La llegada de Milei a la Presidencia y la impresión de su estilo en la comunicación ha generado un quiebre en las formas usuales del lenguaje oficial y un corrimiento de los límites de lo decible. El clima político en Argentina parece haberse teñido de violencia a partir del uso y abuso de insultos, provocaciones, mentiras, chistes, metáforas, gestos obscenos y humillaciones contra ajenos y propios, conductas que pasaron en pocos meses del orden de lo espontáneo e individual a la sistematización e institucionalización. Si bien sabemos que violencia política hubo siempre y no constituye un fenómeno novedoso, sí lo es su grado de naturalización y la falta de reacción social ante su agudización permanente. Incluso llama la atención el efecto contagio en sectores que históricamente han mantenido el respeto sobredimensionado por las tradiciones republicanas.
La declaración más resonante de la última semana fue la que el mandatario utilizó como “metáfora” para ilustrar cierto goce por el "morbo" que le provoca la posibilidad de eliminar a la expresidenta del mapa político: “Me encantaría meterle el último clavo al cajón del kirchnerismo, con Cristina Kirchner adentro”. Luego de desatarse una ola de rechazos por el grado de violencia simbólica que cargan dichas palabras, fue el expresidente Mauricio Macri quien, en una entrevista con un medio cordobés, definió y valoró justamente esa conducta como parte de la "autenticidad" de la figura de Javier Milei: "Yo valoro el sincericidio, la autenticidad, lo bueno que tiene él es que no tiene dos discursos y los políticos tienen que decir lo mismo en privado y público”.
Hay que reconocer un análisis certero en lo que remarca el líder del Pro ya que, en la actualidad, sobre todo como producto del procesamiento social de la pandemia, se ha acelerado el aterrizaje en la arena política y las instituciones gubernamentales de personajes que rompen con los viejos moldes y ostentan una imagen, a priori, alejada de las estrategias mecánicas y preformateadas de la política tradicional. Por alguna misteriosa conjugación de factores socioculturales el candidato de traje, risueño, preparado, que se muestra seguro tendría menos credibilidad que alguien que se “ve” auténtico, vulnerable, imperfecto, roto o con fisuras. Las lecturas del último debate electoral previo al ballotage entre Sergio Massa y Javier Milei dejaron en evidencia que gran parte de los argentinos y argentinas elige la improvisación, el descontrol, la pasión, el enojo y la insolencia, por sobre características como la experiencia, el diálogo y hasta el profesionalismo. El ceño fruncido de Milei y la cara de furia incontrolable exponen emociones negativas, pero una emoción al fin coherente con su discurso de motosierra.
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Que la autenticidad se haya convertido en un valor político es producto de la crisis de representación que atraviesan las estructuras históricas y partidos tradicionales que hoy generan mayores niveles de desconfianza y hartazgo. Los electorados miran de reojo la pose de la dirigencia, se sienten desconectados de las internas, y demandan representantes parecidos a ellos, entendiendo que esa transparencia garantiza sinceridad y una verdadera representación, aunque contenga expresiones y comportamientos negativos que bordean la locura. Como describió Macri: “la gente votó a alguien con una psicología especial, con un mandato destructivo y de confrontación y no está haciendo algo distinto a lo que propuso”. “Milei será violento y loco, pero por lo menos no miente, no roba”, es el razonamiento social promedio alimentado por campañas sucias y el bombardeo constante de fake news sobre casos de corrupción.
