Desde hace algunos años, quizás desde principios de los 2000, la elección para la morada final del cuerpo no se encuadra solamente a los cementerios, nicho, cajón o cenizas en una urna, sino que hay nuevas posibilidades en línea con las banderas de cuidado al medioambiente que se levantaron en los últimos años. En Argentina hay opciones que salen de lo tradicional y que representan una oportunidad para reconfigurar la idea del cementerio. Entre ellas está la propuesta “Seamos un Árbol”, ubicada en el Parque del Buen Retiro, un cementerio tradicional que desde hace unos brinda la oportunidad de que el ser amado se transforme en un árbol al que los familiares pueden ir a visitar.
“Seamos un Árbol” tiene un mecanismo sencillo; al difunto se lo crema y las cenizas son puestas bajo tierra y en el mismo hueco se pone un árbol, puntualmente un Ginkgo Biloba. Esta especie es una de las más longevas y se dice en la cultura budista que es el árbol de la vida, además de ser sumamente conocido por ser el que sobrevivió a la bomba atómica en Japón.
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El ritual de despedida en este caso es muy diferente a los conocidos porque, si bien se realiza en un espacio verde característico de los cementerios más modernos, brinda la experiencia de plantar un árbol, un proceso que no todo el mundo vivenció. La imagen de un bosque pacífico es una visión más bondadosa que las ciudades enanas de mármol y bronce, con claveles marchitos.
El creador de esta idea es el arquitecto Jorge Belsona, de 35 años. En su juventud, a la hora de buscar trabajo, eligió estar conectado con los espacios verdes y tomó la mantención del cementerio en Moreno, el cual tiene un extenso campo. Se declara “emprendedor”, ya que siempre buscó no quedarse con algo monótono, lo que encajó justo cuando conoció la famosa Cápsula Mundi (un modelo vanguardista de entierro que emula a una semilla) por un correo electrónico. Desde ese momento pasaron 20 años y en todo ese tiempo no pudo abandonar la idea de adaptar el formato y llevarlo a cabo en Argentina.
Belsona afirma que la idea está inspirada en su padre, que realizó un proyecto en el año 98 de reforestación de bosques nativos, y justamente este proyecto es una respuesta en la que podía juntar ambientalismo, su amor por la naturaleza y, como si fuera poco, los años de experiencia en el rubro. La primera plantación la hizo en febrero de 2017.
"En los crematorios el 50% de las cenizas no se retiran, la gente no sabe qué hacer con ellas. Lo que buscamos es una manera de que esas cenizas tengan un final, que no generen un costo a futuro, ya que el árbol no tiene un costo de mantenimiento. Soñaba con otra idea más natural, y estaba convencido que la gente iba a decir ‘yo quiero que me planten’ ", subrayó en diálogo con El Destape. Actualmente, se puede acceder a su alternativa en un cementerio privado de Moreno.
Según contó, los más chicos también logran relacionarse de una forma distinta con la muerte. "En los entierros tradicionales a los chicos se los intenta alejar de que vivan esa experiencia, y en las de plantación los nenes son protagonistas porque son quienes más juegan con el tema, más les divierte ensuciarse y plantar el árbol", remarcó.
La Capsula Mundi y el cambio de paradigma
En el mundo, el debate se encendió cuando apareció la famosa Cápsula Mundi en 2003. Creada en Italia, la cápsula tiene forma de huevo y está hecha de material biodegradable, donde colocan los cuerpos en posición fetal y es enterrada como una semilla en la tierra. De ahí, crece un árbol elegido previamente y esto tiene, al menos para los diseñadores, dos implicaciones que cambian el paradigma tradicional: se reduce en principio el impacto ambiental del cajón bañado en químicos y de metales y, por otro lado, creen que promueven cementerios menos fríos y solemnes, que se reemplazan con una vista verde y natural.
Pero esta no es la única experiencia internacional. Por citar un ejemplo vanguardista y de revuelo, Nueva York se convirtió en el sexto Estado que permite el compostaje de cuerpos humanos. Por si no queda claro: los neoyorquinos tienen permitido enterrar los cadáveres de sus seres queridos con una mezcla de virutas de madera, alfalfa y forraje, para que se transformen en el famoso compost que se hace de forma hogareña con los sobrantes orgánicos y luego, con ello, plantar flores o bellas rosas.
Ante estas formas no faltó quien pegue el grito. Claramente, los representantes de algunas religiones, como la cristiana y católica, no dejaron pasar esta situación sin antes opinar que no puede tratarse el cuerpo como un desecho alimenticio, cabe recordar que incluso hay, como valor cultural, un fuerte concepto entre estos sectores respecto a la “digna sepultura”.
Idiosincrasia, costumbre y el prestigio de la muerte
“La forma en que se entierra está estrictamente relacionada con los valores de la sociedad de ese momento, en cómo la gente simboliza y muchas veces, por no decir todas, el mercado que se acopla a estos símbolos”, explicó a este medio la antropóloga e investigadora del Conicet, Bárbara Martínez, que durante varios años investigó y realizó trabajos sobre la temática.
Claro, no puede obviarse que una parcela en el cementerio de Recoleta es la más cotizada en el país, o que hace muchos años hasta se podían contratar “lloronas” para que bañen de lágrimas al difunto, además de las costosas coronas, los ataúdes que van desde lo básico hasta los presidenciales, todo en el marco de cierto “último prestigio”.
La referente destacó que “los rituales no son nunca azarosos”, y detalló al respecto de las nuevas formas de entierro que “si bien hay una idea de que cada vez la muerte se esconde, se cambia, se modifica, se abandona, eso no es lo que ocurre en realidad, lo que ocurre es que se modifica y tiene una forma nueva, y ésta es una que se adecua a un contexto emergente”.
Asimismo, enfatizó que en el contexto contemporáneo “aparecen nuevas formas de simbolizar y de ritualizar la muerte”, y señaló: “La miramos con otro ángulo, no es extraño que en un contexto en donde sabemos que se ha instalado desde hace décadas la idea de la contaminación ambiental, calentamiento global, protección de las especies, aparecen estas formas de ritualizar con el propio cuerpo, que responden a estos nuevos paradigmas y a esta forma de concebir el mundo”.
“Si nosotros lo pensamos, la urna biodegradable, que puede venir con cenizas o no, son formas en que el cuerpo, o las cenizas, se degradan. Pero la urna que se usaba hace 30 o 40 años, es una urna de madera que también se degrada, entonces el aspecto que termina cambiando es desde los simbólico más que desde el hecho práctico digamos”, reflexionó.
La relación con la muerte, dejó en claro Martínez, no es estática. Por el contrario, es tan dinámica como los marcos contextuales e indicó que la mirada clásica, aunque parezca extraño, podría volver a aparecer, u olvidarse, o reconvertirse y todo tendrá que ver con cómo lo aborde la comunidad en ese momento.