Una creencia extendida plantea que el país tuvo un momento fundacional dorado en el que se situaba al tope del ranking de prosperidad del planeta y tenía un destino de potencia mundial. Es la idea que inspiró expresiones como “tan rico como un argentino”, “tirar manteca al techo” o “la Australia de América del Sur”. Sin embargo, cinco investigadores convocados por la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA refutaron de plano esa imagen idílica. Todos ellos coincidieron no sólo que no hay evidencias que lo sustenten, sino que no es deseable tener el modelo de esos años como meta para el país. El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, estuvo como invitado especial y al momento de tomar la palabra advirtió: "La Argentina tendrá millones de problemas, pero volver a 1896 no soluciona ninguno y crea montones de otros que hoy tenemos controlados”.
“Que la Argentina era una potencia mundial en 1900 es a todas luces un mito –subrayó la historiadora Valeria Manzano, del Conicet y la Universidad Nacional de San Martín–. Se trata de una creencia colectiva que fue una pieza fundamental en los modos en que las élites se representaron la historia de la Argentina y a sí mismas. O sea, Javier Milei no la inventó, pero sí posiciona esa creencia en el centro del discurso público y político planteándola como una verdad absoluta”.
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Según Manzano, todo proyecto político que se pretende refundacional aspira también a reinterpretar el pasado para despegarse de tradiciones previas. “La creencia común entre las élites del siglo XX y XXI de que la Argentina del Centenario fue la primera potencia se acerca a la lógica de las fake news, a las que nos están queriendo acostumbrar –agregó la historiadora–. No hay una sola evidencia que la respalde. En ese tránsito del siglo XIX al XX, el precio de los principales bienes exportables, como carnes y cereales, era muy alto y estuvo en la base de la creación de la riqueza de un grupo muy pequeño. Las élites oligárquicas, que en esa primera década ostentaban precisamente el poder económico y político del país. Insisto, la Argentina nunca fue primera potencia, pero su élite, como la de los otros países latinoamericanos, era parte de esa clase global que se estaba beneficiando de una riqueza que sólo 50 años antes era impensable. Esa versión deja en la oscuridad, como lo hacen los mitos, que las grandes mayorías estaban no solamente excluidas del sistema político, sino de ese bienestar”.
Mara Ruiz Malec, licenciada en Economía y maestranda en Desarrollo Económico de la Universidad Nacional de San Martín, se centró en cuáles eran las características de la economía de ese momento. “Efectivamente, son años de crecimiento económico muy notorios –mencionó–. La Argentina empezaba a conformarse. Ese período tiene una característica muy particular, que no volverá a repetirse, y es que sus productos (lana, tasajo) empezaron a poder ser exportados gracias al desarrollo de barcos a vapor y el motor diesel. Entonces, pasamos de la nada a un montón. Claro que crecimos, pero es bastante ilusorio pensar que podríamos repetirlo”.
Para Ruiz Malec, ese modelo agroexportador “no fue abandonado, sino que nos abandonó. A partir de la crisis de 1930, la demanda cae, los capitales no pueden ingresar, crece la conflictividad social y la tasa de desempleo. No es sostenible, ni económica ni socialmente”.
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Roberto Etchenique, doctor en Ciencias Químicas, profesor titular de la UBA e investigador principal del Conicet, se preguntó ¿de dónde sale esta idea de que en el año 1896 fuimos la primera potencia mundial? Y explicó que surge del Maddison Project, una investigación muy importante que estima cuál era el PBI per cápita y otras variables económicas de los países desde la prehistoria hasta ahora.
“En La base de datos de 2018, nos ponía primeros en PBI per cápita con 6143 dólares (de 2011, ajustados por el poder adquisitivo de cada uno de los países) –detalló–. Cabe preguntarse cuál es la primera potencia hoy. Y en este ranking, Estados Unidos está en el séptimo puesto. El primero es Luxemburgo, así que el que quiera ir a la primera potencia del mundo se toma un avión y ahí se encuentra con el mejor país de la Tierra. Claro que tener el mayor PBI per cápita del mundo no es ser la primera potencia, ni mucho menos”…
Al parecer, la base 2018 del Maddison Project no era muy confiable, la corrigieron y en la de 2020 ya la Argentina está ubicada entre el sexto y el décimo puesto. La fueron superando países como Qatar, Emiratos Árabes Unidos y otros, como Bélgica y Francia, que por algún artefacto metodológico habían quedado en un lugar que no les correspondía. “Utilizar un ranking para ver cómo estamos no es tan útil [puede cambiar, por ejemplo por la cantidad de países que incluye] –explicó Etchenique–. En realidad, estábamos atrasados décadas respecto de los países centrales”.
