En 1951, James Harrison, un australiano de 18 años, fue sometido a una cirugía mayor. Los médicos descubrieron algo asombroso: su sangre tenía un raro anticuerpo que podía salvar vidas, especialmente la de bebés afectados por la enfermedad hemolítica del recién nacido (EHRN). En el marco de este 9 de noviembre, Día Nacional del Donante Voluntario y Habitual de Sangre, se invita a concientizar a la ciudadanía sobre los beneficios sociales de la donación.
Desde entonces, Harrison dedicó más de seis décadas a donar sangre y plasma regularmente, ganándose el apodo de "el hombre con el brazo de oro". Hace unos años, con sus 81 años, superando la edad límite para donar, lo hizo por última vez.
El hombre que salvó millones de vidas
La EHRN es un trastorno en el cual una madre produce anticuerpos que destruyen los glóbulos rojos del feto, generalmente cuando tienen tipos de sangre diferentes. La sangre de Harrison contenía un componente vital llamado Anti-D, que se utilizó para desarrollar tratamientos salvadores.
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En un emotivo acto de despedida, el Servicio de Donación de Sangre de la Cruz Roja Australiana estima que, a lo largo de su vida, Harrison ayudó a salvar la vida de unos 2,4 millones de bebés. "El hombre con el brazo de oro" participó en ensayos clínicos y donó plasma, siendo un pionero en el tratamiento de la EHRN.
Harrison compartió cómo su esposa y él decidieron participar en un ensayo clínico: "Me dijeron que me asegurarían por medio millón de dólares. Hablé con mi esposa y ella dijo que podría gastarse ese millón de dólares con facilidad. Entonces decidimos que sí participaría en el ensayo".
Una vida dedicada a la donación
A lo largo de los años, Harrison donó plasma, permitiendo la producción de inyecciones Anti-D administradas a mujeres con sangre Rh negativa, evitando complicaciones en futuros embarazos. Jemma Falkenmire, del Servicio de Donación de Sangre de la Cruz Roja, elogió a Harrison, diciendo que muy poca gente tiene estos anticuerpos en concentraciones tan altas como él.
Harrison se despide sintiéndose feliz de haber contribuido al tratamiento de millones de mujeres, incluida su propia hija. "Durante mi última donación el viernes llegaron unas doce madres con sus bebés para agradecerme lo que he hecho. Fue bastante triste, el fin de una era para mí".
Con su legado de generosidad, James Harrison deja un impacto indeleble en la medicina y la vida de innumerables personas que fueron salvadas por su acto de grandeza. Indudablemente, su brazo de oro seguirá siendo un símbolo de esperanza y altruismo.