Pedro (no es su verdadero nombre) se dio cuenta de que lo suyo no era una tristeza pasajera. En un desesperado intento de librarse de la oscuridad que lo envolvía, una crisis de angustia que le hacía imposible trabajar, relacionarse con los demás… en suma, disfrutar de la vida, se dirigió hacia un hospital cercano en busca de ayuda. Le contestaron que volviera dos meses más tarde… a pedir turno.
Esta escena (que sí es real) y otras similares se repiten a lo largo y ancho del país, y del continente. De hecho, el viernes último la Organización Panamericana de la Salud presentó en una rueda de prensa el informe Una nueva agenda para la salud mental en las Américas, elaborado por una Comisión de Alto Nivel sobre Salud Mental y COVID-19 convocada hace un año e integrada por “17 expertos de gobiernos, sociedad civil, el mundo académico y personas con experiencia de vida en salud mental”.
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Los datos incluidos en el estudio son apabullantes. Si bien los problemas de salud mental fueron históricamente desatendidos aunque representan casi un tercio de los años vividos con discapacidad, la pandemia aumentó aún más factores de riesgo como el desempleo, la inseguridad económica, el aislamiento y la pérdida. A esto se le suma que la inversión destinada al área en los países de la región ronda el 3% de los presupuestos de salud (en la Argentina, el 2%), prevalece la hospitalización de larga duración, aunque la mayoría de los trastornos podrían resolverse con un cambio de modelo que priorice la atención comunitaria, hay escasez crónica de personal capacitado y acceso reducido a los servicios para las personas que viven en situaciones de vulnerabilidad.
“Efectivamente, es un fenómeno mundial –dice Marcelo Cetkovich Bakmas, director médico y del Departamento de Psiquiatría del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco)–. La situación es preocupante por el aumento de los síntomas de ansiedad y depresión, y las conductas suicidas, sobre todo en los jóvenes. Tenemos datos, por ejemplo, de los Estados Unidos, donde las salas de psiquiatría infantil están atestadas. El jueves estuve conversando con una neoumonóloga de un sanatorio privado de Buenos Aires, una institución de mucho prestigio, y me decía que la sala está copada por el virus sincicial respiratorio y por los chicos con problemas de salud mental. Que no dan abasto. En los servicios de emergencia no suele haber equipos de salud mental de guardia, con lo cual los clínicos tienen que atender las primeras instancias. Es un fenómeno que nos tiene a todos muy preocupados. Las demoras están a la orden del día tanto en el ámbito privado como en el público, con el agravante de que en este último la situación es más dramática, porque los recursos escasean”.
Servicios saturados, personal sobrepasado, meses de espera para acceder a la atención, altas prematuras en situaciones de riesgo, errores de diagnóstico o de intervención son algunas de las señales que encendieron las alarmas. “Los servicios de salud mental de CABA, que es con los que más contacto tengo, están claramente rebasados por la demanda –cuenta Alicia Stolkiner, ex profesora de salud pública y salud mental de la Universidad de Buenos Aires y actualmente docente del doctorado y la maestría en Salud Mental Comunitaria de la Universidad Nacional de Lanús–. Escuché en dos oportunidades a consultores internacionales decir que el sistema de salud estaba en crisis casi irreversible: en la hiperinflación del 89 y en 2001, pero nunca percibí una situación como la actual, por lo menos en CABA, que tiene la mayor concentración de camas hospitalarias cada mil habitantes del país”.
