Habituada a realizar actividad física y mantenerse saludable, Gaby Estrada se consideró afortunada cuando le tocó atravesar la infección por Covid: fue un cuadro leve. Sin embargo, dos semanas después, cuando creía que ya todo había pasado, empezaron los problemas. “Los pulmones tardaron bastante en volver a la normalidad –recuerda–. Y me apareció una arritmia”. Recién hace tres meses pudo volver a ejercitarse, pero con menor intensidad, y continúa tomando medicación para controlarla. Aunque en el último chequeo notó cierta mejoría, su cardiólogo le confesó que todavía no sabe si esta dolencia remitirá o se hará crónica.
Darío, que atiende un negocio y debe pasar parado muchas horas por día, se queja de que después de haber estado internado varias semanas, y aunque ya pasaron meses de que fuera dado de alta, no volvió a recuperar la sensibilidad en las piernas. “Otra cosa que noto es que perdí muchísima visión”, lamenta.
“Voy a la cocina y cuando llego me doy cuenta de que me olvidé para qué había ido”, confiesa Andrea, que también tuvo un cuadro parecido a una gripe leve. E Irene se sorprende: “No sé qué pasa que tengo tanto sueño; a las dos horas de levantarme ya no me da la cabeza”.
El catálogo de malestares que refieren padecer muchos de los que pasaron por la infección del SARS-CoV-2 parece no tener fin. Y sería más frecuente de lo imaginado. Hasta el momento se estima que en el mundo hay 36 millones de personas que los padecen.
Es el llamado long Covid, Covid persistente o posCovid, un síndrome que solo ahora está comenzando a ser bien descripto y estudiado por los científicos.
“Hay un gran número de pacientes que manifiesta síntomas bastante prolongados y consulta casi en forma permanente después de la infección –cuenta el infectólogo integrante del comité de expertos asesor del gobierno, Javier Farina–. En estudios que son autorreferenciales (es decir en los que el paciente reporta sus síntomas), pueden llegar hasta a un tercio las personas que los padecen; y en los dirigidos a la búsqueda incluso pueden superar el 50%”.
El problema que aparece como predominante es el cansancio o fatiga extrema, fuera de lo habitual, pero luego hay una amplia gama que incluye tos seca, dolores musculares y articulares, cefalea, palpitaciones… También se presentan síntomas neurológicos que pueden ser prolongados. “Se habla de ‘niebla mental’ asociada con olvidos frecuentes, problemas cardiológicos que se detectan con estudios o ante la exigencia física. Con menor frecuencia, problemas intestinales y renales”, explica Farina.
Es prácticamente imposible distinguir, en los casos individuales, cuáles de estas señales se deben al Covid y cuáles no, pero lo que permite hablar de este síndrome es que la incidencia de estos síntomas en personas que tuvieron contacto con el virus supera en forma notoria la de la población general.
En general, duran varios meses, pero lo cierto es que no se sabe cuánto. “Por el momento, no podemos definirlo –dice Farina–. Todo indica que el Covid afecta múltiples órganos, que puede dejar daños crónicos y que la sintomatología es muy variable. Los receptores [celulares] ACE2, que son los que interactúan con el virus, están prácticamente en todo el organismo, por lo que los tejidos afectados, tanto por el Covid como por la inflamación que causa, también pueden ser múltiples”.
Un virus ubicuo
Desde el sistema circulatorio al inmune pueden jugar roles protagónicos en este desenlace inesperado para una infección respiratoria. “Una de las características que distingue el SARS-CoV-2 de otros virus, como el de la gripe, el sincicial o el metapneumovirus –afirma Leda Guzzi, integrante de la Sociedad Argentina de Infectología– es esta capacidad de generar una enfermedad prolongada, que puede afectar la vida personal, social, familiar e incluso las actividades laborales. Si se le suma su elevada transmisibilidad y letalidad, se explica que sea un patógeno especialmente complejo y que cause tanta morbilidad individual y comunitaria”.
Según explica la especialista, en un principio no había una clasificación para lo que ahora se conoce con el nombre de Covid “persistente”, “largo” o “poscovid” y hace referencia a pacientes que padecieron la infección aguda y no logran recuperarse de sus síntomas o bien lo hacen, pero después recaen.
Esto se saldó cuando la OMS, a través de una metodología que se llama Consenso de Delphi, en el que participaron expertos y pacientes, finalmente definió qué es este cuadro. Fue en octubre del año pasado y se determinó que engloba una serie de síntomas diversos que aparecen al menos tres meses después de haber superado una infección aguda por Covid, que tienen una duración de por lo menos dos meses y que no se explican por un diagnóstico alternativo.
“Afecta más o menos al 10% de las personas que tuvieron la infección –destaca Guzzi–. Al principio, se pensaba que solo acompañaba a los que habían tenido formas críticas o graves, pero hoy sabemos que no es así. Que puede aparecer también en los que sufrieron cuadros leves o incluso en los asintomáticos, que luego en un diagnóstico retrospectivo (a través del dosaje de anticuerpos, algo que ahora con la vacunación es más difícil) aparece la evidencia de haber tenido contacto con el virus”.
Los síntomas del poscovid son floridos. “Hay reportados más de 200 –detalla Guzzi–. El más característico es la fatiga, la astenia. Desgano, necesidad de quedarse en reposo porque no hay energía suficiente para arrancar el día. Pero también puede manifestarse a través de dolores corporales, articulares o torácicos, y sobre todo, trastornos neurológicos, neurocognitivos, y psicológicos o psiquiátricos. Personas que comienzan con problemas de memoria, de atención, de concentración, dificultades para conciliar el sueño. También, deterioro en su capacidad cognitiva que puede tener impacto en su vida social, familiar y laboral. Además de estos, muchísimos otros: palpitaciones, taquicardias, sudoración, dolor abdominal, diarrea intermitente… La lista es interminable”.
