¿Insectos en extinción?: alerta de entomólogos argentinos y sus posibles efectos

Se calcula que el 40% de las especies están declinando y un tercio está en peligro de extinción; su desaparición tendría efectos devastadores en la naturaleza

01 de mayo, 2022 | 00.05

Los chicos y adolescentes actuales disponen de jueguitos electrónicos, teléfonos celulares y pantallas por doquier. Pero hay un espectáculo encantado que no podrán disfrutar: el brillo de las luciérnagas en las noches de verano. Ya casi no hay. Como muchos otros insectos, sus poblaciones están registrando descensos dramáticos. Una revisión de 73 reportes históricos publicada en 2019 en Biological Conservation (https://www.sciencedirect.com/science/article/abs/pii/S0006320718313636) estima que el 40% de las especies están declinando y un tercio está en peligro de extinción. Y contra lo que muchos podrían pensar, dado que son una parte fundamental de los ecosistemas como  polinizadores, degradadores y predadores de plagas, la desaparición de cucarachas, “cascarudos”, abejas y arañas representa un peligro de dimensiones insospechadas para los ecosistemas naturales y las cadenas productivas.

El problema se viene detectando en todo el mundo y en las últimas dos décadas se publicaron trabajos que alertan sobre su declinación, inclusive en ambientes naturales y en sitios donde no se utilizan pesticidas ni agroquímicos. Pero ahora un grupo de destacados entomólogos argentinos firma un documento en el que subrayan “la urgente necesidad de establecer políticas efectivas de conservación del ambiente”, porque aunque la problemática es parte de la agenda nacional, “las políticas actuales resultan claramente insuficientes”.

Según los científicos, las causas de esta declinación parecerían responder a un cóctel que incluye “efectos del cambio climático, alteraciones de regímenes de lluvias, contaminación lumínica, pérdida y fragmentación de hábitat, pisoteo por ganado, y pesticidas o agroquímicos llevados por vientos a largas distancias”.

El viceministro de Ambiente, Sergio Federovisky, que estuvo reunido con los investigadores, coincide con el diagnóstico. "Desde ya, para nosotros es una preocupación y tenemos en cuenta la posibilidad de desarrollar alguna política para paliar las consecuencias de lo que se está viendo –comenta–. Pero sería aventurado de mi parte decir qué podemos hacer, más que inicialmente manifestar nuestra preocupación y nuestra adhesión. Por ahora, no vemos un curso de acción, pero acordamos volver a reunirnos para analizar propuestas. Lo primero es dejar en claro el Estado tiene la preocupación respecto de este tema a través del Ministerio de Ambiente, cosa que nunca antes había ocurrido". 

Sin cifras locales

Hasta ahora, no existen publicaciones que cuantifiquen el fenómeno en el país. Sin embargo, destacan que el fenómeno se advierte espontáneamente en las zonas periurbanas, y también en ambientes naturales, de bosques o pastizales con vegetación nativa en buen estado de conservación. Comprende tanto la abundancia (cantidad de individuos) como la diversidad (especies que antes eran raras hoy parecen haber desaparecido).

“Observamos con preocupación que este efecto también ocurre en la Argentina, y parece tan pronunciado que se lo puede percibir aún en ausencia de mediciones precisas y en ambientes con vegetación nativa relativamente bien conservada –escriben–. Medir la magnitud del fenómeno se ve dificultado porque la fauna entomológica de Argentina no es muy conocida y tradicionalmente hubo pocos entomólogos trabajando en el país; por lo tanto, no existen monitoreos estandarizados hechos hace 20 o 30 años para comparar. Sin embargo, aún en la ausencia de muestreos antiguos, todos los firmantes (entomólogos con varias décadas de experiencia) pudimos comprobar en recientes visitas a diversas zonas, en el centro y norte del país, el contraste con la abundancia de insectos que era observable en los años ’80 y ’90”.

Los científicos subrayan que los insectos son los principales polinizadores (una gran proporción de las plantas depende de ellos para perpetuarse en el tiempo) y contribuyen a la descomposición y degradación de troncos caídos (la circulación de nutrientes depende de su reincorporación al suelo). Su disminución afecta también a muchísimos otros grupos de se alimentan de insectos (como arañas, anfibios, lagartijas, aves insectívoras, cuya reducción también es comprobable). Y también tienen un papel protagónico en la conservación a largo plazo de selvas y bosques, que depende críticamente de polinizadores, descomponedores, predadores.

“Toda proyección a futuro tiene obviamente un alto grado de incerteza, pero es evidente que las consecuencias de la declinación de insectos y polinizadores en el mantenimiento de los bosques remanentes en Argentina pueden ser devastadoras en tan sólo unas pocas décadas –agregan–. Los bosques son uno de los principales sumideros de carbono. La posibilidad de extensas áreas boscosas degradándose (a nivel país y planetario) de resultas de la declinación de insectos presenta posibilidades sombrías”.

Para Federovisky, "es esencial que esto salga de las cuatro paredes del sistema científico que esto donde estuvo hasta ahora, porque para la comunidad esto es tema casi folkórico, algo anecdótico. Y lo que tenemos que mostrar es que debe ser parte de la preocupación institucional del Ministerio. Este es el primer paso que podemos dar".

Como corolario del documento, los especialistas señalan varios puntos que habrá que tener en cuenta para enfrentar este desafío:

  • Disminuir la fumigación basándose en controles de aumentos reales de plagas (y no por las dudas)
  • Analizar la introducción indirecta de venenos antiartrópodos
  • Controlar la contaminación lumínica
  • Conservación de hábitats nativos en paisajes productivos (mínimo de un 20%).
  • Rotación de cultivos.
  • Controlar el desmonte por goteo
  • Mitigación de tasas de liberación de carbono

Firman esta llamada de atención Marcelo Aizen (de la Universidad del Comahue), María Marta Cigliano (de la Universidad de La Plata), Juan Farina (del Museo Lorenzo Scaglia), Walter Farina (de la UBA), Jorge Frana (ex investigador del INTA), Jorge Genise (del Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia), Pablo Goloboff (del Instituto Miguel Lillo de Tucumán), Lucas Garibaldi (del Instituto de Investigaciones en Recursos Naturales, Agroecología y Desarrollo Rural, de Bariloche), Silvia Mazzucconi (de la Facultad de Ciencias Exactas, UBA), Martín Ramírez (del Museo Argentino de Ciencias Naturales), Camilo Mattoni (del Instituto de Diversidad y Ecología Animal, Universidad Nacional de Córdoba), Sergio Roig (del Instituto Argentino de Investigaciones de las Zonas Áridas) y Claudia Szunik (de la fundación Miguel Lillo, de Tucumán).