Hace 40 años, el 5 de junio de 1981, el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de los Estados Unidos describía en su boletín semanal de noticias (Morbidity and Mortality Weekly Report o MMWR) cinco casos detectados en Los Ángeles de una rara infección de los pulmones. Según el reporte de Michael Gottlieb, Wayne Shandera y colegas, los pacientes, hombres jóvenes previamente sanos, tenían también otras infecciones inusuales, lo que indicaba que sus sistemas inmunes no estaban funcionando. Cuando el trabajo se publicó, dos ya habían muerto y los demás lo harían pronto. Ese mismo día, el dermatólogo neoyorkino Alvin Friedman-Kien llama al CDC para informar sobre un grupo de casos de un cáncer inusualmente agresivo (sarcoma de Kaposi) entre hombres que tenían sexo con hombres en Nueva York y California. El 6 de junio, un cable de Associated Press sobre el informe del MMWR se publica en Los Angeles Times y San Francisco Chronicle y empiezan a surgir casos similares en otras partes del país. Diez días más tarde, un hombre de 35 años se convierte en el primer paciente admitido en el Centro Cínico de los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos oficialmente diagnosticado con lo que luego se conocería como el síndrome de inmunodeficiencia adquirida, SIDA. Nunca abandonaría el hospital y moriría el 28 de octubre.
Así, entre la sorpresa y la incertidumbre, comenzaba la pandemia que recorrería el planeta. Hoy, se calcula que desde ese momento más de 40 millones de personas fallecieron por su causa, anualmente dos millones adquieren el virus y 800.000 mueren. Alrededor de 37 millones viven con VIH-sida, y aunque hay fármacos antirretrovirales que ofrecen una expectativa y calidad de vida similares a la de los que no lo padecen, en 2017 más de 15 millones no pudieron acceder al tratamiento.
Al principio, se la llamó "la peste rosa” y se pensó que solo atacaba a aquellos que llevaban una vida sexual “licenciosa”, lo que no hizo más que contribuir a su propagación. “Hace 40 años nos enterábamos de que existía una nueva enfermedad –cuenta Pedro Cahn, uno de los principales protagonistas en la lucha contra los desafíos que debería enfrentar la salud pública local e internacional desde entonces–. Del virus nos enteramos dos años después. La primera publicación hablaba de cinco pacientes que tenían un tipo de neumonía rara causada por Pneumocystis carinii [un hongo oportunista que parasita el árbol respiratorio del ser humano en pacientes con inmunosupresión]. Tenía la particularidad de que muy raramente se diagnosticaba, pero siempre en personas que tenían un compromiso inmunológico. En este caso, eran personas en apariencia sanas, sin antecedentes, no habían sido trasplantados, no habían recibido corticoides, tampoco quimioterapia y, sin embargo, presentaban estos cuadros que evolucionaban rápido y conducían a la muerte. Había una característica que llamaba la atención: los cinco eran hombres que tenían sexo con otros hombres. Tanto es así que se acuñó un término, bastante poco afortunado, ‘síndrome de inmunodeficiencia asociado con la homosexualidad’, cosa que le hizo mucho daño a la lucha contra el SIDA. Luego de esa primera definición, alguien tuvo la ‘brillante’ idea de llamarla ‘la enfermedad de las cuatro “h”’: homosexuales, heroinómanos, haitianos y hemofílicos. Entonces, la cosa era muy sencilla: si no nací con hemofilia, no soy haitiano, no tengo relaciones sexuales con otros hombres y no consumo heroína, estoy fuera de peligro. Eso permitió una veloz expansión de la enfermedad”.
El primer paciente argentino fue un dentista que vivía en la ciudad de Miami. Empezó a sentirse mal y decidió venir a Buenos Aires para estar con su familia. En aquel momento, Cahn trabajaba en el Hospital Fernández y atendía a personas inmunocomprometidas, que hacían cuadros infecciosos por haberse sometido a tratamientos de quimioterapia.
