A una semana de las elecciones PASO 2023, desde gran parte del arco político, mediático y empresarial sale humo de las cabezas tratando de descifrar qué fue lo que pasó, cómo pueden explicarse esos resultados que ninguna de las encuestas de las consultoras anticipaba. Los 30 puntos de Javier Milei y el triunfo de La Libertad Avanza en la mayoría de las provincias, sobre todo en los barrios y municipios más populares del territorio nacional, fueron un baldazo de agua fría directo a la cara de un sector privilegiado que hace rato venía adormecido, casi cómodo con el relato de la grieta y el país dividido. El efecto sorpresa que provocó el elefante con peluca en medio del living fue brutal y evidenció que la endogamia de la rosca y los egos existe, y que ha alejado a la política de la calle.
Preocupa que los gobiernos, representantes y funcionarios no hayan podido o querido ver lo que estaba pasando a su alrededor, en los márgenes, lo que queda por fuera del foco de las pantallas. El llamado “voto bronca” de amplios y diversos sectores sociales es una suerte de castigo a la “casta política” desconectada de las demandas sociales y las complejas realidades que se viven. Hoy se convive, incluso adentro de los partidos tradicionales, con una sensación generalizada de apatía política, de desamparo. Ningún candidato calienta, ningún proyecto ilusiona. Así como el kirchnerismo nos proponía desafíos permanentes, la adrenalina de ir por la conquista de lo imposible (ARSAT, Tecnópolis, Bicentenario, CCK), durante los dos mandatos siguientes nos hemos acostumbrado a la comodidad de lo previsible, a pesar del desencanto y la mediocridad.
Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.
Y ahí es cuando ingresa la figura de Milei, un outsider, medio “paquete”, que grita y viene a mimetizarse con los enojados, sobre todo a los más jóvenes, y a decirles que lo que les pasa está bien, que en La Libertad Avanza pueden conducir y trasformar esa bronca en un proyecto esperanzador. Partimos de la idea de que el fenómeno que hoy cristaliza Javier Milei y su gran afluencia entre los votantes lo excede por completo, es solo su cara visible. Milei es el rostro de un proceso político, social y cultural multidimensional de época, que involucra principalmente a la juventud y encaja en un modelo de subjetividad contemporáneo. Sin embargo, si en octubre perdiera las generales y con ellas el rol que ocupa, al mismo tiempo que desde los otros espacios no se encontrara la forma de incorporar estos reclamos, el fenómeno social seguiría vigente.
El fenómeno Milei, además de conjugar demandas concretas y derechos básicos que el Estado ha dejado de garantizar, en medio de una crisis inflacionaria y económica de larga data, significa sobre todo una nueva forma de experimentación de lo político. Una resignificación de los sentidos y prácticas de participación ciudadana que los y las jóvenes han creado en un territorio diferente, nuevo, disruptivo, que resulta inalcanzable para gran parte del arco político actual, léase Unión por la Patria, Juntos por el Cambio o el Frente de Izquierda. Las formas en las que los jóvenes hoy experimentan y viven la cultura política es totalmente ajena y diferente a lo sucedía hace unas décadas.
MÁS INFO
Bajo su plataforma y su narrativa, La Libertad Avanza propone un lenguaje, esquemas cognitivos y un universo de significantes que nunca vamos a poder entender básicamente porque no lo vivenciamos. Predominan allí los mensajes cortos con lemas pseudo publicitarios como el famoso “¡Viva la Libertad, carajo!”, un fuerte carácter emocional en las consignas, el uso permanente de recursos estéticos y audiovisuales, la producción de símbolos y el diseño de interfaces cada vez más sofisticadas. En un mundo donde las TIC y sus lenguajes definen las prácticas socioculturales juveniles, quienes no forman parte de ese universo no comprenden cómo inciden en las nuevas formas de subjetividad política.
El territorio virtual o digital, donde mayormente surgen y se desarrollan estas formas políticas, implica establecer nuevas categorías de análisis sobre lo que podemos llamar la nueva calle. Debemos entender el mundo digital como un elemento más del espacio público donde se dan los debates, la interacción social y las formas de socialización. En este marco se pierde del imaginario la gran marcha popular, las caminatas extensas con banderas y pancartas, el abrazo colectivo al rayo del sol que vemos en las fotos de archivo peronistas y kirchneristas. El “cara a cara”, la reunión cuerpo a cuerpo, el compartir espacio físico, el tomar la calle significa hoy una forma más, entre otras posibles y legítimas, de hacer política y expresarse.
