El último 23 de mayo la OMS declaró a nivel internacional el fin de la emergencia sanitaria. A pesar de la vuelta a la normalidad de la mayoría de las instancias presenciales y la incorporación del COVID a la lista de nfermedades infecciosas ordinarias, las consecuencias del proceso social y cultural transcurrido en estos últimos años recién empieza a salir a la luz y a cuentagotas. Especialistas advierten que la pandemia no ha afectado a todos y todas por igual, sino que ha impactado de forma diferencial en algunas regiones del mundo y en los grupos humanos más vulnerables por razones económicas, etarias, geográficas, etc.
Los jóvenes son una de las poblaciones que más ha sufrido las consecuencias de lo vivido. El impacto que tuvo la pandemia en la salud mental de este grupo etario en particular es un tema que atraviesa toda la agenda actual. Según un informe recientemente publicado por la Organización Mundial de la Salud (OMS), se observa un “impacto desigual”, “negativo” y “desproporcionado” de las medidas de mitigación del contagio en niños, niñas y adolescentes, principalmente provenientes de entornos socioeconómicos más bajos, y esto ha provocado el desarrollo de secuelas psicológicas y físicas, y de insatisfacción con la vida.
Pero además el tema esta hiperpresente en los contenidos de las redes sociales, como Instagram, TikTok, Spotify, YouTube o Twitch. Según datos que compartió la periodista tecnológica Florencia Barbeira, las escuchas de podcasts de psicología en Spotify en Argentina aumentaron un 79% entre 2020 y 2021. De la misma forma lo encontramos constantemente en los testimonios y relatos de referentes y artistas juveniles que deciden compartir sus vivencias a modo de visibilización: Billie Eilish habló en varias oportunidades sobre su depresión que la llevó a tener incluso pensamientos suicidas; Tini Stoessel contó acerca de los ataques de pánico que padece; o Zoe Gotusso que decidió darse un tiempo alejada antes de lanzar su segundo disco al sentirse “cansada y angustiada”.
La pandemia como catalizadora
Los cambios abruptos sufridos por los jóvenes modificaron la estructura de su vida cotidiana desde diferentes perspectivas: en los espacios de socialización por la interrupción de sus actividades; en la suspensión del proceso de autonomización por la imposibilidad de salir pero también por la situación económica los altos niveles de precarización; en la alta exposición a los contenidos de plataformas y redes sociales que pueden llegar a potenciar emociones y sensaciones propias de la etapa vital; e incluso en los miedos que surgen con respecto a un mundo que se presenta poco venturoso en el mediano y largo plazo.
En 2020, en pleno aislamiento, el flamante Consejo Asesor de Salud Adolescente y Juvenil elaboró el Primer Diagnóstico Federal de la situación en materia de salud mental de jóvenes de contextos vulnerables de entre 13 y 18 años. Entre los puntos destacables del estudio señalaron que “para derribar las barreras de acceso a la salud de adolescentes y jóvenes” lo más importante era escucharlos y trabajar en conjunto. Y desde esa perspectiva advirtieron problemas estructurales de nuestro sistema de salud como “la falta de conocimiento en materia de leyes, derechos, programas y protocolos” para favorecer el acceso a los servicios y la atención temprana y preventiva; la reproducción de mensajes estigmatizantes; y sobre todo la fuerte invisibilización de la juventud y la mirada adultocéntrica, biologicista y binaria que aún prevalece en buena parte del sistema de salud.
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La licenciada en Psicología Ana García Mac Dougall (M.N. Nº 22150) explica que con la pandemia se vivió un antes y un después para la juventud por la suspensión del desarrollo habitual del trato con sus pares, situación que incrementó inseguridades, sentimientos de soledad, miedos, sensación del sin sentido de todo: “muchxs pasaron de una escuela primaria presencial a una secundaria virtual, justo en el momento en que la relación con lxs pares y la pertenencia al grupo es fundamental para el desarrollo. Otros no pudieron terminar sus estudios presencialmente, ni tener viaje o fiesta de egresadxs. El encierro necesario para proteger las vidas al que nos vimos obligadxs tanto jóvenes como adultxs, produjo un quiebre en los lazos sociales y otra gran cantidad de efectos negativos aún por desentrañar en su extensión”.