“Vino con una neumonía rara, que no conocíamos, la tratamos como lo hacíamos con todas, como una neumonía bacteriana –recuerda Cahn–. A la distancia, puedo decir que fue nuestro primer caso de SIDA. Lamentablemente, murió. En cuanto empezó a hablar con nosotros, tuvimos que internarlo porque estaba en muy malas condiciones. Nos comentó que él tenía sexo con otros muchachos. Pero, bueno, pasó, porque en esa época no existía internet, no podíamos buscar en Google. Para obtener la información científica, había que esperar que las revistas llegaran por avión o por barco. Era la época del Telex, todavía ni siquiera existía el fax… Seis meses más tarde se interna otro paciente, un bailarín del Teatro Colón, que había venido de Brasil y que también tenía una enfermedad rara (una meningitis que se ve solamente en pacientes con inmunocompromiso). También era un joven que tenía sexo con otros jóvenes y entonces dije ‘Aquí está pasando algo, vamos a armar un grupo de trabajo para empezar a estudiar esta situación’. De ninguna manera imaginaba que estábamos frente a una pandemia, pensaba en reunir una serie de cuatro o cinco casos, y publicarla, pero lo que sucedió nos superó”.
Al principio, los hechos se fueron desarrollando un poco “bajo el radar” de la opinión pública. Los medios no se ocupaban de este tema (o lo hacían muy poco, en espacios reducidos y páginas interiores) hasta que en 1985 murió Rock Hudson, astro de Hollywood y galán de películas románticas. “Al día siguiente, se publica en todos los medios de comunicación del mundo, incluyendo los argentinos, y caen las cámaras de televisión y la prensa escrita al Fernández. A partir de ese momento empezamos a tener una demanda extraordinaria de personas que querían saber en qué situación estaban –rememora Cahn–. Recién en 1983 la doctora Françoise Barré-Sinoussi, del Instituto Pasteur de París, describe el virus; estábamos comenzando a testear (en 1985 aparece el primer test ELISA y aquí llegó alrededor de dos años más tarde). Así empezó la historia del servicio de infectología del Hospital Fernández y un año después, creamos la Fundación Huésped”.
Como todos los años, el 1º de diciembre se conmemora en todo el planeta el Día Mundial de la Lucha contra el VIH-Sida. En estas cuatro décadas se hicieron avances extraordinarios: la patología, que era uniformemente mortal, hoy puede ser tratada, y se convirtió en una enfermedad crónica que le permite a quienes la padecen hacer vida casi normal. “Pero, eso sí, tomando su medicación todos los días –aclara Cahn. Y subraya–: Todos los días por ahora, porque hay tratamientos en desarrollo, que pueden permitir inclusive tratamientos prolongados que no requieren ingesta diaria”.
El VIH-sida es una enfermedad prevenible, pero a pesar de eso miles se infectan diariamente y muchos mueren. Se calcula que en la Argentina 136.000 personas viven con VIH, pero el 17% no lo sabe y el 30% se diagnosticó en un estadio avanzado de la infección.
Federico Segura Rossello trabaja en la Legislatura de Catamarca, tiene 30 años y recibió su diagnóstico en mayo de este año, luego de hacerse un examen de rutina y de haber recibido un resultado negativo dos meses antes.
“Fue catastrófico, sentía que mi mundo se había venido abajo –cuenta–. ‘Es el fin’, fue lo único que atiné a pensar. ¡Pero le tenía más miedo a lo iban a pensar de mí que a la enfermedad! Temía que me empezaran a señalar, que me estigmatizaran. En Catamarca hasta tenía pavor de que me vieran hacerme el test; incluso preferí no hacérmelo una vez que tuve una situación de riesgo. Por suerte, me lo encontraron muy a tiempo y al mes ya era ‘indetectable’ [sus niveles de virus circulantes en sangre no eran detectados por el test, con lo cual no lo transmite]. Tomo una pastilla por día y nunca tuve ninguna complicación. Pero cuando dejé la culpa de lado y me acepté tal cual soy, en todos los sentidos, llegué a conocer casos de personas que le pagaban a otro para que les retire la medicación con tal de no darse a conocer”.
Federico, que tiene tres hermanos y recibió mucho apoyo de su familia, quiere dar a conocer su experiencia porque es consciente de que desconocía muchos datos para hacer una buena prevención: “A mí no me dieron una correcta educación sexual –afirma–. Lo hicieron para que le tuviera miedo al sexo. Ahora sé que lo adquirí por sexo oral, aunque siempre me cuidaba con preservativo para las relaciones con penetración. Por ejemplo, yo no sabía que si se rompía el preservativo había un tratamiento preventivo... Lo cuento porque quiero que otras personas que están pasando por esto sepan que no están solas“.