Según Stolkiner, aunque hay un principio de la epidemiología que dice que no hay que confundir demanda con prevalencia, en este caso el síntoma corresponde a la afección. “No siempre cuando aumentan las consultas significa que crece un problema –explica–. Un caso típico es el de la violencia intrafamiliar. Antes, prácticamente no había demanda de atención y ahora hay mucha, pero es porque se visibilizó. Sin embargo, en este momento no se trata de eso, por lo menos en el registro que yo tengo de la Ciudad de Buenos Aires, tanto en servicios privados como públicos. Están saturados por la demanda de problemáticas de salud mental. Puede deberse en parte a que la gente consulta más, pero también a que en la pospandemia y en plena crisis económica aumentan las problemáticas de ‘sufrimiento psíquico’, como diría la Ley Nacional de Salud Mental. Hay autores que investigaron la utilización de los servicios de salud mental en las crisis económicas de los años setenta en los Estados Unidos, cuando empieza la relocalización de las empresas y se van complejizando algunas economías locales. En ese caso, aumentaron las consultas, pero ellos lo atribuyeron no a un aumento de las patologías, sino a sufrimientos por rupturas de la red social y de la forma convencional de vida. Eso está en debate. Pero ahora hay que enfrentar el estrés al que estuvieron sometidos los servicios (el personal está más cansado) y algunas problemáticas derivadas del Covid prolongado, que también afectan la salud mental. Es el comentario en todos los espacios. La mayoría de los profesionales del campo de la salud mental que tienen más o menos una trayectoria de prestaciones consolidada, carece de horas libres y ése es un problema extra. La psiquiatría es una profesión que tiene cada vez menos especialistas, hay menos de 500 infantojuveniles en todo el país, y mientras la problemática tiene cada vez más demanda, las residencias de psiquiatría van quedando libres. A esto se suma que por los bajos ingresos, la carga burocrática, etcétera, muchos se están yendo de las obras sociales y prepagas, y solo atienden en forma privada”.
La consulta ambulatoria no es de registro obligatorio, pero en la Provincia de Buenos Aires (que tiene 80 hospitales provinciales y cerca de 200 municipales), los datos de egresos hospitalarios sugieren que la situación actual iguala o supera lo que ocurría en 2019, que tuvo un pico de internación. Especialmente en las guardias, no recuerdan un momento más álgidos. “Hay hospitales con la mitad de las camas de la guardia ocupadas en salud mental –destaca Stolkiner–. La situación es urgente; en especial, si se tiene en cuenta que no se eliminaron camas destinadas a casos agudos en ninguno de los neuropsiquiátricos (sí las de pacientes crónicos) y se agregaron aproximadamente un 60% en los generales”.
Para Silvia Bentolila, psiquiatra sanitarista e integrante del Equipo de Respuesta frente a Emergencias Sanitarias de la OPS/OMS, el reporte que acaba de darse a conocer no solo es veraz, sino que se queda corto. “Nuestra región se encuentra atravesando una crisis sociosanitaria de salud mental sin precedentes –afirma–. El impacto que produjo la pandemia acrecentó la enorme brecha existente entre las necesidades de la población y la respuesta del sistema de salud frente a los problemas y patologías de salud mental en la mayoría de los países. Las actuales condiciones de vida, con altísimos niveles de incertidumbre por tiempo prolongado, con la consecuente activación de la respuesta fisiológica del estrés, el debilitamiento de los lazos sociales, la pérdida de fuentes de trabajo, los contextos de guerra y violencia, y las migraciones forzadas, tienen un impacto muy negativo en la salud mental y por ende en la salud integral, que están indisolublemente unidas. El malestar psicosocial es expresado también en el nivel somático con aumento de problemas gastrointestinales, cardiovasculares, osteoarticulares, alergias y enfermedades autoinmunes, entre otras. Se cumplieron aquellas estimaciones que pronosticaban que la depresión en todas sus formas y grados pasaría a ser la primera causa de discapacidad en el mundo, y cada día afecta a grupos más jóvenes, que junto con los integrantes de los equipos de salud son quienes vieron más afectada su salud mental, incluyendo a su vez un aumento en las tasas de suicidio”.
El informe revela que en el continente americano:
- Casi un tercio de los años vividos con discapacidad se deben a enfermedades mentales, neurológicas, consumo de sustancias y suicidio.
- Los trastornos depresivos y de ansiedad son la tercera y cuarta causa de discapacidad.
- Es la segunda región con mayor consumo de alcohol del mundo, y esto es responsable del 5,5% de todas las muertes.