Sobre el contexto social, político y económico en el que se inserta una persona, García Mac Dougall subraya que “el estado de crisis crónica en que está nuestro país en los últimos años, tanto política y económica, como socio-cultural, ha influido en que se produzca un aumento de los cuadros psicopatológicos en edades más tempranas y, en particular, cuando lxs jóvenes inician la vida de adultos al terminar o abandonar sus estudios”. El último informe del Observatorio de la Deuda Social de la Argentina de la Universidad Católica (UCA), presentado en mayo, indicó que en 2022 la pobreza alcanzó al 61,6% y la indigencia al 13,1 por ciento de los niños, niñas y adolescentes. Mientras tanto, según datos que surgen de la Encuesta Permanente de Hogares, en el tercer trimestre de 2022 la tasa de desocupación era tres veces mayor (21,2%) en jóvenes de entre 18 y 24 años que en el promedio poblacional.
El discurso del éxito y la solución individual
Las problemáticas que se observan con mayor frecuencia y generan más consultas en Argentina, sobre todo en las grande urbes, son los cuadros depresivos, los cuadros ansiosos y las crisis vitales, es decir cuando lxs pibxs no encuentran un sentido para su vida, ni deciden qué quieren hacer con ella. Matías Cabrol Seia, psicólogo con perspectiva de género de Córdoba, explica que en la actualidad “está siendo difícil encontrar algo a qué aferrarse, como que todo apunta a una catástrofe a nivel discursivo y esta difícil contrarrestar eso. Se junta lo climático, el futuro incierto, y un contexto particular de nuestro país. Entonces la pregunta es ‘¿en qué si puedo creer, a qué me puedo aferrar?’”
Los discursos, experiencias y contenidos que rodean hoy a gran parte del imaginario juvenil están orientados a remarcar lo individual, la idea del mérito propio, del éxito como valor en sí mismo, o el imperativo a disfrutar, a ser, que no tiene un destino o un fin en sí mismo. La construcción de subjetividad está ligada absolutamente al consumo de dispositivos de comunicación y redes sociales, territorio donde la población joven resulta especialmente vulnerable a querer ganarse la aceptación y admiración de sus iguales por la promesa de la aceptación masiva y el miedo a “quedarse fuera del juego”, lo que se conoce como síndrome FOMO ( “fear of missing out”).
En los comportamientos esto se traduce en una mayor atención a la imagen que los demás tienen de uno mismo, la búsqueda de ciertos consumos y estéticas dominantes por la exigencia de pertenecer; y la exposición permanente al malestar y las inseguridades. El psicólogo Matías Cabrol Seia explica que “hay un empuje hacia los jóvenes del discurso del mérito, del éxito, profesional o de ser feliz, y ese empuje es muy individualista, pensando en el éxito propio. Por otro lado dejan de tener en cuenta algunas cuestiones de deseo propio, qué se quiere o los tiempos necesarios para lograrlo”.
Esto puede producir trastornos de ansiedad, ataques de pánico, ansiedad generalizada, vinculados a la necesidad de sostener el control de algunas cuestiones a partir de no poder tener el control en otras o de sentir un vacío en el sentido de la vida, en una juventud temprana. En ese transito se pierde uno y se pierden la comunidad y las otredades: “Se pierde el registro de que somos parte de un comunidad, que hay otros, qué es lo que nos une y diferencia, qué es lo que queremos y cómo nos hacemos cargo de eso. Corrernos por la demostración que implica Instagram, ese imaginario que se vive con mucha angustia, mucha comparación de lo que hacen los otros”.
Del tabú a la esencialización
Una de las mayores complejidades de las temáticas de salud mental, a diferencia de los padecimientos físicos, es que en el mundo médico han quedado relegadas a un segundo plano al punto de considerarse tabú, incómodas o algo muy problemático. Si bien estas limitantes han comenzado a resquebrajarse, sobre todo luego de la pandemia, aún persisten miradas estigmatizantes que tienden a asociar el tema con una carga peyorativa, y falta de información, tanto fuera como dentro del sistema sanitario.
Particularmente en nuestro país, a diferencia de otras regiones, se suele consultar con psicólogos, psicólogas o psiquiatras con más frecuencia. Según Cabrol Seia “la pandemia visibilizó la salud mental, la puso en primer plano y nos hizo enfrentar a nosotres mismes con lo más íntimo. Pero estas nuevas generaciones tal vez no logran comprenderlo del todo, no solamente implica ir al psicólogo una vez por semana, sino a veces cambiar muchas cosas de la matriz de producción, de pensarse a uno mismo y al otro. La salud mental irrumpe como problema y se busca que la solución sea muy fácil y no afecte otras cosas – advierte el terapeuta - hoy esas demandas son más exigentes en cuanto a la eficiencia: qué sea rápido, que sea ya, un protocolo que me diga qué tengo que hacer”.
