Hace un par de años, mientras el biólogo e investigador suizo-argentino Werner Flueck estaba caminando con su mujer, Jo Anne Smith-Flueck, también bióloga, por el Parque nacional Torres del Paine, en Chile, vieron a la distancia cuatro huemules. En lugar de escapar, los animales no solo siguieron comiendo, sino que se dirigieron hacia los visitantes. Una hembra hasta se acercó a olfatearle el pantalón a Werner antes de seguir su camino.
Fue en parte esta confianza que los convierte en presa fácil lo que llevó a esta especie, el cérvido más austral del mundo, al borde de la extinción. Hoy, sus poblaciones no exceden los 500 ejemplares y si no se hace nada, van a desaparecer.
De acuerdo con un trabajo que acaba de publicar la revista Conservation (https://www.mdpi.com/2673-7159/2/2/23), cuyos primeros dos autores son precisamente los Flueck (y que firman como coautores Miguel Escobar, Melina. Zuliani, Beat Fuchs, Valerius Geist, James Heffelfinger, Patricia Balck-Decima, Zygmunt Gizejewski, Fernando Vidal, Javier Barrio, Silvina Molinuevo, Adrian Monjeau, Stefan Hoby y Jaime Jiménez), se llegó a esta situación a raíz de la sobrecacería y a la ocupación por poblaciones humanas de zonas en las que los huemules “invernaban”, praderas donde el alimento es más nutritivo. Se estima que sobreviven en la actualidad unos 60 grupos dispersos por los 1800 km de la Cordillera de los Andes, que sumarían entre 350 y 500 individuos.
“En tiempos modernos se consideró equivocadamente que el huemul (Hippocamelus bisulcus) es una especie adaptada exclusivamente al bosque y la alta montaña, con ambientes rocosos y fuertes pendientes –explica Flueck–. Pero hay testimonios de los primeros exploradores que muestran que en el pasado migraban hacia allí desde zonas abiertas y combinaba su hábitat con áreas boscosas. En el Siglo XX, la presencia humana los confinó a las altas montañas y se convirtieron en algo así como ‘refugiados’ en lo que previamente había sido su retiro de verano, donde la calidad nutricional del forraje es menor. Como resultado padecen enfermedades y se mueran antes”.
Una historia fuera de serie
La historia de esta pareja de investigadores apasionados por la naturaleza y la vida silvestre es extraordinaria. Werner nació cerca de Basilea, Suiza. En 1989, después de doctorarse en los Estados Unidos, se pusieron a pensar con su mujer Jo Anne, norteamericana, dónde querrían vivir los siguientes años.
“Hubiera sido fácil permanecer en los Estados Unidos o radicarnos en Suiza, ya que somos ciudadanos de ambos países”, cuenta el científico. Sin embargo, eligieron la Argentina, entre otras cosas por su gran territorio (“muchos kilómetros por habitante”), porque nadie quería venir aquí y porque muchos argentinos estaban emigrando a lugares “mejores”. En resumen, querían huir de las ciudades.
“Yo nací y viví la primera parte de mi vida cerca de Basilea –explica Werner–. Ya en mi época estaba muy poblado y cuando uno va de visita ahora, de tanto en tanto, nota cómo se va poblando más y más. Si todo funciona, está bárbaro. Pero las cosas tienen un límite y cuando lo sobrepasas se complican. Por ejemplo, ahora, hablan de no saber si habrá suficiente energía para calefacción... Para mí, lo mejor, a nivel individual, es ser lo más independiente posible. Y acá tenés miles de ejemplos. En la Argentina, te vas a cualquier campo, y el gaucho que vive ahí casi no depende de la civilización”.
