Descienden las notificaciones, los hospitalizados y las muertes por Covid; la “curva” que dibuja en los últimos días la pandemia local es esperanzadora. Sin embargo, nada permite asegurar que cuando terminen las vacaciones, se reinicie el ciclo escolar y universitario, y el país retome su actividad presencial a pleno, el SARS-CoV-2 desaparecerá como por arte de magia. Por el contrario, todas esas actividades que llevan a muchas personas a permanecer durante tiempo prolongado en espacios cerrados vuelven a generar las condiciones para nuevos brotes.
En ese contexto, el uso de barbijos es motivo de controversia: aunque está bien probado que reduce la transmisión, no hay acuerdo sobre cómo, dónde y hasta cuándo hacerlo. Algunos consideran que conspiran contra el aprendizaje, que habría que mantener las clases virtuales en la universidad (salvo las que exigen sí o sí la presencia de los estudiantes, como prácticas de laboratorio), pero olvidarse de los barbijos en la escuela; otros opinan que se podrían alternar momentos con y sin barbijo, otros manifiestan que solo deberían requerirse en situaciones de crisis y otros, que hay que recomendar firmemente su uso en múltiples circunstancias y especialmente en ciertos entornos, como el transporte público.
“Cuando los chicos volvieron a las consultas, después del confinamiento, vimos que el desarrollo del lenguaje y de la capacidad comunicativa de los más pequeños se había deteriorado, especialmente en aquellos que tenían vulnerabilidades –comenta Andrea Abadi, jefa de psiquiatría infanto-juvenil de Ineco–. El primer verano (2020/2021) fue un aluvión de consultas por retraso del lenguaje de los que entraron a la pandemia al año de edad y salieron del aislamiento sin desarrollarlo. Ahora bien, si estos chicos entran al jardín, a la primaria y se proponen comunicaciones con barbijo, las posibilidades de conectarse con el otro y de entender lo que el otro está queriendo decir están disminuidas. De hecho, todos los que trabajamos con chicos con trastornos en el desarrollo usamos barbijo transparente porque necesitamos que vean nuestra cara. Pero creo que estamos atribuyendo al barbijo algo que empezó antes”.
Entre las dificultades que se presentan para el aprendizaje, Abadi menciona que el tono de voz disminuye, se trabaja en ámbitos con todas las ventanas abiertas y hay ruidos de contexto que antes no molestaban. Sin embargo, afirma, todo eso puede resolverse.
“Lo epidemiológico está por encima y tendremos que buscar alternativas para subsanarlo –explica–: hablar más alto, ofrecerles micrófonos inalámbricos a los maestros, barbijos transparentes a los docentes, proponer momentos al aire libre para que los chicos estén sin barbijo; por ejemplo, durante los recreos… Si un chico tiene dificultades con el lenguaje, no hay desarrollo cognitivo adecuado sin una buena comunicación. Ahora, si un chico es ‘verbal’, ¿cuál es el riesgo de estar con barbijo dentro del aula? ¿Es incómodo? Sí, pero mientras la maestra pueda dar clase, me parece que no podemos quedarnos en discutir ‘barbijo si, barbijo no’. Más allá de los tres, cuatro o cinco años, cuando ya se adquirió el habla, no cambia mucho que estén con o sin barbijo”.
Qué dicen los estudios
La literatura científica muestra a las claras que las dos medidas más “costo-efectivas” para prevenir contagios en ambientes cerrados son la adecuada ventilación y el uso de barbijo. Sobre eso, no hay discusión. Pero las miradas difieren con respecto a cómo traducir esta certeza en la práctica diaria.
“Hay muchísimos estudios llamados ‘ecológicos’ que analizan una población y comparan antes y después del uso de barbijo, explica la socióloga y asesora del Comité de Emergencia de Córdoba, Sol Minoldo, que hizo una revisión de cientos de estudios sobre el tema. Comparan, por ejemplo, hospitales donde se empleaban y donde no, y siempre llegan a las mismas conclusiones: que es muy efectivo para reducir la transmisión, pero sobre todo cuando tienen las condiciones adecuadas”.
