En la ochava de las calles Illia y Oncativo en Lanús Este, se destaca un cartel colgado en la reja de una ventana. Con un sobrio fileteado se remarca en negro y mayúscula “110 años viviendo en esta esquina”. Debajo del orgulloso dato de pertenencia barrial está la firma en rojo: “Familia Álvarez”. Desde 1911, son cuatro las generaciones que vivieron en esas coordenadas. El primero en llegar fue un inmigrante español, abuelo de Jorge Álvarez, hoy de 74 años. Desde entonces, hubo de todo, con mucha impronta barrial: un almacén, una imprenta y hasta un taller mecánico.
La idea de testimoniar la tradición de su familia en esa esquina fue de Jorge. “Me pareció una forma de compartir el orgullo por mis raíces, por la transmisión de generación en generación no sólo de un terreno y una casa sino también de una forma de sentir a Lanús, a mis vecinos”, explica.
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En la parte superior del cartel que diseñó Jorge figura en azul el “28 de septiembre de 1911”, fecha en la que la escritura indica que sus abuelos se adueñaron de la esquina. Con el mismo color y tipografía, abajo, se destaca el “28 de septiembre de 2021”. La fecha del aniversario 110. En este 2024 el municipio de Lanús cumplió 80 años. Los Álvarez se habían afincado 33 años antes que el partido se independizara de Avellaneda.
Una esquina, un barrio y un club
A la hora de explicar su sentido de pertenencia, Jorge arranca por los recuerdos de los momentos compartidos con su papá Guillermo cuando de chico lo acompañaba a caminar por la 9 de julio, la calle céntrica de Lanús Este. “Cada dos metros teníamos que parar porque todo el mundo lo saludaba y se quedaba a charlar con él. Hacer las cuatro cuadras que van desde Oncativo hasta la Estación nos llevaba dos horas”, detalla.
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Parte de la popularidad de Guillermo Álvarez tenía que ver con su condición de directivo del club Lanús. “Mi viejo fue secretario y también tesorero del Granate. Fue delegado en la Asociación del Fútbol Argentino. En su momento viajó con el equipo a Turquía y a Portugal”, se enorgullece.
Jorge heredó la pasión no sólo por su cuadra y por su barrio sino también por el club de su padre. “Soy socio vitalicio 672. Lo que sí, nunca me enganché en ser dirigente”, aclara. En su caso, los recuerdos más vívidos los mantiene no tanto con el fútbol sino con el básquet. “Es un deporte muy vibrante y en los ’70 Lanús fue una potencia. Esa época fue hermosa. Tenía muy buena relación con ídolos como el Lepe Guitart y Fernando Prato”, se emociona.
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Una casa, varias generaciones
El Club Atlético Lanús que apasiona a Jorge es de 1915. Es decir, cuatro años posterior a la casa de los Álvarez. “Los que compraron esta esquina y empezaron la historia son mis abuelos José y Hortensia, los dos de Galicia. Con los años acá mismo pusieron un almacén”, relata y complementa divertido: “A la noche una barra de muchachos se sentaba junto a la persiana a charlar. Mi abuelo les tiraba agua por abajo para que los dejaran dormir que al otro día había que trabajar”, cuenta.
En el fondo de la casa, sobre Oncativo, el gallinero original dio paso a una nueva edificación cuando Guillermo, el hijo de José y Hortensia, empezó a construir su vivienda. “Mi papá llegó a tener una muy buena situación económica. Manejaba una imprenta y tenía muy buenos clientes. Tuve una infancia de bacán. A los 11 años tenía moto, nos pasábamos todo el verano en Mar del Plata”, se sincera Jorge. “Mi viejo era un tipo muy carismático, se llevaba muy bien con sus empleados, le gustaba vivir y dejar vivir. Era un dandi, usaba pilcha de la mejor, tenía siempre una pila de ropa que todos los domingos se la ponía a planchar”, describe.
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Esa infancia holgada de golpe sufrió un cambio cuando Guillermo sufrió tres infartos y su salud quedó deteriorada. “El tabaco le jugó una mala pasada. Para colmo un socio de la imprenta le hizo una mala jugada y de golpe pasamos de la abundancia a encontrarnos con la casa hipotecada”, contrasta Jorge.
En 1966 su padre falleció. “Yo ya trabajaba desde los 13 años. Fui cadete, mecánico, hice de todo, así que salimos adelante. Mamá Angélica siempre fue ecónoma. Con ella y mi hermana Mirta logramos superar la mala. Y así como hubo quién había estafado a mi papá, también estuvo el vecino que vino y dijo que tenía una deuda con él, que no estaba documentada, pero que le iba a pagar a mi mamá, cosa que hizo”.
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Con los años, Jorge se enamoró de Olga y armaron su hogar con sus hijos Guillermo, Agostina y Melina, en la vivienda familiar. “Mi mujer trabajó siempre de maestra, tenía dos cargos. Yo me puse un almacén acá mismo, sobre Oncativo. Lo tuve durante 30 años”, cuenta. Un comercio en el barrio y la casa de toda la vida. “Como todos los vecinos me conocen, por ahí no me traían los envases y después los de la bebida no me querían dejar mercadería. Una vez tuve que poner un cartelito porque precisaba la escalera y no me acordaba a quién se la había prestado. Decía que a quien se la había dado que me la devolviera. Enseguida un cliente me dijo que él la tenía y me la trajo”, comenta entre risas.
Cuenta que en los primeros quince años del almacén no cerraba ni los domingos. Sin embargo, en dos oportunidades no dudó en bajar la persiana. Fue ante dos accidentes en que automovilistas atropellaron a chicas de la cuadra. “En ambas ocasiones, cerré el negocio y las cargué en el auto para llevarlas al hospital porque no hay tiempo que perder en ese tipo de momentos”, destaca.
También sobre Oncativo, en la misma cuadra de su casa y negocio, hace cerca de 20 años se empezó a prender fuego la casa de un vecino. “Como tenía una pileta en el fondo, organizamos que los vecinos trajeran baldes y logramos apagar el incendio antes de que llegaran los bomberos”, se enorgullece.
El hijo de Jorge, Guillermo, es la cuarta generación que tiene su casa en la vivienda familiar. Y también tiene su negocio, un taller mecánico especializado en aire acondicionado y calefacción en vehículos. “Soy de la última generación de técnicos electromecánicos que salimos de la Kennedy, una escuela técnica pública. Me recibí en el 99, justo, porque Menem había cambiado los planes de estudio. Teníamos una formación de lujo, aprendíamos de todo. A bobinar motores, fundición, a utilizar tornos, fresadoras. Era una suerte de escuela-fábrica. Tuve una formación espectacular”, destaca. Lo que aprendió lo aplica en el mismo terreno en el que los Álvarez se asentaron en 1911. Y la historia sigue.