La licenciada Ana García Mac Dougall advierte que hablar de salud mental con más soltura no significa que haya dejado de ser tabú: “Baste para ello ver las muchas barbaridades que dicen periodistas en los medios de comunicación y otras tantas barbaridades que dicen incluso lxs profesionales que ni siquiera han leído la Ley de Salud Mental N° 26.657 en esos mismos medios. Desgraciadamente, la enfermedad mental implica todavía el estigma social”.
Mac Dougall destaca las políticas públicas que se vienen trabajando en la provincia de Buenos Aires a partir de la gestión de la Subsecretaria de Salud Mental, Consumos problemáticos y Violencias encabezada por Julieta Calmels, que esta semana por ejemplo formalizó “La salud mental es entre todas y todos” , un programa destinado a jóvenes de escuelas secundarias, articulado entre Salud y Educación, que genera "espacios de escucha y acompañamiento" a través del abordaje en el aula de temáticas vinculadas a la salud mental desde un enfoque de derechos y salud integral. La iniciativa surge "tras la preocupación por los efectos que la pandemia causó en la salud y salud mental de las y los jóvenes bonaerenses".
Redes sociales y salud mental
La cordobesa Belén Fernández es psicóloga tranfeminista de la UNC y trabaja neurodiversidades. Por su parte entiende que todos los análisis que hacen en general los medios, pero también las Instituciones, parten de posturas adultocéntricas y normativizantes. En general se centra la mirada en un modelo juvenil urbano de clase media hegemónico neurotípico. Ella en particular trabaja con jóvenes con discapacidad que están multimpedidos y quedan totalmente afuera de este tipo de representaciones. Por eso parte de la necesidad urgente de hablar de salud mental respetando la diversidad de historias y experiencias propias.
En su cuenta de Instagram genera contenido sobre salud mental pensando en tender puentes posibles con las nuevas generaciones que hoy tienen sus propios códigos e idioma para hablarse a sí mismos y están inmersos en redes sociales que les proponen recetas y auto diagnósticos de forma compulsiva. “Hay una frase que a mí me explota la cabeza en esto de cómo los chicos van enunciando el tema de la salud mental, que es ‘fingir demencia’, y las cuentas, y los memes que hablan de eso”, indica la psicóloga que busca analizar qué pasa si en las redes están todos hablando de ansiedad y depresión.
“Investigando en relación a la ansiedad, el estrés y algo de depresión me encontraba con que generalmente aparecen recetas de cómo anularla: tener que ejercitarte, tenes que comer bien, tener que dormir – dice en uno de sus videos - pero en esto se pierde un poco el pensar el síntoma como algo que está manifestándose corporalmente, qué nos quiere decir y el porqué. Y a partir de ahí crear estrategias para poder lidiar con ellas, porque no va a desaparecer, menos después de lo que nos dejó la pandemia. Por eso me parece importante crear técnicas propias a través del acompañamiento terapéutico”.
Todas estas preguntas huelen a la necesidad de tender puentes: “Siento que hoy nadie le habla a los pibes directamente y a nivel de Estado tampoco se pensó nunca una política de cómo acompañar el salir del encierro de la pandemia. Eso lo están cubriendo bastante bien los streamers. En el apoyo, el encuentro y el sostenimiento en las redes y comunidad virtual”, destaca.
Salud mental como problema político
Varios de esos puntos coinciden los resultados de un estudio recientemente publicado por "Lineamientos Consultores" que realizó una serie de focus group a jóvenes de entre 17 y 26 años, de Quilmes, Berazategui y La Plata, para conocer sus percepciones acerca de qué piensa y quiere la juventud “más allá del radar de la política”. Soledad López, Directora de la consultora y también Directora de la carrera de comunicación en la Universidad Nacional de Quilmes, explica que en estos dispositivos de conversación las problemáticas de salud mental aparecieron en los testimonios de las y los jóvenes como una de las principales consecuencias de la pandemia.
“Lo relacionan con las dificultades asociadas al sostenimiento de las rutinas más cotidianas, a la ansiedad. Muchos y muchas señalaron haber enfrentado y padecido el agobio por la incertidumbre, la sobrecarga de responsabilidades escolares y la rutina del encierro en contextos familiares muy diversos. En ese contexto, reconocen, aparecieron problemas de alimentación, por ejemplo, o se agravaron las dinámicas familiares”, señala.
Un punto interesante que surge de la investigación es la percepción del acceso a la atención psicológica como una marca de privilegio de un sector minoritario de la sociedad que no debería ser así: “Entienden que todas y todos deberían poder recurrir a una instancia terapéutica en caso de necesitarlo. Y viven la falta de acceso a esa atención como un problema. Desde Lineamientos entendemos que ese es un problema político”.