La aparición en escena de la variante Ómicron, que ya se detectó en alrededor de seis decenas de países, reacomodó el tablero de la pandemia y planteó principalmente tres preguntas que la comunidad científica está tratando de contestar contrarreloj: ¿es más transmisible?, ¿es más letal?, ¿evade la inmunidad conferida por las vacunas actuales? Estos interrogantes están empezando a contestarse, aunque en algunos casos las respuestas son más contundentes que en otros.
Las vacunas impulsan al organismo a fabricar anticuerpos que interceptan al virus antes de que ingrese a nuestras células, pero sus niveles descienden con el tiempo. Según publicó el diario británico The Guardian, en Israel, por ejemplo, se observó que la protección contra el virus empezaba a descender incluso después de tres meses de haber recibido la vacuna y las personas tenían 15 veces más posibilidades de volver a infectarse seis meses después de la segunda dosis.
En los últimos días, la OMS coincidió con esa visión en un comunicado en el que afirma que a los seis meses de aplicada la segunda dosis de las de Pfizer, Moderna y Oxford/Astra Zeneca se observa una caída de los anticuerpos, lo que parecería indicar que en ese tiempo volvemos al “primer casillero”. Por suerte, según los especialistas, no es tan así.
“Cuando habla de seis meses, la OMS se está refiriendo a Delta. Y lo que se observa es una pequeña baja de la efectividad que se refleja en una mayor incidencia de cuadros leves –explica el inmunólogo Jorge Geffner, subdirector del Instituto de Investigaciones Biomédicas en Retrovirus y SIDA (Inbirs)–. Eso no quiere decir que las vacunas ‘tengan vencimiento’ y uno quede absolutamente desprotegido: una vez que está inmunizado, siempre se estará mucho mejor tanto al sexto mes, como al séptimo, al octavo o al noveno”.
Otro es el caso de la variante Ómicron, acerca de la cual diferentes estudios indican que evade mucho la acción protectora de las vacunas. Todavía no hay papers que lo demuestren con solidez, pero el conjunto de mutaciones que posee ya mostró en trabajos preliminares (preprints, sin revisión por pares) que tiene una acción evasiva muy importante frente a una batería de anticuerpos monoclonales, al suero de personas convalecientes y de vacunados. “De lejos es la que más evade in vitro la acción de los anticuerpos. Todavía no sabemos en qué proporción, pero sí estamos viendo que va a comprometer la efectividad de las vacunas –agrega Geffner–; en principio, para la infección. Aún no hay datos certeros sobre la enfermedad grave”.
El científico destaca que, aún si Ómicron generara cuadros menos serios (algo que todavía está por verse), si elude la acción protectora de las vacunas e infecta a mucha gente, provocará un número grande de hospitalizados y, por consiguiente, de muertes. “Ómicron preocupa mucho, pero deberíamos estar ocupados en Delta: en las próximas dos semanas vamos a tener un aumento muy importante de casos”, advierte.
Mientras varias predicciones estimaban una caída importante de la efectividad de las vacunas, acaba de darse a conocer en el Reino Unido el primer dato de efectividad real medida en una población. “Surge de un universo pequeño, con lo que todavía el error [estadístico] puede ser grande –destaca Rodrigo Quiroga, bioinformático de la Universidad Nacional de Córdoba–. Permite estimar a los cinco meses después de la segunda dosis una eficacia de entre 0 y 25% para la de Oxford/AstraZeneca, y entre 25 y 45% para la de Pfizer/BioNTech. Pero con el refuerzo se recupera un nivel considerable de protección que rondaría el 70/ 75%. Con respecto a prevención del cuadro grave y hospitalización no hay nada medido, ni lo habrá por varias semanas más, pero sí hay una estimación que indica que la protección se mantendría mucho más alta”.
Por su aparición inesperada y arrasadora Ómicron está acaparando los titulares de los medios, pero en este momento y en casi todo el mundo la variante prevaleciente es Delta, frente a la cual todas las vacunas, producto de diferentes plataformas tecnológicas, mostraron excelentes resultados en términos de seguridad y eficacia, sobre todo para prevención de enfermedad severa y muerte.
