera para aprender a sumar, a restar, a multiplicar y a dividir? Podría tratarse del trastorno del desarrollo neurológico conocido como discalculia.
Para explicar el tema, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales, de la Asociación Estadounidense de Psicología (DSM-5), refiere, concretamente, “a un trastorno del aprendizaje en el área matemática”. Es decir, una dificultad que se traduce en una alteración en diferentes aspectos del aprendizaje de los números: el sentido de los números, la memorización de operaciones aritméticas, el cálculo correcto y el fluido razonamiento matemático.
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Partiendo de esa base, Inés Zerboni, psicopedagoga y especialista en neuropsicología lo describe así: “La persona con discalculia tiene mayor dificultad que el resto para adquirir y aprender temas nuevos, específicamente en el área de la aritmética, es decir, en la rama de las matemáticas que estudia el valor del número y las operaciones entre ellos. Por ejemplo, tienen mucha dificultad para entender las cuatro operaciones básicas, como sumar, restar, multiplicar y dividir, y poder realizar adecuadamente estas operaciones”. Según detalla Zerboni, el patrón que se repite en todas las personas con discalculia es que tienen mucha dificultad para el cálculo mental, para automatizar cálculos simples. Por ejemplo, les cuesta automatizar 5+2. Y, por más que tengan 40 años, siguen usando los dedos para hacerlo.
Las causas más frecuentes
Es común que la discalculia se herede de los padres. Sin embargo, hay otras causas o factores que pueden impactar en el desarrollo evolutivo del cerebro. Algunos estudios, que aún están en discusión, aseguran que el abuso del alcohol o las drogas durante el embarazo, pueden impactar negativamente en ese sentido. Pero lo que sí está científicamente comprobado es que, la discalculia tiene una base neuroanatómica, es decir, que el cerebro de la persona con discalculia es diferente al cerebro de una persona que no tiene dificultad en el aprendizaje.
“Tienen menor volumen en el surco intraparietal. El surco intraparietal de ambos hemisferios, tanto el derecho como el izquierdo, es un área que está en el lóbulo parietal, que es lo que se activa cuando hacemos un cálculo mental”, explica la especialista. Y ejemplifica: “En estudios de resonancia magnética, donde se evaluó al cerebro y a personas con y sin discalculia, se vio que estas personas con diagnóstico de discalculia tienen un menor volumen en la materia gris del surco intraparietal, y, también, menor activación”.
Además, agrega que cuando se evalúa con una resonancia magnética funcional, es decir, cuando el cerebro está activo, también se ve menos activación. Esto significa que la discalculia tiene una base neuroanatómica y la dificultad se debe a que el cerebro de las personas que lo padecen es diferente y está presente desde el nacimiento. En ese sentido, “no es una dificultad para aprender matemática que apareció, por ejemplo, durante la pandemia: se trata de un trastorno con el que se nace”.
Impacto en la vida diaria
Este trastorno del aprendizaje tiene un enorme impacto en la vida diaria de las personas y no solo en el rendimiento académico. Zerboni cuenta que “hay niños que no quieren jugar a las cartas porque no pueden sumar. Pero también hay adultos que al elegir una carrera universitaria, evitan todas aquellas donde exista la materia matemática. Hay personas que no van a comprar porque no pueden calcular el vuelto, o si están comiendo con amigos y deben dividir, no lo pueden hacer”.
Según la especialista, cuando se desconoce que la dificultad es por una discalculia, y no se reciben las explicaciones y el diagnóstico adecuado, “quienes la padecen piensan que no son inteligentes, que son tontos, burros”. Esto genera mucha frustración y mucha ansiedad matemática, que es esto de ponerse excesivamente nervioso en situaciones donde tienen que trabajar los números. “Esto mismo se ve en adolescentes y adultos con discalculia”, asegura Zerboni. Y suma un ejemplo: “En las clases de matemática, el niño suele sentirse angustiado porque piensa que no es inteligente. Muchos de quienes la padecen, quizá están en cuarto o quinto grado y siguen contando con los dedos”.
Más vale prevenir que curar
No hay tipos distintos de discalculia, pero el trastorno toma color y forma en cada persona, es decir, no todas las personas con discalculia son iguales y tienen las mismas dificultades. En esa dirección, es de suma importancia el diagnóstico temprano que se puede realizar a través de una evaluación neuropsicológica completa, donde se evalúan todas las funciones cognitivas, como la inteligencia, la memoria, atención, funciones ejecutivas, lenguaje, habilidades matemáticas y de lectoescritura. “Para tratar de entender de dónde vienen estas dificultades se evalúan todas las funciones cognitivas de las personas. Se hace un análisis de la historia evolutiva, se indaga con los padres sobre cómo fue el desarrollo evolutivo de esa persona, y si tiene antecedentes familiares. Es decir, se combinan un montón de fuentes de información”, desarrolla la especialista en neuropsicología.
El diagnóstico temprano puede compensar las dificultades y hace que la discalculia deje de tener impacto en la vida diaria de las personas. Para Zerboni, esto es de suma importancia porque cuando “uno es chico el cerebro está mucho más vulnerable y abierto a recibir intervención y a mejorar, y es más fácil intervenir cuando la persona tiene 10 años que cuando tiene 15”.
¿Qué pueden hacer los docentes y las familias?
Desde la psicopedagogía dicen que los docentes deben informarse sobre este trastorno para poder identificar señales de alarma en chicos que puedan padecerlo y derivar a una evaluación neuropsicológica completa tempranamente, no esperar a tercero o cuarto grado para derivar. Porque cuanto más temprano se den cuenta que pueden derivar, es mejor para el niño.
Por el lado de las familias, si hay algo que les llama la atención de sus hijos, de la forma en que aprenden aritmética, deben consultar rápidamente con una psicopedagoga para que le haga una evaluación.
Lo cierto es que para algunos especialistas, este trastorno del neurodesarrollo, que no se cura sino que se compensa con un tratamiento psicopedagógico, es el capítulo olvidado de la neuropsicología porque, a diferencia de la dislexia, la discalculia no se investigó demasiado. En ese sentido, es fundamental que maestros y psicopedagogos se sigan formando para poder brindar herramientas que logren mejorar todos los déficit aritméticos y que estos dejen de tener impacto en la vida diaria de quienes los padecen.
Por: María Ximena Pérez
Con información de la Agencia de Noticias Científicas