MÁS INFO
La realidad actual les presenta a diario más riesgos que certezas, horizontes laborales cortoplacistas e insatisfactorios, y un futuro de incertidumbre y distopías. Es por ello que la democracia como sistema y el Estado como garante de derechos pierde peso y sentido, frente al modelo de la meritocracia: el sujeto individual como único responsables de sus éxitos y sus fracasos. Lo que para varias generaciones representa la lucha de los 30 mil, el legado de las Madres y Abuelas, y la emoción en el cuerpo de los gritos de Memoria, Verdad y Justicia, para quienes hoy ingresan en la adultez es solo un concepto, una instancia deliberativa que se hace carne en las elecciones, pero pareciera agotada en sus canales institucionales y su estructura capilar que es entendida como dificultosa, enroscada y llena de trabas a la hora de resolver problemas reales. ¿Por qué entonces debería llamar la atención la aparición de alguien que plantea dinamitar todo y armar algo nuevo?
Frente al desencanto que generan las instituciones ineficientes de la democracia y las formas de participación política obsoletas o “corruptas”, los jóvenes hoy construyen espacios propios y prácticas que se caracterizan por ser antiinstitucionales y horizontales, rechazando las lógicas verticales de las puestas partidarias tradicionales. En esta nueva concepción no encastran ni son representativas las referencias al Estado, la democracia, la ciudadanía, la Unidad Básica, el bombo, la Memoria, o la lucha social. Por el contrario, en ese marco es que toma fuerza la demanda de la libertad, libertad en la vida privada, la libertad individual, el relato autoreferencial por sobre el colectivo, la militancia del Yo antes que el nosotros, la idea de mérito por sobre la idea de derecho. Mientras la política tradicional y conservadora divide la vida privada de la pública, en las subjetividades juveniles convergen las esferas a la hora de insertarse como voz de manifestación política.
No podemos comprender el fenómeno si no analizamos el poder de injerencia de las industrias culturales, los consumos y redes sociales en la conformación de las subjetividades juveniles. Es que los nativos digitales conviven permanentemente en sus dispositivos con símbolos e incentivos audio visuales que los interpelan como consumidores más que como ciudadanos.
Nuevas plataformas como Olga o Luzu TV, las transmisiones de streamers, los juegos online o los perfiles de influencers resultan un ejemplo paradigmático de cómo se hace política a partir de los consumos de la población joven. Estos medios, que acumulan millones de viewers y seguidores, se presentan como formas de entretenimiento, inofensivas, alejadas de la política, pero en el fondo crean un espacio que conecta y genera un impacto en el armado de una comunidad. Las charlas transmitidas, hiper estetizadas, en las que participan además activamente a través de chat y foros, son mucho más cercanas a su vida ordinaria que una reunión en una Unidad Básica o a los paneles de programas políticos en los medios tradicionales donde se baja línea aleccionadora permanentemente. Los medios tradicionales hoy también forman parte de la Casta.
Las puestas en escena, los espacios de conversación, parecieran ser muy similares. Se arma una mesa de jóvenes que conversa sin bajada de línea ni corrección sobre de temas de la vida cotidiana: amistades, vínculos, consumos, proyectos, angustias, amores, sexo, música. Todo lo que la política tradicional ha dejado de lado y despreciado por banal. Tal vez este repliegue hacia el entorno inmediato y la vida social más elemental también se trate de una consecuencia directa de un modelo productivo y de consumo que no incluye. Tal vez hoy, como efecto de la cultura del neoliberalismo, lo político se alejó de lo ideológico y paradigmático para atomizarse y limitarse a pensar el Yo inmediato. En medio de la incertidumbre social y la pérdida del modelo de bienestar, la agenda es hegemonizada por lo personal, el consumo, y el goce individual.
Problematizar estas subjetividades y experiencias, sin prejuzgar desde concepciones cerradas y binarias, resulta indispensable si el objetivo es ganar en octubre las elecciones, pero sobre todo si el peronismo pretende seguir existiendo y disputar nuevamente a mediano y largo plazo un proyecto de país nacional, popular, justo y soberano que incluya a estas nuevas subjetividades juveniles. Mientras sigamos creyendo que los equivocados son ellos, que el problema es el otro, estaremos desviando la atención ante un hecho consumado: nos guste o no es la noción de “lo político”, la cultura política, lo que está mutando.