Por ejemplo, investigadores norteamericanos publicaron en la revista Nature (doi: https://doi.org/10.1038/d41586-022-00403-0) un trabajo en el que indican que las tasas de muchas afecciones, como insuficiencia cardíaca y accidente cerebrovascular, son sustancialmente más altas en personas que se recuperaron de COVID-19. Compararon los registros de salud de más de 150.000 veteranos de guerra que sobrevivieron durante al menos 30 días después de contraer COVID-19 con dos grupos de personas no infectadas: uno de más de cinco millones de individuos que usaron ese sistema médico durante la pandemia y un grupo de tamaño similar que lo hizo en 2017, antes de que circulara el SARS-CoV-2.
Los que se habían recuperado de COVID-19 tenían un 52 % más de probabilidades de haber tenido un derrame cerebral que el grupo de control y el riesgo de insuficiencia cardíaca aumentó en un 72 %. Incluso en personas que no habían sido hospitalizadas, que tenían menos de 65 años y carecían de comorbilidades, como obesidad o diabetes.
En nuestro medio, según el relevamiento realizado por el neurólogo Ricardo Allegri, jefe del Departamento de Neurología Cognitiva, Neuropsicología y Neuropsiquiatría del Instituto de Investigaciones Neurológicas Raúl Carrea (FLENI) y colegas a partir de hisopados positivos del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires en 2019 y 2020, el 30% de los pacientes que tuvieron Covid presentan algun síntoma neurológico o psiquiátrico dentro de los seis meses posteriores. "No es lo que vemos hoy con la variante Ómicron, con la cual no tenemos datos aun, pero debe ser mucho mas bajo", advierte Allegri.
En CABA, registraron además que el 22% de los pacientes manifestaba ansiedad; el 30%, dolores musculares; 28%, fatiga; 26%, perdida de memoria; 24%, insomnio; 22% depresión; 20%, cefalea; 15%, mareos; 7%, anosmia o ageusia.
Entre los más sorprendentes que se le asocian están el tinnitus (un sonido continuo en uno o en ambos oídos), problemas dermatológicos y hasta disfunción eréctil.
La duración o cronificación de estos cuadros es algo que todavía está en estudio. Se vio que en algunos pacientes remiten, pero en otros persisten. Hay quienes después de haber padecido Covid en la primera ola, aún hoy siguen con síntomas de poscovid o long Covid; por ejemplo, pérdida del olfato y del gusto, que tienen un origen claramente neurológico.
Otra incógnita, por ahora, se refiere a cuáles pueden ser las causas fisiopatológicas que lo explican. “Se barajan un par de hipótesis –contesta Guzzi–. Una de ellas es la persistencia de virus viables en distintas partes del organismo. Algunos estudios encontraron virus completos o fracciones virales en la microglía cerebral [células de soporte del tejido nervioso] y que tendrían mucha relación con este deterioro cognitivo. También se las detectó en el tubo digestivo, en órganos linfáticos (como el bazo o el ganglio). El otro mecanismo propuesto es de origen inmunológico. Ya sea por la aparición de autoanticuerpos o por una inmunidad que se desencadena [por la infección] y que es anormal en su presentación”.
Para ayudar a aclarar este enigma, Allegri participa en un trabajo multicéntrico subsidiado por el Conicet (en el que intervienen FLENI, el Hospital El Cruce, de Florencio Varela, y un centro salteño) en el que estudiarán la organicidad o no del deterioro cognitivo o "niebla mental", y el papel que cumple en este efecto el factor inflamatorio periférico y central. "Esperamos tener datos en la segunda mitad de este año", comenta el científico. Por otro lado, en una línea similar, pero con pacientes que padecen Enfermedad de Alzheimer, Parkinson y Esclerosis múltiple, están colaborando con el grupo de Fernando Pitossi, en el Instituto Leloir, para analizar el rol de la inflamación en estos pacientes que tuvieron Covid y se agravaron desde el punto de vista neurológico.
Un aspecto importante a tener en cuenta es que la vacunación demostró en varios estudios disminuir el riesgo de poscovid. “Este sería otro beneficio de las vacunas, y se vio tanto en adultos como en adolescentes. Diversos estudios mostraron en estas dos poblaciones menor incidencia en personas vacunadas versus no vacunadas –concluye Guzzi–. Esto tiene mucho impacto para la salud pública, no es un tema menor. Todavía no se valoran adecuadamente las consecuencias, que exigirán medidas sanitarias con respecto a estos pacientes”.
En un artículo de opinión publicado en el diario The New York Times, Fiona Lowenstein, fundadora del grupo de apoyo para pacientes con este cuadro Body Politic, y Hannah Davis, artista investigadora y creadora de la ONG Investigación Colaborativa Conducida por Pacientes, escriben: “Los síntomas persistentes del coronavirus pueden convertirse en uno de los eventos de discapacidad masiva más grandes de la historia moderna (…) El long Covid es uno de los resultados más devastadores de la pandemia y probablemente ejercerá presión sobre nuestra sociedad y economía en los próximos años. Hay pocos indicios de que los sistemas de salud mundiales estén preparados para lo que se viene”.