La eficacia de los barbijos depende de varios factores. Entre ellos, del diseño, pero también de la ventilación, del distanciamiento con otras personas, del tamaño del recinto, del nivel de circulación del virus y hasta de la suerte. “Cuando hay muy alta circulación, mayor es la probabilidad de que haya alguien con Covid en una situación dada –explica Minoldo–. Por ejemplo, si uno tiene 600 personas juntas, la posibilidad de que por lo menos una tenga Covid va a ser mucho más alta en momentos de alta prevalencia que si solo se reúnen dos o cinco. Pero incluso con baja prevalencia, podría darse la mala suerte de que justo uno se encuentre con alguien que contagie. Acá, en Córdoba, llegó un punto en que era difícil no tener que interactuar con una persona que hubiera adquirido el SARS-CoV-2. También sabemos que algunos contagian mucho y otras, poco. Entonces ¿qué hacemos? Asumimos que cuando están infectadas todas contagian. Tenemos que pensar cómo hacer más seguros los espacios de interacción. La ventilación es una de las medidas que debemos tomar, pero no resuelve el problema del contagio de proximidad. Ahí, el barbijo es clave”.
Los aerosoles se difunden desde quien los exhala, al hablar, cantar, toser o estornudar, en forma similar a la que se expande la luz de una linterna. Como hay una dosis mínima por debajo de la cual el contagio no se produce, el barbijo protege porque filtra buena parte de lo que recibimos. Incluso puede ser necesario su uso al aire libre si no hay viento e interactuamos con otros durante un tiempo prolongado y sin distancia.
Al principio, ante la posibilidad de que se generara desabastecimiento, la recomendación oficial fue utilizar los de cualquier tipo, incluso caseros. Pero a medida que se los fue probando, se vio que uno de los puntos críticos es el ajuste. Todos los estudios indican que ese es el talón de Aquiles de los rectangulares con pliegues, como el quirúrgico.
“El más profesional y más eficaz es el N95, directamente a prueba de fugas –destaca Minoldo–: filtra el 95% de las partículas. Luego viene el KN 95, del que hay más oferta, pero del que también sabemos que muchos no cumplen con lo que prometen. Los Centros de Control Epidemiológico de los Estados Unidos los probaron al azar y encontraron que algunos no cumplían con las condiciones exigidas. Por eso siempre es importante que el Estado regule, que controle y mida el filtrado”.
La forma que tenemos los usuarios de verificar que un barbijo haya sido controlado es recurrir a los habilitados para uso médico o a marcas que están homologadas en algún país que regula su venta; por ejemplo, los Estados Unidos.
“En la Argentina, si su habilitación fue expedida por la Anmat, quiere decir que por lo menos sus fabricantes tuvieron que presentar un estudio técnico que muestra que filtran lo que dicen –explica la investigadora–. ¿Qué tienen el N95 y el KN95 mejor que los demás? El ajuste. Su diseño supera al rectangular. Y con respecto a la capacidad de filtrado, tienen que tener cinco capas. Que posean cinco capas, o tres, como un quirúrgico, ya es mejor que los de una sola capa. Un detalle importante es observar si se humedece, porque eso modifica el proceso de filtrado”.
En la actualidad, aunque hay mucha disparidad en los precios, los quirúrgicos se pueden conseguir por alrededor de 350 pesos el paquete de 50, el KN 95 y el N95, habilitados para uso médico, a alrededor de 60 o 70 pesos cada uno. Si se adquieren en mayor cantidad, su valor se reduce.
Se recomienda que estos últimos, descartables, se empleen entre 20 y 40 horas, dependiendo del uso que se les dé. Para tener una idea de la protección que ofrecen, si se parte de la base de que 15 minutos de exposición llevarían al contagio, con un barbijo quirúrgico, ese tiempo pasa a ser de alrededor de una hora. Pero si es un barbijo KN95, pueden ser 10 a 20 horas. Este adminículo puede reducir a un porcentaje ínfimo los aerosoles infectados que se inhalan, y reducir mucho la probabilidad de contagiarse durante varias horas.
Con respecto a su indicación en las escuelas, Minoldo opina que hay que considerar cada circunstancia. “Está claro que es más incómodo que no usar nada –comenta–. Entonces, si no fuera efectivo, uno pensaría que no es recomendable, pero sabemos que sí lo es. Acerca de si es necesario o innecesario, depende de los riesgos que haya y de la circunstancia en la que nos encontremos. En un lugar cerrado, donde hay muchas personas y donde interactuamos en proximidad, si hay virus, el riesgo es alto. Sabemos que el aula sin cuidados tiene todas las condiciones para generar la transmisión y que el barbijo protege. Esas dos cosas se conocen. Otro de los datos que hay que tener en cuenta es la prevalencia. Y, por ejemplo, las personas no vacunadas, para mí, tienen que usar barbijo”.
Para la investigadora, distribuir barbijos de buena calidad tanto en las escuelas como en los lugares de trabajo sería “una gran política pública”.