- El suicidio se cobra la vida de casi 100.000 personas por año en la región (en el país esa cifra ronda los 3500).
- La tasa regional de suicidio ajustada por edad aumentó un 17% entre 2000 y 2019.
- Ocho de cada diez personas con una enfermedad mental grave no reciben tratamiento.
- En 2020, los trastornos depresivos graves aumentaron un 35% y los trastornos de ansiedad un 32%.
Cabe agregar que según un informe de Unicef de 2019, el suicidio es la segunda causa de muerte de chicas y chicos argentinos de entre 10 y 19 años. En esa franja de edad, los casos se triplicaron en las últimas tres décadas. De acuerdo con el estudio “Suicidio en la adolescencia. Situación en la Argentina”, la cifra ascendió a 12,7 cada 100.000 adolescentes entre los 15 y los 19 años.
La situación no es exclusiva de las grandes urbes. Salomé Boto, presidenta de la Asociación Jujeña de Familiares y Personas con Esquizofrenia (Ajupef), que participa en el Consejo Consultivo Honorario en Salud Mental de su provincia, comenta que la mayor demanda se deriva de consumos problemáticos. "Es un problema tan, tan gigante que nos apabulla a los que venimos con otras cuestiones, como tener un hijo, un hermano o un familiar con diagnóstico de esquizofrenia, y que somos una minoría frente a ese problema. El sistema va rezagado con respecto a las necesidades. Lo vivo en mi situación familiar. Hace menos de un año se suicidó uno de mis sobrinos, un joven que no llegaba a los 30. Se hacen cosas para que la ley [de salud mental] se respete, pero no hay ni prevención suficiente ni seguimiento. La internación debería ser el último recurso o por un tiempo muy limitado, muy acotado. O sea, en nuestro país se aprecia un cambio, pero se necesitan más inversión, más formación de recursos humanos y sobre todo, convicción de que las personas que tienen un padecimiento psíquico, ya sea por consumo problemático o por otras causas, necesitan ser tomadas en cuenta, respetadas, tener voz”.
Según cuenta Boto (que aclara que es madre de un paciente y no integra el sistema de salud), también allí los trabajadores del área se quejan porque está sobrepasados y no pueden responder a lo que se espera de ellos.
“No hubo un aumento del presupuesto de salud mental, como debería haber habido y se prometió”, desliza Cetkovich Bakmas.
Stolkiner subraya que tanto la OMS como la OPS lo vienen advirtiendo en una serie de documentos ya desde antes de la pandemia. “Las dificultades en la implementación de la Ley Nacional de Salud Mental [que promueve prácticas respetuosas de los derechos de las personas, acceso igualitario a la atención, priorizar acciones y servicios de carácter ambulatorio, entre otras cosas] están ligadas en parte a la fragmentación y segmentación del sector salud –explica–. Su aplicación es muy heterogénea. La reforma de la Provincia de Buenos Aires, fuertemente centrada en modificar el modelo de atención, no se verifica en otras jurisdicciones. En síntesis, tenemos un aumento de la demanda, y una disminución o por lo menos un mantenimiento de la oferta de servicios. Hay que pensar en ampliar la atención preventiva y de promoción de la salud mental, el trabajo comunitario y las redes de asistencia del primer nivel de atención”.
Y concluye Bentolila: “Es necesario recordar que una escucha atenta, sin juicio de valor, sin minimizar, y la detección temprana con un acompañamiento del sistema de salud pueden reducir el riesgo de suicidio, en tanto muchas personas lo buscan como una alternativa para aliviar el sufrimiento y no necesariamente porque tengan el deseo de morir. Muchas veces, esa primera escucha es en la escuela, en la universidad, el club o la familia. Se hace imprescindible transversalizar las acciones de cuidado de la salud mental y diseñar dispositivos que se ajusten a las problemáticas actuales, revisando modelos de abordaje para hacerlos más eficaces. Es clave implementar acciones en y con la comunidad para empoderar a la población, fomentar lazos y reducir el estigma que portan estos padecimientos”.