Las mujeres ocupan solo uno de cada tres puestos de la industria del software

Según dos estudios que acaban de presentarse, ganan un 20% menos que sus colegas varones y son apenas dos de cada 10 estudiantes de la carrera de computación

26 de noviembre, 2024 | 00.05

En las últimas dos décadas, las ventas de la industria del software triplicaron su participación en el total del empleo privado y la multiplicaron por siete en la canasta exportadora de bienes y servicios. El país hoy exporta software por más de 2400 millones de dólares anuales, cifra que la ubica sólo por detrás de sectores tradicionales como el sojero, el cerealero, el petrolero, el automotriz y bovino, y por encima de otros como la minería, el frutícola o el pesquero. Es una actividad superavitaria (es decir, que representa una fuente de divisas), pero además,  se sustenta sobre el talento humano; no depende de la rueda de la fortuna de la meteorología, sino de las capacidades de las personas. Alrededor de 140.000 trabajadoras y trabajadores registrados, cinco veces más que en 2003, reciben salarios muy por encima del promedio de la actividad privada. 

Pero en este escenario especialmente prometedor, las mujeres ocupan apenas alrededor del 33% de los puestos de trabajo, una proporción que se mantuvo prácticamente invariable a lo largo de las últimas dos décadas. Cuáles son los obstáculos que se les presentan para ingresar a esta actividad y los que se interponen en su camino de desarrollo profesional son algunas de las preguntas que responden dos trabajos presentados por las fundaciones Sadosky y Fundar (https://fund.ar/publicacion/trayectorias-laborales-femeninas-en-la-industria-del-software/ y https://program.ar/wp-content/uploads/2024/11/Programar_Conexiones-Vitales_2024.pdf). 

Sus conclusiones, que surgieron del análisis de una multiplicidad de fuentes y debieron sortear en muchos casos la falta de datos históricos, contribuyen a explicar algunos de los procesos que se vienen dando en esta industria, y vuelven a mostrar que se necesitan acciones positivas para atraer y promover el aporte de las mujeres y las diversidades en esta área

“¿Cómo y dónde ingresan? ¿Cómo funciona la segregación una vez que están adentro, cómo hacemos para sostener la trayectoria de las mujeres? –se preguntó en la presentación María de las Nieves Puglia, directora del Área de Géneros de Fundar–. Tenemos una obsesión: el desarrollo inclusivo y sustentable de la Argentina. No se me ocurre mejor modo de arrancar estas dos semanas de activismo en el Día de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres que con estos estudios que no se preguntan cuál es su rol en este sector, y qué se puede hacer para mejorar. El software puede ser una punta de lanza para nuestro país, pero no puede prescindir del 50% de la población, no puede regalar ni una gota de talento”. 

Brecha de ingresos

Aunque con frecuencia se menciona que esta baja participación femenina se debe a estereotipos sociales, parecería que no es toda la explicación. De hecho, las mujeres fueron pioneras en el desarrollo de la informática en el mundo y también en la Argentina. Las primeras computadoras, como la ENIAC o Clementina, no habrían sido posibles sin sus aportes. 

Un informe de la Fundación Sadosky destaca que entre 1960 y 1970 más de 6 de cada 10 estudiantes de la carrera de computación de la Universidad de Buenos Aires eran mujeres. Rebeca Guber, Cecilia Berdichevsky o Victoria Bajar son nombres que resultaron cruciales para los orígenes de la computación en el país. Hoy, son apenas dos de cada diez

Mientras la participación femenina en el sector privado aumentó 6% en los últimos 25 años, en la industria del software está estancada. Pero hay algo peor: las mujeres ganan un 20% menos que sus colegas varones.

“El entorno familiar, escolar y social transmiten normas culturales, expectativas y estereotipos que tienden a asociar la masculinidad con el dominio de tecnologías y estimulan de manera diferencial el desarrollo de habilidades, los campos de interés y las elecciones vocacionales entre los géneros”, afirman los autores del estudio Trayectorias laborales femeninas en la industria del software–. Configuran un proceso que a la larga aleja las actividades informáticas o la programación del horizonte de posibilidad de niñas y mujeres, a la vez que puede influir de modo negativo sobre las percepciones de sí mismas y sus capacidades para desempeñarse exitosamente”.

Según explicó Mara Borchardt, que lidera la iniciativa Programar en la Fundación Sadosky, en un estudio anterior sobre trayectorias educativas y problemática de género “casi todas las mujeres y personas no binarias refirieron haber sufrido situaciones de discriminación, de menosprecio e incluso a veces malos tratos a lo largo de su formación, y no solo de compañeros, sino también de docentes. Sin embargo, la mayor parte de los varones no le dieron demasiada trascendencia, ni reconocieron problemas de esas características dentro de sus casas de estudio”.