Así fue como desde 1990, los Smith-Flueck viven a unos 20 kilómetros al sur de Bariloche, dentro del Parque Nacional Nahuel Huapí, donde hay campos privados, pero que al crearse la reserva quedaron bajo la jurisdicción de Parques Nacionales. Werner ya es ciudadano argentino e investigador del Conicet. Doctorada en la Universidad del Comahue en 2004, Jo Anne publicó el primer libro sobre esta especie y entre ambos firman el 90% de los trabajos científicos sobre los huemules en la Argentina (más de 130 publicaciones). Y todo, sobre la base del esfuerzo y la iniciativa personal de los propios investigadores, que incluso crearon una fundación en Suiza, llamada “Shoonem” para tratar de atraer la atención sobre estos animales antes de que sea tarde.
Historia (no tan) antigua
En este último estudio, los investigadores lograron confirmar la tradición migratoria de los huemules utilizando información arqueológica, como el hallazgo de huesos o astas que los machos pierden durante el invierno, y relatos o testimonios de naturalistas y viajeros registrados desde 1521 en adelante.
“Esas evidencias muestran que en el pasado migraban estacionalmente pasando de zonas andinas boscosas (llamadas ‘veranadas’), a otras no boscosas durante los inviernos. Incluso, se estima que muchos grupos se comportaban como residentes anuales de las praderas y estepas, compartiendo hábitat con guanacos y choiques”, destaca Flueck, que también investigador del Instituto Suizo de Salud Tropical y Pública, con sede en Basilea, Suiza.
Aunque es difícil, los científicos intentaron estimar cuál podría haber sido la cantidad de estos animales que poblaba el sur del país en épocas ancestrales. "No hay muchos datos –comenta–. Por un lado, podemos pensar que si sus parientes más cercanos (por ejemplo, el ciervo mula que vive en los Estados Unidos y es tan parecido físicamente que son comparables), viven 20 por kilómetro cuadrado, el huemul podría tener una densidad similar. Nosotros asumimos que pudo haber habido unos pocos millones".
Pero no solo perdieron territorios y hábitats, sino también el patrón cultural que las madres inculcaban a sus crías. “Sin educación no hay migración posible, solo movimientos mínimos ocasionales por contingencias climáticas –agrega–. Incluso, tal como se observa en las imágenes rupestres de los antiguos habitantes prehistóricos, estas migraciones deben de haberse compartido con otros mamíferos, como guanacos”.
En sus relatos, naturalistas y viajeros del Siglo XIX hicieron notar la abundancia y el carácter confiado de los huemules. El “Perito” Moreno publicó en 1898 sobre avistajes en zonas no boscosas de la Patagonia. Por la misma época, el alemán Carl Martin cuenta que con su grupo no solo los vieron en una zona de estepa con pedazos de bosque bajo y abierto, sino que los cazaron para comer su carne durante algunas semanas.
“Hay que diferenciar lo que hizo el animal por su propia voluntad de una situación forzada –destaca Flueck–. En este caso, no es que ellos se retiraron porque les disgusta el contacto con los humanos, sino que los únicos que sobreviven son los que quedan allá arriba y no saben migrar. Con el ciervo mula, que es muy parecido a este, pudimos ver que los animales recorrían distancias de hasta 150 kilómetros. Ahora, tuvimos madres que murieron después de la invernada y su hijo joven no supo en la primavera que tenían que migrar y se quedaba abajo. Y con el huemul nos pasó lo mismo, pero al revés: cuando bajaron animales en invierno, los machos se mataron siempre, casi todos. Hoy, no hay ningún animal que sobreviva si bajan por algún motivo”.
Uno de los grupos más numerosos de huemules se encuentra en el Parque Protegido Shoonem, Alto Rio Senguer, en Chubut, donde los Flueck los estudian con el apoyo de la Dirección de Flora y Fauna de la provincia.
Entre 2017 y 2022, les colocaron radiocollares (uno con GPS satelital) a tres hembras y tres machos, y pudieron comprobar que estos permanecían allí durante meses sin desplazarse mucho. Este sería, según los investigadores, el único cérvido del mundo que habita veranadas de las cordilleras montañosas durante todo el año como reacción a actividades antropogénicas. Pero a un costo: disminuyó sus tasas de reproducción y perjudicó su salud.
