En septiembre de 2018, Jose Nicolini salió a la ruta y atravesó El Litoral, desde Entre Ríos hasta Misiones, pasando también por la frontera con Brasil. Bordeó el río Uruguay por la ruta 14 sobre su moto Suzuki 125. Ella buscaba conocer curanderas. Su intuición, curiosidad e historia familiar le indicaban que en ese territorio iba a encontrarlas. En el camino, se encontró con vencedoras o benzedoras, mujeres que usan la palabra para curar. Durante dos meses recorrió pueblos de campo, río y tierra colorada. Realizó entrevistas y construyó un diario de viaje con testimonios de mujeres que le convidaron conocimientos, consejos y también su amistad. Conoció así a las vencedoras de cada paraje, aprendió un nuevo vocabulario, se abrió camino en un mundo de secretos, silencios e historias que se transmiten de manera oral por generaciones.
De ese viaje nace “Las que vencen”, un diario, un fotolibro con memorias, voces y fotografías que retratan a las guardianas del Litoral. Editado por Metaninfas, con epílogo de Mariana Enriquez y fotos de la autora, los testimonios de esas mujeres que son una parte importantísima de cada pueblo y paisaje litoraleño, te invitan a viajar en el tiempo.
¿Por qué El Litoral?
Jose me recibió en su casa que oficia también de taller de fotografía, arte y mecánica. Su hogar refleja sus obsesiones: piezas de motos que supo tener, pinceles, cámaras, un caballete, biblioteca, fotolibros y pósters.
Ella es antropóloga y fotógrafa. Su curiosidad por el Litoral surge como una fantasía, con un acercamiento a los levantamientos guaraníes del siglo XVI mientras estudiaba antropología. “En mi cabeza se mezclaban las ganas de conocer el lugar, los libros de aventuras, la selva, los misterios, algo de eso me obsesionaba”, contó Jose a El Destape. El Litoral siempre volvía a aparecer en su camino. Cuando empezó a estudiar fotografía se inscribió en un taller con Lorena Fernandez y en ese espacio encontró hacia donde quería orientar su trabajo.
"En mi familia había muchas historias sobre curanderas, mi abuelo se curó la culebrilla con unos sapos, a mi tío le curaban el mal de ojo cuando era bebé, mi viejo y mi vieja se curaron la psoriasis con una señora que hacía un ungüento y unas oraciones”, relata sobre esas acciones que entran en el orden de lo mágico y que llamaban su atención. En esa búsqueda recordó a su tía abuela, que era “la rara de la familia” y también le contaba este tipo de historias. A partir de lecturas y leyendas, supo que El Litoral era un terreno vasto para ir en busca de esas experiencias.
A esa inquietud le sumó el deseo de hacer un viaje sola en moto. Es así que se lanzó a la ruta, sin un destino claro, por un territorio amplio y con el tiempo suficiente para darle lugar a sus preguntas. La moto le permitió tener un viaje más liviano, gastar poco dinero y moverse por distintos lugares a los que no hay acceso con transporte público. Además muchas personas la recibían con curiosidad y preguntas, sobre viajar en solitario por las rutas argentinas. “Pasaba algo muy particular, como de querer cobijarme porque viajaba sola, porque soy mujer, porque me querían alimentar”, dice y agrega que ese intercambio le permitió conocer en profundidad a muchas de las mujeres que posteriormente entrevistó. Esos diálogos le ayudaron a entender el sentido de este trabajo que se fue construyendo en las conversaciones y que se completó mucho más tarde en el proceso de montaje y edición.
Con el material Jose supo tejer con fotos de paisajes y retratos, el trabajo de esas madres y abuelas que le abrieron sus puertas para contarle secretos de cómo vencer. En la página 28 del libro escribe “vencedura o bencedura: vocablo utilizado en la zona litoral de Argentina y Uruguay que posiblemente venga del portugues benzedura que significa bendecir acompañado de oraciones” una cita del diccionario de Lenguaje Rioplatense. Es así que Jose fue en busca de mujeres que curen a través de la palabra, pero cuando preguntaba de esa manera la llevaban directamente con una enfermera. La escucha atenta y la curiosidad le permitió dar cuenta de otros términos que habitan ese territorio “venceduras, hacer simpatías, muchas oraciones y también secretos, que no pueden contar".
Las señoras que curan y la tradición oral: "Mantenerlas vivas era un regalo"
En el epílogo del libro, la escritora Mariana Enriquez dice “siempre son señoras, así se las llama aunque sean jóvenes y aunque no tengan un señor a su lado. Esas señoras que saben curar el empacho, la culebrilla, la tristeza y el desamor”. La antropóloga se acercó a ellas gracias al boca en boca. Llegaba a los lugares con recomendación de la señora del pueblo anterior y así fue haciendo su recorrido. Jamás tuvo que recurrir a una red social para buscarlas, ellas iban apareciendo en su camino. “Muchas veces caía en el horario de visita y estaba lleno de gente. Gente que iba a hacerse una vencedura, a preguntarle algo o a llevarle un regalo de agradecimiento porque había surgido efectos sus vencedura”, dice Jose que reconoce que en muchas ocasiones debía esperar paciente o volver al día siguiente.
Durante el viaje pudo comprender que no se trataba sólo de una señora que cura, sino que es todo un sistema simbólico e histórico que se construye alrededor de estas prácticas que se transmiten a través de la tradición oral. “Me pareció que mantenerlas vivas era un regalo también, ya que muy pocas cosas están escritas”, apunta la fotógrafa, que en su libro supo detallar oraciones, pausas, saberes ancestrales, sabidurías mezcladas con otros conocimientos más contemporáneos o de otros países como Brasil, Paraguay. “Hay mucho sincretismo. Cuando estaba en Brasil me di cuenta de que la palabra vencer no viene del triunfar, de ganarle a la enfermedad, viene de vencedeira: la mujer se cura a través de una bendición. Se escribe por eso con v corta o larga”, revela.