El tratamiento contra el VIH no cura, pero evita que el virus se multiplique y permite disminuir su cantidad en sangre al punto de mantenerlo indetectable, solo se encuentra en “reservorios” a partir de los cuales vuelve a replicarse si el tratamiento se suspende (incluso durante pocos días).
Se transmite por via sexual, a través del contacto con semen, líquido pre eyaculatorio, fluidos vaginales o sangre (aquellos con VIH que estén en tratamiento y se mantengan “indetectables”, tampoco lo transmiten por vía sexual). Puede prevenirse utilizando preservativo, o usando profilaxis pre-exposición y post-exposición. También es transmisible por contacto directo con sangre con mucosas o por compartir elementos cortopunzantes o por via perinatal, por los fluidos presentes en el proceso de gestación, durante el parto o a través de la lactancia.
El VIH NO se transmite a través de la saliva, materia fecal, orina, mocos, lágrimas, sudoración, picadura de mosquito; por abrazar, besar, compartir vasos o cubiertos, tomar mate o intercambiar ropa; por compartir el baño, la cama, la pileta, o por practicar deportes de contacto físico; en relaciones sexuales con uso de preservativo, campo de látex, con profilaxis pre exposición y cuando la persona con VIH tiene la carga viral indetectable.
Cabe destacar, que en estas cuatro décadas dos argentinos tuvieron una actuación sobresaliente en la lucha contra el sida. Pedro Cahn es uno, y el otro es Julio Montaner, director del British Columbia Center para la Excelencia en VIH-Sida, en Canadá. A mediados de 2000, Montaner fue el padre del concepto de tratamiento como prevención: “Se dio cuenta de que si tratamos a todo el mundo, todo el mundo va a tener su carga viral indetectable y por lo tanto no va a poder transmitir la infección a terceros, lo que conocemos como ‘indetectable igual a intransmisible’ –explica Cahn–. La contribución que hicimos nosotros desde Fundación Huésped, además de participar en múltiples estudios de desarrollo de drogas, y que hoy forma parte de todas las guías internacionales, fue demostrar que con las que tenemos hoy se puede hacer una combinación de dos drogas y no necesitamos exponer a los pacientes de por vida a tres. Esa es una idea del equipo de investigación de Fundación Huésped que dirijo y que nos enorgullece”.
“En fechas como ésta reflexionamos sobre los éxitos y fallas que tuvimos –agrega Montaner, a través de una comunicación telefónica desde Canadá–. Tenemos mucho que celebrar, porque el VIH-Sida nos tomó por sorpresa en un momento en que no teníamos las armas necesarias para lidiar con la enfermedad de forma efectiva. La primera década fue muy oscura, pero logramos desarrollar lo que eventualmente surgió como un avance muy importante y que transformó una dolencia letal a corto plazo en otra crónica y manejable. Desde mi punto de vista, el momento más importante fue cuando me encontré con los datos de la provincia en la que trabajo y me di cuenta de que había menos muertes y menos enfermedad avanzada, y que el número de casos nuevos estaba disminuyendo. Me pregunté porqué estaba pasando y, al comparar las cifras de VIH con las de sífilis, que crecían mucho, comprendí que eso solo tenía sentido si el tratamiento no solo prevenía la mortalidad y la progresión al Sida, sino que también era preventivo. Demostramos que el retorno que se obtenía tratando a la mayor cantidad de gente posible era muchísimo mayor de lo que habíamos imaginado. Se transformó en imperativo intentar frenar la epidemia. Publicamos esa investigación en The Lancet y se convirtió en uno de los artículos más influyentes”.
Así se generó la nueva meta de la campaña contra el VIH: 90-90-90. Recomendaba llegar al 90% de las personas diagnosticadas, el 90% bajo tratamiento y el 90% con niveles indetectables del virus. Si se lograba, se esperaba llegar a una disminución del 90% de los casos en 2030. La estrategia se lanzó en 2015. “Pero lamentablemente la voluntad política no nos acompañó –dice Montaner–. Es más fácil firmar declaraciones que transformarlas en hechos. En la provincia de Columbia, en 2020 nosotros superamos el 90-90-90, pero la mayor parte de los países no… En la propuesta original, nosotros habíamos dicho que después de 2020 había que progresar al 95-95-95. Y aunque estos dos años fueron muy difíciles, en junio las Naciones Unidas confirmaron este nuevo objetivo”.