“Ante la llegada de Ómicron, tuvimos que revisar todo lo aceptado. Gracias al trabajo conjunto y mancomunado, se están obteniendo muchos datos, pero todavía falta para poder evaluar su impacto –subraya Daniela Hozbor, coordinadora de la subcomisión de Vacunología de la Asociación Argentina de Microbiología e investigadora del Conicet–. Por un lado, algo no muy alentador es su resistencia a la capacidad neutralizante de los sueros. Se mostró más evasiva de la inmunidad inducida por las vacunas, especialmente en la respuesta de anticuerpos. La buena noticia es que se van teniendo datos respecto del otro brazo de la inmunidad, que es la respuesta celular [linfocitos CD4T y CD8T], y se observó que se mantiene”.
Hozbor también coincide en que en este panorama adquiere más importancia aplicarse la dosis de refuerzo. Y aclara que “lo que hay que entender es que nunca se pasa de un 94% a un 0% de efectividad. En todo caso es una reducción paulatina. Por otro lado, hablamos de efectividad frente a la infección, frente a la enfermedad leve o grave, y frente a la muerte. Lo que se observó es que la protección disminuye frente a la infección, pero que con un refuerzo esa reducción se restituye. Mientras tanto, hay que seguir con todas las medidas preventivas. Tienen que llegar las vacunas a todos en todo el mundo, sino esto no se va a resolver”.
Para Leda Guzzi, especialista de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI),es importante no olvidar que los estudios con los que se cuenta evalúan la capacidad neutralizante del suero de personas vacunadas con inmunizaciones de diferentes plataformas o que poseen anticuerpos naturales tras haberse expuesto a la infección frente a la variante Ómicron. “Estos resultados no correlacionan necesariamente con su efectividad en la vida real, pero permiten hacer algunas proyecciones”, afirma. Hay tres estudios que lo evaluaron. El primero se realizó en Sudáfrica y mostró una reducción muy impactante en la calidad neutralizante del suero. Otro se hizo en Noruega y arrojó una reducción inferior a la que se había visto en Sudáfrica. Y el tercero, en Alemania, coincide en líneas generales con los anteriores.
“En resumen, lo que se ve es una caída de 30 a 40 veces en la actividad neutralizante del suero de las personas inmunizadas –detalla Guzzi–. Esto se traduciría en una reducción de la capacidad de prevenir infección sintomática que oscila entre un 40 y un 60%. Sin embargo, estos son datos experimentales, que necesitan correlacionarse con los de la vida real, que nos van a ir llegando a medida que haya un número importante de personas infectadas. Además, hay que evaluar el comportamiento en los diferentes continentes y regiones según el porcentaje de vacunación de las personas. Por otro lado, esta reducción tan significativa se ve mitigada, atenuada por la administración de un refuerzo, y también por haber tenido infección previa y calendario completo de vacunación. Recibir una tercera dosis permite recuperar la capacidad neutralizante y la eleva hasta un 70 a 75%”.
Como las vacunas se diseñaron para desatar la producción de anticuerpos contra la proteína Spike del virus de Wuhan, las mutaciones presentes en Ómicron hacen que se requiera mayor cantidad y calidad de los mismos para detenerlos, algo que se obtiene con los refuerzos.
Durante una charla en el MIT, Shane Crotty, experto en inmunología y vacunas del Instituto de Inmunología de La Jolla, Estados Unidos, uno de los investigadores más citados en su campo, explica que los anticuerpos son importantes para detener los virus fuera de las células, pero cuando ingresan en ellas, se requiere que entre en acción otro brazo de la respuesta inmune, el de los linfocitos T, que reconocen las células infectadas y las matan. Los anticuerpos constituyen la primera línea de defensa, y también son más fáciles de medir, por eso resultan un correlato útil, pero varias líneas de evidencia muestran que la contribución de los linfocitos T también es importante.
“La hospitalización se previene con una combinación más o menos decente de anticuerpos y linfocitos T, porque los primeros detienen al virus en la puerta de entrada y eso da tiempo para que las CD4T y CD8T respondan y eliminen la infección –explicó–. La inmunidad es compleja, no todas sus partes reaccionan de la misma forma y no hay una sola que correlacione con todas las demás (…) Los anticuerpos decaen, pero probablemente tengamos células T de memoria por lo menos durante 10 años (…) Los que recibieron dosis de refuerzo, y los que se infectaron y se vacunaron, generan un rango de anticuerpos neutralizantes mucho más amplio”.