Una tarea de cuidado comunitario: no se cobra
Curar, vencer o bencer, también implica observar, escuchar, contener y estar disponibles para cuidar. Un cuidado al servicio de la comunidad, que genera un lazo de confianza y muy importante en cada lugar. La importancia de la fe de quipux ejerce ese rol y de quiénes van a consultar, es primordial. Se trata de conocimientos que se van pasando de generación en generación en las comunidades. En ese sentido, no sorprende que la mayoría de ellas son mujeres, madres, abuelas que lo aprenden para curar a los hijxs en lugares muy alejados de las grandes ciudades.
“Uno lo hace de fe, a mi no me interesa si se ríen. Yo venzo con granitos de maíz. Se hace un secreto. Se pone un vaso con agua, se hace una cruz y se reza. (...) Así me lo enseñó mi tía. Más de tres veces no se puede enseñar sino se pierde el valor” dice Doña Elena en uno de los pasajes del libro. Jose cuenta que las venceduras se hacen “de corazón” reciben a cambio regalos, alimentos, bebidas, pero no se cobra, no hay un intercambio monetario.
En el libro se pueden ver fotografías de objetos, oraciones, los tonos se repiten, parecen cíclicos, el ritmo de las voces también tiene una cadencia que aparenta sabiduría. Emelia repite “Carne rendida/hueso quebrado/nervio torcido Carne rendida/hueso quebrado/nervio torcido rendida/hueso quebrado/nervio torcido” y algunos objetos también se repetían en cada casa: manchas, granos de maiz, frascos, cuchillos cruzados. “Para vencer hay fechas particulares, si no se hacen las oraciones en ese momento se pierde”, aclara Jose y suma que tambien algunas cosas se pierden por la transmisión. Una de las vencedoras, Pitina le contó que ya no vence más, porque estaba cansada, pero decidió dar su testimonio por que la palabra es lo único que queda “lo que tengo para hacer es contar y si vos venís a preguntarme, yo te voy a contar todo lo que quieras”, le dijo a Jose y le regaló así un recuerdo y muchos secretos.
Viajar en solitario
-“¿Viajas sola?, ¿no tenes miedo?”
-“No”
Una de las preguntas que más le hicieron a Jose durante el viaje era si tenía miedo de viajar sola. La respuesta era un poco engañosa, miedo no tenía aunque lo tuvo en varias oportunidades, cuando acampaba en campings desolados, en los momentos en que la lluvia azotaba la cilindrada de la Suzuki, en los tramos que el viento parecía que iba a voltearla. También tenía miedo a sus propias preguntas que en soledad aparecieron al mes y medio de viaje cuando ya extrañaba y le parecía que su proyecto no tenía sentido o aparecían preguntas, que pudo resignificar en el trabajo posterior de edición y en la presentación del libro. “Estar en el camping sola, en el medio de la nada, escuchar muchos ruidos, tener ese miedo real, un miedo a los monstruos de afuera, a lo desconocido. Una vez tomé la mala decisión de acampar al lado de la cascada, por la noche ese ruido en soledad se volvió apabullante”, recuerda Jose.
A pesar de esas situaciones Jose tuvo una experiencia inolvidable y en muchos casos mística durante su viaje. Incluso en los momentos complicados, como cuando se le empastaron las ruedas de barro y pasto en una ruta de tierra, en la que no pasaba nadie, bajo el calor y sol del mediodía:“Quise ir a conocer el paisaje de la Gruta India en Misiones, la moto se resbaló. Estaba toda empastada. Lo único que pude hacer fue sentarme a esperar”. Su temor era quedarse sin agua. Cuando ya se estaba preparando para pasar la noche en ese camino, apareció un camión de prefectura que daba vueltas por la zona y la ayudó a levantar la moto, sacarle todo el barro, le dió agua, mandarinas y la alcanzó hasta la ruta para seguir camino.
“Generé un vínculo muy fuerte con la moto, hablaba con ella. Ambas nos íbamos escuchando, cuando estaba cansada, cuando había hecho muchos kilómetros. La cuide mucho, yo sabía que me cuidaba a mí. Le ponía un buen aceite y tenía todo bien ajustado, para que el andar fuera lindo y suave”, dice con ternura Jose mientras toma un café y cuenta con los dedos de las manos el número 7, la cantidad de motos que tuvo desde los veintipocos que se subió a una por primera vez.
El libro y los aprendizajes
En la casa de Emelia, en Puerto Libertad, casi al final de su viaje Jose decidió que iba a hacer un libro con todo el material que fue recopilando en su travesía. Tuvo la posibilidad de hospedarse en su casa y conversar mucho con ella. La vencedora del pueblo misionero le dijo que era muy importante que ella estuviera registrando esos relatos: “Emelia me dijo que todo esto se va a ir perdiendo. Me manifestó la necesidad de que esos relatos circulen”. Esa afirmación hizo que Jose comience a pensar en un libro. El diseño, de tapa dura con lomo e inscripciones de relieve, está inspirado en los libros clásicos de aventuras que le gustaban cuando era niña.
“El viaje fue todo un aprendizaje, fue súper importante dejar de lado los sentidos comunes, la falta de fe y poder entender la fe como algo potente, eso me hizo mucho sentido. Es una palabra retomada por la Iglesia o por la institución, pero acá es otra cosa, por eso es tan importante”, dice la fotógrafa que dedicó un capítulo de su libro a la fe y que hoy planea una segunda edición del libro que ya está agotado y que ya llegó a manos de todas las vencedoras que formaron parte.