Entre los últimos recursos desarrollados contra el VIH-Sida se encuentra la profilaxis preexposición (conocida por sus siglas PrEP). Consiste en administrar antirretrovirales a personas que no están infectadas por el virus, pero que tienen conductas de alto riesgo; es decir, que tienen múltiples parejas sexuales, que practican sexo sin preservativo, etc.. Múltiples estudios demuestran que de esa forma se reduce cerca del 90% el riesgo de contraerlo. Incluso hay terapias que utilizan medicación inyectable que se administra una vez cada dos meses, que ya está disponible en Europa y los Estados Unidos.
Para el especialista, el primer obstáculo que tenemos por delante y que es un talón de Aquiles no solo en la Argentina sino en todo el mundo, es el diagnóstico oportuno de las personas. “¿Si las personas no vienen al hospital a testearse, qué estamos haciendo? –se pregunta–. Por un lado, tenemos que descentralizar el estudio, que no se haga solamente en los hospitales, sino también en centros de atención primaria. Tenemos que tratar de convencer a nuestros colegas médicos de que ofrezcan el test de VIH a sus pacientes cuando van a hacerse análisis por otros motivos. Seguramente alguien pensará: ¿y por qué yo tengo que hacerme un análisis si no tengo ningún factor de riesgo? Precisamente por eso, porque el 99,5% de las personas que vivimos en la Argentina somos HIV negativas. Pero hay alrededor de un 0,5% que vive con el virus. Si esto es así, lo mejor es que se enteren. Cuanto más temprano se traten, mejores serán los resultados, y mejor será para la salud de sus parejas sexuales. Además, tenemos que promover técnicas que están disponibles en otros países y aquí todavía no, como un autotesteo, que permite hacerse la prueba de la misma manera en que una señora o señorita se hace un test de embarazo o un diabético se controla la glucemia. Tenemos que tratar de levantar todas las barreras que hay para el testeo y lograr que la gente se entere a tiempo, evite que la enfermedad progrese y no se convierta en un eslabón más en la cadena de transmisión”.
El test de VIH-Sida se puede realizar en cualquier centro público de salud y es totalmente gratuito, igual que en la Fundación Huésped.
“A poco más de un año de los primeros casos de Covid-19 contamos con vacunas que demuestran ser efectivas –escribe Cahn en un comunicado de la Fundación Huésped–. En el caso del VIH tuvimos que esperar seis años para que se aprobara el AZT, la primera droga contra el virus, y nueve más para contar con lo que cambiaría el curso de la pandemia: la Terapia Antirretroviral Altamente Activa, que permite suprimir la replicación del virus y convertirlo en una enfermedad crónica. Sin embargo, tanto en el caso de las vacunas para el Covid-19 como en el del tratamiento antirretroviral, las inequidades geopolíticas en el acceso golpean más fuerte a los más desprotegidos: hay países que acceden y otros que no. Los aniversarios nos dan la oportunidad de mirar atrás y ver que es mucho el camino recorrido, que no hubiera sido posible sin la enérgica participación de activistas y organizaciones sociales que lucharon por sus derechos. Tampoco sin el compromiso de la comunidad científica que permitió que hoy las personas con VIH tengan una buena calidad y expectativa de vida similar a de quienes no tienen el virus. Controlar la epidemia del sida no va a ser posible sin los médicos, pero quien crea que se va a controlar sólo con los médicos está muy equivocado. Necesitamos de cada uno de nosotros. Las pandemias nos ponen a prueba todos los días. ¿Seremos capaces de aprender que la salida es colectiva? Hoy celebramos los avances y las conquistas sin perder de vista que aún buscamos la cura: la del VIH y la del estigma. Porque ni el más fuerte de los sistemas inmunológicos resiste la discriminación. El VIH llegó hace 40 años para desafiarnos y, si algo nos enseñó, es que las crisis sanitarias nos enfrentan con una pregunta: ¿queremos ser parte del problema o ser parte de la solución?”
Y concluye Montaner: "Lo que nosotros llamamos el fin de la pandemia de Sida es una expresión técnica: se refiere a que vamos a disminuir la casuística por encima del 90%, pero para terminarla es fundamental tener una cura, una vacuna o las dos cosas. Si bien creemos que con el tratamiento solo no concluirá, la puede convertir en una enfermedad endémica. Desde el punto de vista científico, logramos nuestro objetivo, pero seguimos haciendo promesas que lamentablemente no se materializan. Uno esperaría que después de cuatro décadas estaríamos en mejor situación. Para solucionar el VIH-Sida necesitamos una sociedad mejor".