En otros estudios, Flueck mostró que en la Argentina el 57% de los cadáveres de huemules presentan patologías óseas, que también encontró en el 86% de los animales vivos.
Las lesiones craneales y la pérdida de dientes reduce la eficiencia de la alimentación y lleva a una muerte temprana. “Los análisis de sus tejidos mostraron carencias de minerales como selenio, cobre, magnesio y yodo que son indispensables para el metabolismo de huesos –subraya Flueck en un comunicado del Conicet–. En los pocos casos en los que un huemul baja a un valle, generalmente no sobrevive por ataques de perros, caza, o accidentes con vehículos. Por esta razón, la mayoría de las poblaciones existentes de huemules habitan en áreas montañosas remotas, poco atractivas para los asentamientos humanos y de poco valor para la agricultura o la silvicultura”.
De los seis huemules con radiocollares revisados por patólogos y biólogos, y por un veterinario, “uno de los machos prácticamente no tenía dientes, solo tenía uno de los ocho incisivos, de manera que tuvo dificultad para alimentarse, y murió por inanición, además de soportar dolor permanente por infecciones graves”, lamenta el científico.
“Si se extingue el huemul sería un fracaso humano, de la Argentina y Chile, ya que es una especie endémica –advierte el científico–. Sería inexcusable ya que puede evitarse”.
Antes de que sea tarde
Mediante una donación de la Fundación Erlenmeyer, de Suiza, los Flueck y sus colegas lograron terminar la construcción de una estación de recría y reintroducción, pero necesitan fondos para seguir avanzando.
“Allí se los mantendría en semi-cautiverio. Es decir, que no pueden salir, pero en un ámbito suficientemente grande como para que vivan de la vegetación natural. No hace falta darles comida como en un zoológico –cuenta Flueck–. Lo básico ahora sería asegurar la operación para unos cuantos años, porque un proyecto de este tipo lleva tiempo. La idea es que cuando haya un grupo suficientemente grande, dos o tres parejas, se los pueda reintroducir en una zona donde desaparecieron. Pero, claro, en esas áreas hoy hay gente y sería necesario que entiendan que no se los puede tocar”.
Aunque quisieran seguir estudiando la población del Parque Protegido Shoonem, para los científicos en este momento la prioridad es asegurar la operación de la estación de recría que se encuentra en la cordillera, a unos 85 km de camino de ripio del próximo pueblo de unos 1500 habitantes. El gasto anual básico, contemplando que se necesitan por lo menos dos cuidadores, ronda los 40.000 dólares, que permitirían solventar los costos de operación comunes, como la comida de los animales, insumos de oficina y laboratorio, servicio veterinario y movilidad, entre otros.
“Para un país, es una cifra despreciable, pero reunirlos es difícil”, lamenta Flueck. Y a pesar de todo, desconcierta cuando asegura que tanto él como JoAnne siguen estando “super felices” respecto de la decisión de venirse a la Argentina: “es una 'isla' muy potente. Falta que todos aseguremos 'nuestra' isla al máximo posible. Es cierto que hay un montón de obstáculos y muchas personas con problemas serios. Pero pensemos que a Suiza le es imposible mantener a su población con recursos locales (comida, energía): ya depende totalmente del exterior. En cambio, la Argentina sí puede hacerlo”. Y enseguida concluye: “Echar a andar la estación de recría es mi sueño”.
El huemul fue declarado monumento natural y su caza está absolutamente prohibida. Quienes deseen o puedan ayudar a evitar su desaparición pueden ponerse en contacto con los científicos por los siguientes correos electrónicos: wtf@shoonem.ch o werner.flueck@unibas.ch.
Todas las actividades de la fundación creada por los Flueck pueden consultarse en https://shoonem.ch