Y, acto seguido, lo ilustró con varios ejemplos. El escritorio que perteneció a Sarmiento se mandó hacer a Indianápolis (tenía una patente de 1875). Acá no se fabricaba, mientras que el avance que tenía este tipo de industria en los Estados Unidos era enorme. En noviembre de 1901, Marcelo T. De Alvear corrió una carrera desde Avenida Libertador y Monroe hasta San Isidro en su “locomóvil”, uno de los primeros autos a vapor que había en el país. También había sido importado de New Hampshire, Estados Unidos. Incluso en los anuncios de la época, todo lo que llegaba del extranjero se consideraba de mejor calidad, hasta el té. “En los Estados Unidos –prosiguió Etchenique–, ya desde 15 años antes se podían comprar por correo desde rifles Winchester, hasta carros, telas, vestidos, instrumentos musicales, fármacos que acá ni soñábamos con tener. Esto muestra la diferencia tecnológica. En el plano científico, entre 1900 y 1920, la Web of Science registra 20 trabajos de la Argentina, 83 de Brasil (todos correspondientes al brote de una enfermedad), 92 de Australia, 560 de Canadá, 1016 de Alemania y 5811 de Gran Bretaña”.
Daniel Schteingart, doctor en sociología por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad de San Martín y director de Planificación Productiva de Fundar, destacó que cuando se piensa en una potencia mundial, no solo hay que tener en cuenta el PBI o el PBI per cápita, aunque sean indicadores muy relevantes, sino también otros que se refieren a la calidad de vida de las personas.
“Uno de los que se utilizan más habitualmente es la esperanza de vida –afirmó–. Y lo que se ve es que la Argentina siempre fue un país de menor esperanza de vida que los de Europa del Norte o Estados Unidos; en ningún momento de su historia tuvo mayor esperanza de vida que los países desarrollados”.
Otro indicador que se emplea para medir desarrollo humano es el acceso a la educación. “En este caso, el país también hacia 1900 tenía menos años de escolarización que otros como Estados Unidos, Australia, Reino Unido, Suecia o los Países Bajos, que además casi tenían 100% de alfabetismo ya en el siglo XIX. De hecho, sólo hacia 1950 Argentina tiene los años de escolarización que tenía Estados Unidos alrededor de 1870”.
Lo mismo podría decirse de las patentes: no era un país que estuviera en la frontera tecnológica, sino que fue mayormente importador de tecnologías.
“Esto refuta que la Argentina fuera la primera potencia mundial en 1900, aunque no es menos cierto que en ese período tuvo una movilidad social ascendente, mejoró su calidad de vida y multiplicó su PBI per cápita –concluyó Schteingart–. Mucho tiene que ver con que estaba todo por hacerse y que en esos años tuvo uno de los mayores crecimientos demográficos del mundo”.
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Hacia el final, Pablo Wahren, licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires, magíster en Desarrollo Económico de la Universidad Nacional de San Martín, Doctor en Desarrollo Económico de la Universidad Nacional de Quilmes y actualmente becario posdoctoral del Conicet, discutió la idea del lugar que ocupó el Estado. “Me parece importante destacar que en el modelo agroexportador estaba muy lejos de este anarcocapitalismo que se pregona hoy –dijo–. En primer lugar, cumplía la función básica de garantizar derechos de propiedad y relaciones contractuales. Es la base sobre la que se funda el capitalismo. Y en la Argentina, eso también se fue dando: la Constitución, el Código Civil… Con estas cosas, el presidente podría estar de acuerdo, pero hay otras que le gustan menos y que estaban presentes. Por ejemplo, el Estado fue central para garantizar las condiciones de acumulación de ese modelo, las inversiones, los ferrocarriles, el puerto, en muchos casos fueron con financiamiento estatal, en otros, con capitales extranjeros, pero el Estado se ocupaba de orientarlas dándoles garantía de ganancia mínima. También intervino en lo que tuvo que ver con la atracción de inmigrantes para aumentar la fuerza laboral. Sancionó una ley, e incluso instaló oficinas en Europa y hasta en muchos casos les pagó los pasajes. Lo mismo ocurrió con la educación pública gratuita y la protección comercial: el Estado ponía impuestos a las importaciones, incluso en esa época caracterizada por el libre comercio. En 1891, se imponía un arancel del 60% a la ropa y el calzado, 125% al azúcar y 121% a los sombreros”.
Wahren subrayó, además, que contrariamente a lo que se sostiene, en 47 de los 50 años previos a 1916, cuando presuntamente habría comenzado la decadencia, hubo déficit fiscal. “Es muy paradójico que se habla de que la decadencia argentina es por la recurrencia crónica del déficit fiscal, que es algo que ocurrió en los años más gloriosos y de progreso”, insistió.
Para Wahren, entonces, queda claro que la Argentina no era potencia ni se encaminaba a serlo, pero presentó algunos datos adicionales: alrededor de 1910, la esperanza de vida en la Argentina era de 44 años, diez menos que en Gran Bretaña y ocho menos que en los Estados Unidos; y la tasa de escolarización entre los cinco y los 14 años, del 37% vs. 79% en Gran Bretaña y 97% Estados Unidos.
Para cerrar la charla, invitaron a pasar a la mesa al gobernador Axel Kicillof, que estaba entre el público. “Creo que ésta es una cuestión importante, seria, profunda y que vale la pena escuchar y pensarla con gente que sabe –dijo–. No fuimos primera potencia mundial ni estuvimos primeros en el ranking de PBI per cápita en 1900. Es algo que no ocurrió nunca y no se puede repetir. Pensar que tenemos que ir hacia allí es un callejón sin salida. La Argentina tendrá millones de problemas, pero volver a 1896 no soluciona ninguno y crea montones de otros que hoy tenemos controlados”.