“Las mujeres son alrededor del 18% en las carreras informáticas –dijo Borchardt–. Algunas siguen una trayectoria sinuosa y finalmente logran desembocar en esta área, pero la verdad es que no está bueno que tengamos que hacer estos recorridos porque en casa nos dijeron que no teníamos las capacidades para ser ingenieras, porque en la escuela nos ponen a pintar una maqueta en lugar de darnos la computadora para programar, porque después en la universidad tenemos que estudiar el doble para poder obtener la misma nota que el compañero y porque cuando llegamos al trabajo nos encontramos con que muchas de las cosas que circulan en términos de conocimiento a nosotras no nos llegan porque se conversan en el café previo al partido de fútbol. Incluso cuando presentamos los resultados de ese trabajo, todos nos dijeron que en sus universidades no ocurría. Y seguro que pasa… Tenemos que pensar qué hacemos en relación con esto, porque si seguimos diciendo que no pasa, es poco probable que podamos cambiarlo. Es importante no sostener como algo bueno la posición de la heroína que pudo sortear todos los vericuetos y finalmente conseguir el puesto y liderar. Lo deseable es que más mujeres puedan incorporarse estos trabajos.  Es más, el sector lo necesita porque con los muchachos solos no alcanza”. 

En entrevistas, mujeres que se encuentran trabajando en esta industria describieron ejemplos de micromachismos, hostilidades o incomodidades por razón de su género. Muchas de ellas reportaron haber sido subestimadas, cuestionadas o menospreciadas, conductas que padecen en mayor medida las que ocupan roles funcionales o son nuevas en los equipos. El saber técnico en las mujeres genera sorpresa o incredulidad. Algunas contaron que un par o superior las “mandó a leer o a estudiar”. Otra comentó que hay tareas como tomar minutas o responder correos que además de estar feminizadas son desvalorizadas. La inserción en espacios dominados por varones las expone a la captura de ideas, explicaciones paternalistas, destratos, comentarios sobre su apariencia y hasta invitaciones a intercambios sexoafectivos no deseados.

Otra de las llamativas disparidades que encontraron es que mientras ocho de cada diez perfiles masculinos ocupan roles técnicos y funcionales, entre las mujeres esa relación se reduce a seis de cada diez. La asimetría se profundiza para las funciones técnicas, en las que se desempeñan más de la mitad de los varones y apenas un cuarto de las mujeres. En otras palabras, una mayoría de varones se desempeñan como programadores, ingenieros, desarrolladores, arquitectos o implementadores de software. En cambio, una mayoría de las mujeres trabaja en áreas de recursos humanos, legales, contables, marketing, comunicación, higiene, sustentabilidad, compras y auditoría. Y no es porque tengan menor experiencia educativa.

“El balance de género no parece tener correlato con el nivel educativo de los perfiles laborales –escriben los autores Juan Martín Argoitia, Paula Luvini, Ángeles Sancisi y Daniela Belén Risaro, de Fundar–. La inversión promedio en aprendizaje es superior en las mujeres, tanto en cantidad de experiencias educativas como en años de estudio (un 24% superior respecto de los masculinos). La diferencia se explica en parte por una menor proporción de mujeres sin estudios: mientras que casi el 16% de ellas no reporta experiencias educativas, la proporción se eleva a 21% entre ellos. Como contrapartida, se constata que el 31% de los perfiles femeninos acumula tres o más instancias de formación, mayor al 21% registrado entre los masculinos”.

Para estos trabajos, los investigadores analizaron más de 44.000 perfiles de Linkedin y profundizaron en 4000 personas. Una de las curiosidades que descubrieron es que en la descripción de esa red social, las biografías de las mujeres son más breves que las de los hombres.

Todo este cúmulo de factores genera un proceso que se retroalimenta. Por un lado, como las mujeres participan menos en desarrollo, seguridad, datos, eso las lleva a adquirir menos habilidades en esas áreas. “En general, hay más hombres que mujeres con titulación universitaria en informática –aclara Paula Luvini, de Fundar–. Y una cosa es programar y otra poder dirigir un desarrollo de software. Ahí está el valor de la formación universitaria, que no es solo saber programar, sino también tener un pensamiento abstracto. Esas herramientas son necesarias y, al haber menos inscriptas, las mujeres corren en desventaja. Es posible que haya algunas que necesiten más capacitación específica para asumir determinados roles, pero también es cierto que no siempre es así y mujeres con alta formación y alta capacidad tampoco son invitadas a ocupar esos lugares. Por otro lado, es natural que se orienten hacia áreas en las que hay más mujeres con las que puedan sentirse cómodas. Diversos estudios muestran que su rendimiento y formación es mejor cuando los cursos son exclusivamente femeninos. Es un círculo virtuoso y 'vicioso'”.

Para Borchardt, estos saberes deberían incluirse en la escuela, ya que el interés y la curiosidad de las chicas por estos temas empieza a caer a partir de los 10 u 11 años. “Cuando eso cambie, seguramente va a haber muchas más mujeres y diversidades que se interesen por la informática –subrayó–. Pero entonces también habrá que disponer de espacios que permitan alojar a esas personas. Y en ese aspecto hay todavía mucho por hacer. No alcanza con la voluntad de las afectadas”.

Y concluyó Argoitia: “Estas evidencias nos  permiten repensar la sociedad en que vivimos para beneficiarnos. Todos, también los varones”.