Toda crisis es también una oportunidad. La afirmación puede resultar un lugar común, pero se cumplió a rajatabla para investigadores de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA) y la Universidad de Tres de Febrero (Untref) cuando médicos que estaban en la primera línea de respuesta a la pandemia de Covid acudieron a ellos para pedirles ayuda porque carecían de laringoscopios, instrumentos que permiten visualizar la vía aérea y eran indispensables para intubar pacientes a los que había que suministrarles oxígeno.
Se trataba de uno de los muchos desafíos que enfrentaban en un contexto en el que las salas de terapia intensiva estaban colapsadas. Según las estadísticas, el 15% de los que adquirían Covid necesitaban terapia intensiva. De estos, un 5% requerían intubación. Y eso era necesario hacerlo con una herramienta fácil de usar, que permitiera realizar el procedimiento en forma sencilla, rápida y segura para no poner en riesgo al paciente y que no se contagiara el personal de salud. De modo que los científicos se pusieron manos a la obra y desarrollaron uno, pero con diseño totalmente made in Argentina: impreso en 3D, mucho más económico y fabricado con material biodegradable.
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“En 2020, tanto la Organización Mundial de la Salud (OMS) como la Organización Panamericana de la Salud (OPS) hicieron un listado de dispositivos médicos cruciales que estaban en falta por el exceso de demanda –cuenta Lucio Ponzoni, investigador de la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), docente investigador de la Untref y líder del equipo que protagonizó esta historia–. Esa lista incluía los laringoscopios, que no se fabricaban en el país, era imposible conseguirlos y además, resultaban muy caros, ya que oscilan entre los 2000 y los 5000 dólares”.
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Los científicos y tecnólogos trabajaron a partir de las indicaciones de los propios médicos. En un primer momento, exploraron la posibilidad de reproducir uno fabricado en los Estados Unidos también con impresión 3D, pero cuando pidieron los planos no terminaba de satisfacerlos y se encontraron con la exigencia de que no podían cambiar nada. De modo que tomaron la decisión de avanzar con uno de características propias. “Lo fabricamos con dos plásticos aptos para uso médico y, además, biodegradables –ilustra Ponzoni–. Uno es el PLA (ácido poliláctico derivado del almidón de maíz y la caña de azúcar) y el otro, el PET-G (Tereftalato de polietileno con glicol, reciclable). Ambos tienen la ventaja de que se producen en el país”.
El nuevo laringoscopio se hizo desde cero, probando diferentes prototipos y diseñándolo en una computadora con el asesoramiento de quienes lo iban a usar: médicos y, en especial, anestesiólogos intervencionistas. El instrumento sirve para introducir un tubo a través de la boca hasta la tráquea para brindar asistencia respiratoria en un procedimiento que se conoce como “intubación endotraqueal”, que se practica en el marco de emergencias médicas y en personas anestesiadas.
Para que el profesional pueda visualizar cómo va introduciendo el tubo, a éste le adosaron una cámara. Su desarrollo demoró alrededor de tres meses, a lo largo de los cuales diseñaron unos nueve prototipos después de haber evaluado en simulaciones computadas la ergonomía y la adaptabilidad. Ya fue patentado y comenzó el proceso de aprobación por la Anmat.
Sara Montenegro, investigadora de la CNEA y agente de propiedad industrial, se ocupó de los trámites de patentamiento. “Una vez que recibimos el pedido de protección de la innovación, buscamos antecedentes en otros lugares del mundo y vemos si cumple con los requisitos –cuenta–. Hicimos una búsqueda previa de patentes y publicaciones científicas para evaluar el grado de innovación del dispositivo, redactamos la solicitud de patente y la presentamos ante el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INPI)”. Después de 18 meses, se publica y toma estado público.
“Fue un hito importante, por lo menos para la universidad –explica Montenegro–. La CNEA tiene muchísimas patentes, pero ésta fue la primera otorgada a la Untref, todo un triunfo. Y en poco tiempo, porque en general tardan entre cuatro y siete años. Ahora tenemos al desarrollo protegido por 20 años y compartimos la patente con la CNEA 50% para cada institución”.
Más allá de la pandemia, el videolaringoscopio sigue siendo indispensable en otras patologías. “Muchos hospitales no disponen de este instrumento y se les mueren pacientes en la guardia –dice Ponzoni–. Ya recibimos pedidos de varios”.
Dado que nI la CNEA ni la Untref tienen la capacidad de fabricar estos insumos médicos, los científicos ahora necesitan transferir la tecnología a una compañía. “Hay una nacional muy pujante, que también colaboró con otras universidades durante la pandemia y que nos apoyó en todos los trámites para que estos laringoscopios se puedan donar a hospitales –comenta Ponzoni–. Nuestra idea es que tengan un fin social, que lleguen a los hospitales que los necesitan y para los que los importados, fabricados en metal, resultan muy costosos. Estamos calculando que los nuestros costarían unos 25.000 pesos (estimando el precio del dólar a mil pesos aproximadamente)”.
Tras esta incursión en el área de la tecnología médica, ahora los científicos están desarrollando otros dos dispositivos: una válvula que permite regular mejor el flujo de oxígeno a pacientes críticos, también de muy bajo costo, y un detector de dióxido de carbono para evaluar el riesgo de contagio en ambientes cerrados. “Nuestro desarrollo marca de una manera un poco más precisa y rápida el valor de las concentraciones de dióxido de carbono que otros del mercado”, se enorgullece el investigador.