Contagio en proximidad
Todos los especialistas están de acuerdo en que el riesgo cero no existe, lo que se puede hacer es minimizarlo. “Ninguna medida reemplaza completamente a la otra, pero todas se suman –dice el físico Jorge Aliaga, uno de los promotores de la campaña ‘Ventilar’–. No se habla de evitar el barbijo porque sea innecesario, sino de evaluar si tiene un costo educativo o social que es tan elevado que lo vuelve contraindicado. No hay dudas de que a un chico con problemas auditivos, puede afectarlo. Lo que indica el documento del Cofesa [acordado por todos los ministros de Salud del país] es que en los lugares donde se quiera relajar su uso, hay que aumentar la distancia. No porque lo compense completamente, pero por lo menos ayuda un poco. Dicho de otra manera: si se van a amontonar los chicos en el aula, deberían usar barbijo”.
“En proximidad, la ventilación tiene poco efecto –destaca Andrea Pineda, investigadora del del Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (CIMA) del Conicet–. Recordemos que con Delta se registraron contagios en minutos, incluso en exteriores. O sea que lo único que puede evitar los contagios en interacciones cortas es el barbijo”.
Pilar Fernández, investigadora argentina que trabaja en el Instituto de Salud Global Paul G. Allen, de la Universidad del Estado de Washington, en los Estados Unidos, se pregunta: “Más allá de que conocemos la efectividad de los barbijos, ¿hasta cuándo exigir el uso masivo? ¿Para siempre? ¿Cuando no se detecten casos de Covid? ¿Cuando baje por debajo de un umbral? Estas son las decisiones que importan desde la salud pública. Todos sabemos que el uso de barbijos tiene un impacto en la transmisión, pero no es la única dimensión a considerar en la mitigación del riesgo”.
Y Aliaga propone: tal vez la “incidencia” (nuevos casos por 100.000) podría ser un parámetro de referencia. Por debajo de un cierto valor, la probabilidad de que haya alguien que contagie en el aula es baja.
“Para mí, la política más recomendable es dejar la decisión de si usarlos o no a los distritos escolares o a las propias escuelas. Lo ideal sería una discusión honesta con padres y madres, y para eso hay que descartar dos ideas –dice el biólogo molecular Ernesto Resnik–: que los chicos no deben utilizar barbijos porque les hace mal o porque los odien (nada de eso es cierto); y que hoy el barbijo es indispensable como medida de protección. Ya estamos vacunados y el virus va a seguir mucho tiempo. Si la situación mejora, preferiría reservar la necesidad de barbijos para cuando se ponga peor. La mejor solución es que desde las aulas se fomenten la vacunación y reformas estructurales para mejorar la ventilación, lo que redundaría en mejoras sanitarias para todos los virus respiratorios, no solo el Covid”.
“El retraso en la adquisición del habla, ¿fue por el uso de barbijo, por falta de estimulación, por falta de escuelas...? –se pregunta Abadi–. Hay tantas variables que poner todo eso en el barbijo es generar una discusión que no tiene sentido, porque hubieron otros factores muchísimo más importantes”.
En un reciente artículo de opinión para The New York Times, Hitoshi Oshitani, el virólogo de la Universidad Tohoku que diseñó la respuesta del gobierno de Japón a la pandemia, escribió que, aunque más del 70 por ciento de la población de su país está vacunada, eso por sí solo no será suficiente para convivir con el SARS-CoV-2. Oshitani sugirió que las personas debían evitar las tres “C”: espacios cerrados, lugares concurridos y entornos de contacto cercano. “Las tres ‘C’ le enseñaron a la gente qué contextos evitar –escribe–.
La forma en que lo hacen puede ser diferente, según las circunstancias individuales y la tolerancia al riesgo. Algunas personas pueden quedarse en casa. Otros pueden permanecer en silencio en los trenes saturados mientras viajan al trabajo para evitar la propagación. Algunas personas pueden cenar afuera, pero evitan sentarse muy cerca uno frente al otro. Es probable que la mayoría de las personas sigan usando barbijos”.
“No digo que para siempre y en todas las circunstancias tiene que ser obligatorio –concluye Minoldo–. Pero lo que no podemos discutir es que el barbijo reduce los riesgos de transmisión de enfermedades respiratorias en el aula. En ciertas circunstancias, cuando hay brotes o en invierno, su uso podría mejorar mucho la salud pública, la de los niños y sus convivientes, y aportar a la reducción general de la transmisión de virus. Antes del SARS-CoV-2, había otras enfermedades respiratorias. Hoy sabemos que el Covid no va a desaparecer. Se suma una razón más para pensar en cómo hacer más seguros esos espacios en tiempos en que hay menos ventilación”.