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Mientras que desde el progresismo se aferran a un institucionalismo impotente y a formas “políticamente correctas”, a intentar contener lo que queda del Estado de bienestar mientras el mundo cambia aceleradamente, la figura destructiva de Milei emerge desde su singularidad fuera de serie. Autenticidad habla de alguien coherente no con la verdad, sino con su verdad, que avanza sin importarle los resultados ni la vida del otro. Así su locura, en tanto expresión genuina, es un valor en una época obsesionada con el imperativo del “do it yourself” y “ser uno mismo” más allá de las consecuencias. La deslegitimación de los políticos profesionales es la contracara del auge de un personaje oscuro y dañino, sin experiencia previa en gestión, ni presencia territorial o partidaria, cuya principal cualidad es la de “ser auténtico”. Habría que preguntarse entonces: ¿Qué es hoy ser auténtico? ¿Cómo se mide el nivel de autenticidad? ¿Ser auténtico es valorado aún a costa de destruir al otro?
La Libertad Avanza, un partido de origen digital
Con este modelo como columna vertebral del proyecto libertario, la performance virulenta, amateur y verborragica del presidente en las redes sociales, pareciera ser una de sus mayores virtudes. Los posteos trasnochados, la lluvia de likes y los memes que comparte de cuentas random, como cualquier ciudadano, generan una sensación de proximidad y horizontalidad con su electorado joven, enojado y con un vínculo digital. Alejarse de las formas protocolares esperables para un presidente le hacen conectar con la gente de a pie. Mientras un político profesional sobreactúa no tener tiempo ni interés por interactuar con sus seguidores en las plataformas, o solo difunde información oficial escrita por un equipo técnico, el Jefe de Estado prioriza diariamente comunicarse con su base usando los modismos y lenguajes de época, y al mostrar que sus emociones y las de los usuarios están en el mismo nivel construye un ‘nosotros’ identificatorio. Ahí también juega fuerte la imagen de la casta como una elite política apartada de lo que a la gente le interesa.
Milei se muestra, de pies a cabeza, como la expresión auténtica de una sociedad rota, desequilibrada, cada vez más violenta y fragmentada. Y el partido digital libertario generó la conversión de la apatía política en un odio organizado a través del lenguaje de las redes con el liderazgo unificante de un individuo tirano y auténtico que encarna esa necesidad de revancha frente a la frustración acumulada. Mucho más en un entorno sociocultural que obliga a destacarse, que promete el acceso a estilos de vida lujosos, que muestra el éxito individual en la vidriera de las redes sociales, que vende la posibilidad hacerse rico a través de un clic y herramientas financieras, que pone a competir a todos contra todos, y por ende invita a acumular frustraciones e insatisfacción. La motosierra no es más que una performance de una sociedad que perdió los lazos con gran parte de sus miembros como lo indica el dato objetivo de la precariedad e informalidad en la estructura social.
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Una política de los gestos
A pesar de la etiqueta de lo auténtico que tan atractiva resulta, Milei es la versión local y amplificada de un fenómeno global, y su autenticidad también es resultado de una construcción planificada por las técnicas del marketing. Desde su cabellera desatendida, hasta sus insultos, expresiones faciales y denigraciones a opositores, son parte constitutiva de un audaz plan performático comunicacional para mantenerse en el foco de la tormenta, mientras por detrás se concretan y pasan las medidas económicas que demandan los grandes capitales. Se trata en el fondo de dar forma a una política de los gestos similar a la que ponen en funcionamiento las maquinarias electorales de Donald Trump, Jair Bolsonaro, Boris Johnson o Geert Wilders por mencionar algunos.
La impotencia de la democracia liberal y las instituciones que la componen para dar solución a los problemas que atraviesan las personas concretas en el marco de una era de inestabilidad en la economía mundial, de enfrentamientos bélicos y cambio climático, es el escenario de la apatía política de la ciudadanía. La incertidumbre, la falta de horizontes predictivos es un terreno fértil para mesianismos que, con una promesa arrasadora de tintes mágicos, terminen con una situación que resulta insoportable. Cabe preguntarse entonces cuánto más se puede sostener el recurso de la autenticidad frente a la destrucción de la realidad concreta, y si, como sucedió con otros políticos similares, la misma volatilidad e incertidumbre que trajo a Milei al poder lo puede sacar rápidamente.